El maíz le dio existencia al ser humano y, algo trascendental, el cultivo del grano requiere del agricultor, no se puede producir solo. Mutua y sagrada relación y dependencia.
El colonialismo con su ética de muerte, despojo y violencia, despreció al sagrado grano y a sus «inventores», que lograron domesticar plantas silvestres para que emergiera dicho cultivo que hoy es universal. Con arrogancia se le achacó que su consumo provocaba daños cerebrales, que era más apto para alimentar animales y así fue durante mucho tiempo, hasta que a la par de otros cultivos originarios de estas tierras invadidas, sirvieron para solventar las hambrunas provocadas por desastres sociales, naturales y por las continuas guerras de invasión que han caracterizado al mundo occidental.
El sistema dominante asoció el cultivo del maíz a la servidumbre. Los pueblos eran quienes sostenían a las incipientes ciudades y poblados con sus productos agrícolas, dentro de ellos el maíz y la fuerza de trabajo. El colonizador fue colonizado por este grano hasta el punto que su consumo es cotidiano, anhelado, infinitamente diverso en su preparación –como los pueblos– y culturalmente aceptado por los no indígenas.
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El maíz, noble, diverso e incluyente, permitió la sobrevivencia ante la mortandad provocada por guerras, desastres, enfermedades, explotación y pobreza. Hizo posible que los colonizadores, al adoptarlo como alimento, dominaran, explotaran y se apropiaran de los territorios y concentraran la riqueza. Los pueblos originarios, tributaban obligadamente su precioso cultivo a las autoridades, iglesia y, ante las catástrofes, eran las reservas de los pueblos las que eran confiscadas y repartidas para combatir la hambruna y sostener a las milicias que peleaban guerras ajenas: la de los liberales y conservadores.
A pesar de su importancia, no ha sido de interés de las políticas públicas para su desarrollo, al contrario, fue desapareciendo su cultivo paulatinamente y con los tratados de libre comercio, dentro de la nueva etapa de colonialismo, es cuando la producción externa se impuso al cultivo propio, condenando a la población a la inseguridad alimentaria y la pérdida de soberanía.
Hoy dependemos del transgénico, del maíz cultivado con subsidios en Estados Unidos, el cual ingresa al país sin pagar aranceles y con esa desleal competencia los productores locales van agonizando, sostenidos por el precario maíz para autoconsumo.
El sistema global ha hecho actualmente su riqueza del maíz y otros granos extraídos de pueblos negados: trigo, arroz, papas, tomate, cacao, que han sentado las bases de la alta concentración de la riqueza. Las semillas son fuente de riqueza y poder. Finalizando el siglo XX, dentro de los siete cultivos más importantes el mundo, maíz, papa, camote y yuca estaban dentro de estos. Sin mencionar otros no menos importantes: tomate y cacao. La empresa alemana Bayer, Monsanto y otras monopolizan el comercio de la semilla del maíz y con la complicidad de los gobiernos, persiguen a los agricultores tradicionales que utilizan sus semillas nativas. La planta procesadora de maíz, más grande del mundo está en Argentina. Al extractivismo colonial de minerales, prácticas y saberes, se suman los cultivos ancestrales que son robados y patentados para que los dueños ancestrales de estos se vean obligados a depender del mercado capitalista-colonial internacional.
Como consecuencia, lo que se avizora para países dependientes como Guatemala, es una crisis sin precedentes. El maíz, el trigo, la harina, el aceite, los huevos, la carne sufrirán una escalada de precios debido a los problemas de la globalización-colonialismo, cuyo fracaso se ha evidenciado con la pandemia del Covid y el conflicto Rusia-Ucrania-Estados Unidos, que ha obligado a países grandes productores de granos básicos a cerrar fronteras impidiendo la exportación a los que dependen de la producción externa, ante la pérdida de soberanía alimentaria: «La guerra en Ucrania ha desencadenado un alarmante aumento mundial de los controles gubernamentales a las exportaciones de alimentos. Es fundamental que los responsables de formular políticas detengan la tendencia, que aumenta la probabilidad de una crisis alimentaria mundial.» [1]
(continuará)
[1] VOCES. Banco Mundial 8 de abril 2022
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