Raya en lo trágico constatar la poca o nula capacidad de la humanidad para aprender de su propia historia. Hace 73 años el mundo entero veía con alivio el final de la Segunda Guerra Mundial, la consecuencia trágica del surgimiento y la llegada al poder del fascismo en Italia y Alemania, apoyado por el imperialismo japonés. El auge de la extrema derecha fascista le costó a la humanidad alrededor de 60 millones de muertes, incluyendo militares, civiles y el genocidio étnico, político y religioso perpetrado en el Holocausto, cuyas víctimas fueron mayoritariamente judíos, aunque también incluían polacos, comunistas (y otras personas que militaban en la izquierda política), homosexuales, gitanos, personas con discapacidades físicas y mentales, prisioneros de guerra, etc.
Las ideas y actitudes que dieron origen a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial siguen reproduciéndose. Están llegando al poder en la forma de regímenes que sin pudor promueven el odio, expresado en racismo, xenofobia, homofobia, misoginia y apología de la violencia y de las armas, entre otras. En Europa, estos movimientos se han propagado y han ganado elecciones a un ritmo preocupante, pero quizá el caso más agudo hasta ahora era el del presidente estadounidense Donald Trump.
Sin embargo, a esta preocupación se suma el gravísimo caso de Brasil con la victoria electoral de Jair Bolsonaro, uno de los rostros más agresivos del ultraderechismo latinoamericano. Bolsonaro ha sido descarado al expresar de manera pública actitudes como homofobia, misoginia, racismo, apología de las armas, preferencia por la violencia, militarismo, xenofobia y defensa de la dictadura militar brasileña luego del golpe de Estado de 1964, entre otras de sus muy controversiales convicciones.
Pero ¿por qué incluso un pueblo que ha sufrido la dictadura y el genocidio y que sufre la pobreza y la violencia opta por elegir a sujetos como Mussolini, Hitler, Franco, Ríos Montt, Trump o Bolsonaro, solo por mencionar algunos ejemplos?
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La respuesta a semejante pregunta es compleja, además de controversial. Ciertamente yo no pretendo responderla acá, pero sí me atrevo a asegurar que en todos los casos han jugado un papel crítico la desesperación y el enojo popular por el desempleo, la precariedad económica, la pobreza y la delincuencia; el egoísmo o el instinto de supervivencia individual que genera el miedo a que el migrante o extraño arrebate lo propio; el miedo a lo que no se comprende, como la diversidad de géneros, y el rechazo a abandonar un statu quo que beneficia, el caso de los hombres que se han acomodado a formas machistas en las que se ejerce poder sobre las mujeres o el de quienes se han enriquecido y obtienen beneficios al explotar a otros por razones de raza o condición socioeconómica.
En Guatemala debemos analizar con muchísima atención y cuidado el caso de la victoria electoral de Bolsonaro. No nos son ajenos los aspectos centrales de su discurso, como tampoco los factores que pueden explicar su victoria electoral. Es más que evidente que los estrategas que están aconsejando a Jimmy Morales han seguido y aprendido lecciones importantes de la carrera política de Bolsonaro, incluida esa inquietante afición por la derecha sionista israelí. No sorprende a nadie que Bolsonaro haya prometido que, si ganaba las elecciones, trasladaría la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén.
El próximo año tendremos en Guatemala nuestras elecciones generales. Más nos vale estudiar con atención y cuidado extremos la lección que Brasil está por aprender, que, según nos revela la historia, apunta a que será una muy dolorosa y trágica.
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