La contingencia, sin embargo, ha requerido que los docentes demos un salto para el cual, en la mayoría de los casos, no estábamos preparados. De pronto, a veces sin siquiera contar con el equipo necesario, tocó impartir clases en línea y pasar a la virtualidad.
En torno a las clases en línea y a la educación virtual, asimismo, se ha hablado mucho en los últimos meses. Lo cierto es que en Guatemala, desde hace décadas, la educación en general transita por innumerables problemas. Es un tema que aún no se ha empezado a discutir con seriedad para llegar a acuerdos de verdad trascendentes. Desde esta óptica, el paliativo de la educación virtual en estas circunstancias no puede estar ajeno a dicha situación o por encima de esta.
En este sentido, hay ciertos hechos que tal vez valga la pena tener presentes.
Por un lado, arribamos a la virtualidad no por elección, sino por necesidad. Estamos viviendo una emergencia sanitaria única a nivel mundial. Ello implica que todos estemos afectados en distintos órdenes: económico, social, familiar, psicológico, laboral. Si nos quedamos en casa, no es porque estemos de vacaciones. Es decir, a los empleadores, jefes, padres de familia, estudiantes, profesores, autoridades y todos los involucrados corresponde ver (a nosotros y a los otros) con empatía y solidaridad. Muchos estudiantes y docentes no cuentan ni con equipo ni con acceso a Internet, por ejemplo.
Por otro lado, la mayoría de los establecimientos educativos, en todos los niveles, no estaban, no están y no estarán preparados, ni a corto ni a mediano plazo, para asumir las clases virtuales. Simple y sencillamente porque esta modalidad requiere de una gran planificación, de equipos multidisciplinarios y de recursos diversos para ser efectiva, además de estudios profundos y de una capacitación constante a los docentes. Es obvio que en Guatemala no contamos ni siquiera con el suficiente personal especializado en la virtualidad para capacitar a todos los profesores del país. Seamos realistas.
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Parto de mi experiencia. Trato de hacer lo mejor que puedo, pero debo lidiar con mis propias limitaciones respecto a las clases virtuales y a mi manejo medianamente aceptable de las herramientas con que toca implementarlas. Aprendo despacio, por lo que hay muchas personas a quienes agradezco enormemente su paciencia y apoyo. Incluso, he requerido contratar a un tutor para apoyarme. Y aún estoy lejos de alcanzar las metas deseadas. Mientras tanto, desde que la crisis empezó, mis horas de trabajo se han incrementado de manera considerable entre la búsqueda de materiales, la elaboración de las propuestas y los requerimientos de la universidad, entre otros. Estoy exhausta.
Para quien critica, además, vale la pena aclarar que educación virtual no es recibir todas las clases en línea en un tiempo sincrónico, en el que docente y estudiantes comparten un espacio a través de plataformas como Zoom o Meet. Esto es posible con grupos pequeños en los que cada estudiante cuenta con sus materiales. En clases numerosas, sin esas condiciones, estas resultan infructuosas la mayoría de las veces. Es importante reconocer que las clases virtuales implican la elaboración de cursos de acuerdo con sus propios esquemas, tareas y actividades, en los cuales las clases son, de manera usual, asincrónicas. Es decir, cada estudiante las ve y realiza a su propio ritmo y según sus posibilidades. También están las opciones mixtas, en las que se van combinando las clases en línea con el resto de las actividades programadas.
¿Es la virtualidad la mejor manera de impartir y recibir clases? Para mí no. Como un recurso en la emergencia está bien: es una necesidad. Para la vida cotidiana, debe concebirse como lo que es, como una opción más, que se elige porque se quiere o porque no queda otra alternativa. Mi propuesta es sumar y ampliar posibilidades, no restar ni restringir.
Considero que, con sus serios problemas y deficiencias, las clases presenciales, para bien y para mal, a través de la convivencia, de la socialización y del contacto con los otros nos permiten ser precisamente lo que somos: «Humanos, simplemente humanos».
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