Sin embargo, en esta oportunidad quisiera compartir con ustedes algunas generalidades en torno a las causas biológicas de la diversidad sexual, atendiendo a algunas preguntas que suelen hacerse muchas personas con respecto a algunas formas de sexualidad que erróneamente consideraran como ‘alternativas’: ¿Es natural la diversidad sexual?, ¿Es natural la atracción sexual entre individuos del mismo sexo? La respuesta -al contrario de lo que dicen los religiosos y demás conservadores que se han autoproclamado los defensores de la moral- es sí. Es perfectamente natural, y más común de lo que creen. De hecho, existen tantos casos de diversidad sexual, que bien se podría escribir un tratado con todos ellos. Y aún queda mucho por descubrir.
El primer aspecto a considerar, es la determinación biológica del sexo. Los humanos -al igual que la mayoría de mamíferos y algunos insectos- manifestamos un sexo determinado por los cromosomas ‘X’ y ‘Y’. Ya sabemos que los machos son ‘XY’, y que las hembras son ‘XX’. Sin embargo, en el sistema cromosómico ‘X/0’ (equis/cero) que presentan los grillos, langostas, cucarachas, e incluso unos pocos mamíferos; las hembras tienen un juego cromosómico ‘XX’, y los machos únicamente presentan un cromosoma ‘X’, por lo que se denominan ‘X0’. También está el sistema cromosómico ‘Z/W’ que presentan las aves, los reptiles y algunos otros organismos; que son hembras cuando presentan un juego cromosómico ‘ZW’, y machos cuando el juego es ‘ZZ’ (más o menos a la inversa que en humanos).
Y eso no es todo, ya que cada uno de los anteriores sistemas cromosómicos de determinación sexual, tiene sus propias variantes -aunque poco frecuentes- que son comúnmente conocidas como ‘aberraciones cromosómicas’. Tal es el caso de los individuos que en vez de presentar 2 cromosomas sexuales, presentan 3, y por tanto manifiestan un sexo difícil de definir dentro de las clasificaciones convencionales.
A pesar de que el juego cromosómico puede ser determinante en la manifestación del sexo, éste no necesariamente determina otros aspectos de la sexualidad, como las preferencias sexuales, por ejemplo. Para esto, es más importante la influencia de los ‘genes relacionados al sexo’ (‘sex-related genes’ en inglés), que a su vez presentan tantas formas (alelos), como manifestaciones distintas en el comportamiento sexual.
Tal y como explica el ecólogo evolucionista Aldo Poiani en su libro ‘Homosexuality: A Biosocial Perspective’, estudios recientes han demostrado la existencia de una amplia variedad de genes (localizados tanto en cromosomas sexuales, como en cromosomas no sexuales) cuya manifestación aislada o conjunta, pueden dar como resultado distintas formas de comportamiento homosexual o bisexual.
A pesar de todo lo anterior, en muchos animales, la determinación del sexo no es genética (machos y hembras presentan la misma composición cromosómica), si no debido a la influencia de distintos factores ambientales. En las tortugas marinas, por ejemplo, el sexo está determinado por la temperatura a la que se encuentran expuestos los huevos en el nido durante el periodo de incubación. Un gran número de peces, como los peces payaso (recordemos al protagonista de la película Nemo), pueden cambiar de sexo dependiendo de lo que mejor convenga según la proporción de los sexos presentes en la población (en respuesta a estímulos hormonales), y de hecho, un solo individuo puede cambiar de sexo varias veces durante el transcurso de su vida.
También existen casos muy especiales de vertebrados que se reproducen por partenogénesis, y cuya descendencia está constituida por clones idénticos de la madre, como es el caso de las lagartijas pertenecientes a la especie Cnemidophorus uniparens, cuyas poblaciones están constituidas únicamente por hembras (los machos han desaparecido en el curso de la evolución de la especie) que se aparean entre sí, para inducir a la reproducción partenogénica.
Su reproducción es asexual desde el punto de vista biológico, pero es bastante sexual desde el punto de vista conductual, porque sí se da el acto sexual, pero es un sexo entre hembras, mediante el frote rítmico de sus genitales, pero sin penetración -porque no hay penes involucrados- y sin fertilización. En lenguaje común, podría decirse que son lagartijas lesbianas, y es más, pueden tener crías sin necesidad de un macho. ¿Qué tal?
Como estas lagartijas, algunos animales ni siquiera tienen un mecanismo definido de determinación sexual, ya que todos los individuos de la población pertenecen al mismo sexo. Algo parecido sucede con muchas especies de caracoles, lombrices y otros invertebrados, que son típicamente hermafroditas, ya que poseen ambos sexos. No son machos ni hembras, sino ambos, por así decirlo.
En general, además de machos, hembras y hermafroditas; también existen los individuos intersexuales. La intersexualidad, es un término que incluye a una amplia variedad de individuos que presentan un sexo biológico intermedio entre los extremos de macho y hembra, y aunque cueste creerlo, es muy común en muchos animales, incluyendo a los humanos. De hecho, en ciudades como Londres se estima que la intersexualidad es tan frecuente como la ocurrencia de gemelos, o de pelirrojos.
Las causas biológicas de la intersexualidad no son únicamente cromosómicas, y nada tienen que ver con factores ambientales. Es una combinación entre el sexo cromosómico, la manifestación de genitales masculinos, femeninos o intermedios; presencia de ovarios o testículos, producción de hormonas típicamente femeninas o masculinas, y presencia o ausencia de útero. Cada una de las dualidades anteriores (con excepción de la última) constituyen dos extremos entre los cuales pueden existir estadíos intermedios.
