Me explico. En la historia ficticia, los personajes viven en una dictadura cuyo gobierno se encuentra en el Capitolio (donde están los más ricos), y cada cierto tiempo se escoge a dos jóvenes, hombre y mujer, que viven en los distritos (donde habitan los más pobres) para participar en los Juegos del Hambre. Estos consisten en que solo dos de todos los participantes de los diversos distritos sobrevivirán y serán acreedores a sendos premios. Digo entonces que será un poco al revés porque, luego de la famosa frase del presidente «o nos da o nos salvamos de que nos dé», en lugar de que sean dos quienes se sacrifiquen por el resto, seremos la mayoría los que iremos a la nueva normalidad y serán pocos aquellos que logren sobrevivir sin enfermarse. En fin, el país subsistirá. No nos preocupemos.
Así pues, queridos covidianos guatemalensis, nos toca adaptarnos y prepararnos para los tiempos venideros. Debemos tener claro, no obstante, que esta nueva normalidad abarca dos dimensiones relacionadas una con la otra. Es decir, la esfera de lo público y lo privado, de lo individual y lo colectivo, de lo que corresponde al Estado (y a su administrador, el Gobierno) y a nosotros como ciudadanos.
Por un lado, en lo que al Gobierno se refiere, es obvio que la comunicación ha sido confusa, tendenciosa, y ha generado no solo un terror exagerado en la población, sino además ha fomentado, con medidas entre estrictas y arbitrarias, una desobediencia ciudadana, sobre todo en ciertas élites empresariales acostumbradas a la impunidad. Los subregistros y datos equívocos, las cifras poco confiables de contagiados y de fallecidos, contribuyen también a la zozobra. La casi nula ejecución de los programas creados, y para los cuales nos endeudamos por varias generaciones, no se han puesto en marcha ya sea por corrupción o por incapacidad. Aunado a ello, la falta de políticas públicas claras, efectivas, prontas y eficientes se evidencia más cada día.
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Por otro lado, a nivel individual hay varias situaciones que corresponde tomar en cuenta. Cada uno de nosotros es producto no solo de su herencia, sino, sobre todo, de su entorno, lo que implica su cultura, su educación y sus creencias, entre otros elementos. Si muchos de los miembros de una sociedad se comportan de una u otra manera, es porque esa forma de actuar es común a la mayoría de las personas que la conforman. Adquirieron esos hábitos a través del ejemplo y de la práctica. Sumado a ello, los valores individuales de imponer los propios derechos prevalecen sobre los derechos de los demás. En términos concretos, por citar un solo caso, algunos no usan mascarilla porque consideran que ellos no se enfermarán. No piensan en que pueden ser el vehículo para que otros se contagien.
Luego, la falta de educación se traduce en acciones motivadas por la ignorancia, por la superstición o por una fe mal entendida. Hay desde quienes se niegan a que les tomen la temperatura porque, si les colocan el termómetro en la frente, les matarán las neuronas o les implantarán un chip, hasta quienes afirman de manera maniquea que se guían por la voluntad de Dios. Hay, asimismo, poca educación para seguir instrucciones, para actuar de acuerdo con una mínima lógica de autocuidado. En ocasiones, que son las más, como hemos visto, priva la imposibilidad real de seguir las medidas de protección por falta de recursos. En quienes sí cuentan con estos, a veces lo que falta es un poco de empatía, de ponerse por unos momentos en el lugar del otro.
Así pues, mis queridos covidianos guatemalensis, ante este panorama desolador y realista nos toca prepararnos física, emocional y psicológicamente para enfrentar lo que nos espera: cadáveres en las calles como los de Ecuador, hospitales aún más colapsados, cementerios rebasados. La vida y la muerte conviviendo como siempre, solo que ahora compartiendo sus espacios en las redes sociales, que nos acercan a estos hechos y a la vez nos espantan con sus tentáculos de crudeza.
¿Algo por hacer? Ustedes dirán.
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