¿Empresarios versus Gobierno? ¿Qué tipo de debate es ese? Ni los empresarios en genérico ni el Gobierno en genérico son culpables de los graves problemas de Guatemala. El problema es generalizar cuando se buscan culpables de la situación del estado de la nación.
Una conversación más inteligente surge cuando cuestionamos algunas causas de los problemas estructurales del país. ¿Por qué pocos empresarios concentran el poder económico y ciertos grupos plenamente identificados concentran el poder político en Guatemala? ¿Por qué ciertos grupos humanos nacen excluidos del proceso de toma de decisiones que encaminan las políticas públicas? ¿Qué les ha permitido a ciertos grupos heredar cuotas de poder y privilegios desde la fundación del Estado guatemalteco? El problema es también que los gobernantes tengan agendas particulares de beneficio personal o sean controlados por intereses que no responden a un modelo de desarrollo en función del bienestar de la mayoría de la población. Asimismo, que no haya esfuerzos por auditar y medir esos objetivos de bienestar. Y aunque el juego democrático es precisamente ejercer presiones para favorecer a grupos organizados en la arena política, la pregunta no es a quién debe servir el Gobierno, sino a qué objetivos, que deben ser los fines por alcanzar en un nuevo modelo de desarrollo urgente de definir pluralmente y de perseguir colectivamente.
El PIB per cápita de Guatemala es de aproximadamente 4 100 dólares por persona al año, pero sabemos que 6 de cada 10 personas sobreviven con el equivalente a 1 300 al año. ¿Qué hay del resto? La clase media es vulnerable de caer en una ruta hacia la pobreza, mientras un selecto grupo socioeconómico dominante concentra la mayor cantidad de recursos productivos, de tierra y de privilegios; la mayor cantidad de ahorros en el país, y la mayor cantidad de empresas, de ingresos y, por ende, de poder económico. En otras palabras, pocos concentran muchísimo poder y privilegios mientras muchos, la mayoría, no tienen absolutamente nada, carecen de propiedades, de ingresos arriba de la línea de pobreza y de oportunidades para salir de esa condición. Solo un pequeño porcentaje en un extremo arriba de la media de ingresos lucha por no caer en la pobreza o para ser parte de la élite dominante. Los objetivos, entonces, deben estar en función de lo que algunos economistas llamamos desarrollo integral. Objetivos como el índice de desarrollo humano[1]. Objetivos como los índices ambientales[2]. Objetivos de convivencia social, de cohesión, de respeto a derechos humanos y de determinación de pueblos originarios. Índices que miden la transparencia y la democracia.
Es en ese contexto en el que nos preguntamos qué revolución celebramos cada 20 de octubre después de más de 70 años.
A pesar de los cambios profundos realizados durante la primavera democrática, mucha agua ha pasado bajo el puente. Con indicadores que colocan a Guatemala como una vergüenza latinoamericana en niveles de desarrollo humano, de distribución equitativa de recursos productivos, de acceso a oportunidades de desarrollo, de destrucción de ecosistemas, de corrupción, de violencia, de pobreza, de desnutrición infantil, de discriminación y exclusión social, solo se puede pedir en Guatemala una cosa: una verdadera y profunda revolución del modelo en que descansan la economía, la política, el ambiente y, por ende, la sociedad.
Las opciones para un guatemalteco o una guatemalteca promedio se resumen a:
- Emigrar
- Dedicarse a actividades ilícitas
- Corromperse
- Resignarse a vivir en la pobreza
- Vivir en encierro voluntario, con deudas, con temor y sin esperanza de que las cosas cambien en el mediano plazo
- Rezar, probar y seguir rezando y probando, pero con muchos factores externos en contra
¿Es ese el modelo que queremos que continúe prevaleciendo para nosotros y nuestros hijos e hijas?
Guatemala necesita una nueva revolución, es decir, un cambio importante en el estado y gobierno de las cosas, que tarde o temprano explotará mientras los encuentros empresariales, los encuentros de organismos internacionales o cualquier foro similar no impliquen acciones para cambiar, con voluntad más que con palabrerías, el errático modelo de desarrollo del país.
La revolución que necesita Guatemala es una que rompa con la incapacidad del Estado de brindar igual acceso a oportunidades para alcanzar niveles de desarrollo integral para el individuo promedio. Una que rompa con los privilegios heredados, que continúan reproduciéndose en el tiempo. Es un cambio de modelo que implique romper con un sistema que depreda ecosistemas impunemente, asesina esperanzas de desarrollo individual y excluye a las mayorías por el accidente de haber nacido en el mismo país bajo ciertas circunstancias fuera de su control individual.
La revolución que le urge a Guatemala es aquella que cambie la posición necia de algunos de no ceder un poco de su bienestar de corto plazo para alcanzar el bienestar de largo plazo para todos y todas.
Es alentador y esperanzador saber, sin embargo, que un grueso importante de la población de varios centros urbanos del país, privilegiada y con relativamente más cuotas de poder individual que el promedio, sale de su burbuja de confort y adquiere conciencia de su condición social y pertenencia colectiva. Sus integrantes dejan de ser individuos aislados y egoístas, que luchan por salvarse a sí mismos, para convertirse en individuos solidarios, que se saben miembros de un grupo más grande que su individualidad. Comprenden que los cambios importantes del estado de las cosas en el país se logran uniendo fuerzas y participando en colectivos que suman poder común. He allí cómo las revoluciones se gestan. He allí la germinación de nuevas realidades. He allí el cambio que no puede postergarse.
[1] Que comprende componentes de educación, de esperanza de vida y de ingresos por persona ajustados por la desigualdad.
[2] Preservación de especies y conservación de bosques y de fuentes de agua.
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