Para ilustrarlo mejor, imagine una línea en la que en un extremo se encuentra un aspecto de cada dualidad, y en el otro extremo se encuentra el aspecto complementario. Ahora bien, si para cada dualidad hacemos el mismo ejercicio, y los combinamos, obtenemos una especie de ‘ecualizador’ de la intersexualidad, cuyas combinaciones dan como resultado la ocurrencia de individuos que, por ejemplo, pueden presentar un juego cromosómico ‘XY’ (masculino), y genitales femeninos (o viceversa); o individuos que presentan un juego cromosómico determinado, genitales externos coincidentes a dicho juego cromosómico, y presencia de gónadas (ovarios o testículos) contrarias a lo esperado según los aspectos antes mencionados. Entre otras cosas, los individuos intersexuales pueden presentar órganos reproductores masculinos y también ovarios internos, dar como resultado hembras con órganos reproductores femeninos y también testículos (sin pene), y otro sinnúmero de condiciones intersexuales.
Tomando en cuenta lo anterior, talvez valdría la pena reconsiderar la definición de las palabras ‘homosexualidad’ y ‘bisexualidad’. Tomemos como ejemplo a una mujer, que presenta las típicas manifestaciones físicas del sexo femenino: cuerpo curveado, pechos, facciones delicadas, vulva, clítoris y vagina; pero carece de útero, y presenta un juego cromosómico ‘XY’ (genéticamente masculino), y se encuentra sexualmente atraída hacia los hombres; entonces ¿es homosexual, o no lo es?
Lamentablemente, desde el punto de vista social, esta persona no tendría cabida dentro de las definiciones tradicionales de lo que se considera como el ‘sexo’ de un individuo (M o F), y por tanto tampoco puede definirse como heterosexual, homosexual o bisexual. Sin embargo, estas personas existen, son muchas, y su condición es perfectamente natural. Personalmente soy de la opinión de que deberíamos de deshacernos del paradigma de que sólo podemos ser hombre o mujer; y adoptar nuevas definiciones de ‘sexo’, que admitan y reconozcan la intersexualidad como una condición legítima desde el punto de vista biológico y social.
Dejando por un momento a un lado el sexo biológico, ¿sabía usted que el cerebro de hombres y mujeres homosexuales, es distinto al de las personas heterosexuales? El área cerebral llamada tálamo, de una mujer homosexual, no es parecida a la de un hombre, ni al de una mujer heterosexual, sino diferente, tal y como lo discute la afamada bióloga evolucionista Joan Roughgarden en su libro ‘Evolution’s Rainbow’; y lo mismo ocurre con hombres homosexuales. Obviamente, es de esperarse que diferentes ‘tipos de cerebro’ den como resultado comportamientos distintos entre las personas, además de que por una diversidad de motivos, cada uno de nosotros es único, irrepetible y diferente al resto de personas existentes en el planeta.
Las preferencias sexuales de una persona no necesariamente tienen que estar determinadas por su fisiología o su sexo biológico (masculino, femenino, o intersexual). También existe la posibilidad de que la preferencia sexual se vea influenciada por factores psicológicos y culturales, aunque esto ya es materia de estudio de las ciencias sociales.
En el contexto sociológico, también es importante considerar una perspectiva de Género al hablar de sexualidad. ‘Sexo’ y ‘género’ no se refieren a lo mismo. El ‘sexo’ está determinado biológicamente, mientras que el ‘género’ es un término que hace referencia a la identidad sexual de un individuo; es decir, la forma en que éste reconoce su propia sexualidad. Aunque es importante conocer las bases biológicas del sexo y el comportamiento sexual, soy de la opinión de que dicho conocimiento no debería de ser un requisito para reconocer, aceptar y respetar la manera en que las personas viven su propia sexualidad. Después de todo, ¿quiénes somos nosotros para juzgar las preferencias de los demás?
En fin, en el Reino animal existe un sinnúmero de formas de sexualidad (y más aún en el Reino vegetal), de modo que ese argumento de los moralistas conservadores y dogmáticos, de que el sexo únicamente es ‘correcto’ si se hace ‘como dios manda’ (entre miembros del sexo opuesto), no es más que un prejuicio que contradice a la naturaleza misma, tal y como tantos investigadores han logrado demostrar por medio de la ciencia. Lo anterior, es bien sabido por cualquier persona con suficientes conocimientos de biología y conducta sexual (zootecnistas, veterinarios, acuicultores, médicos, biólogos, etc.), y de hecho no es nada nuevo para la ciencia.
Si a usted le interesa indagar un poco más sobre este tema, desde una perspectiva biológica, puede buscar información más detallada en libros de texto y artículos científicos sobre biología sexual, e incluso hacer sus propias observaciones en los animalitos del jardín; pero la próxima vez que sienta el impulso de juzgar a alguien por sus preferencias sexuales, tómese un momento para investigar, y pensar en la gran diversidad sexual que existe en la naturaleza. Considere que la sexualidad de esa persona, al igual que la suya, es el resultado de la combinación de muchos factores biológicos y socio-culturales, de modo que son parte intrínseca de su naturaleza como animal social. Después de todo, ¿quiénes somos nosotros para juzgar el orden natural de las cosas?
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