I. Un río de agua y detergente

Al fondo de un barranco, a la orilla de un caudal del que solo queda un diminuto río de agua con jabón, diez mujeres y niñas lavan su ropa en la pila comunal de la aldea Vuelta Grande. La pila tiene apenas un metro de profundidad, pero el líquido que brota de la montaña, pese a ser invierno, apenas llena quince centímetros. 

Un recién nacido duerme envuelto en un rebozo mientras su madre restriega la ropa. Otros niños juegan en una pila hasta que uno de ellos cae al agua. La madre lo regaña, le da una nalgada, es invierno y el niño tendrá que quedarse mojado hasta que ella termine de lavar.

Para ellas, regresar a casa no es fácil. Se ponen las cubetas de ropa húmeda en la cabeza, a los niños más pequeños en la espalda y caminan durante 20 minutos, cuesta arriba, en la vereda de lodo que conecta con la carretera principal.

Mujeres lavan ropa en la pila comunitaria, al fondo de la montaña donde se ubica la aldea Vuelta Grande, teniendo que esforzarse en doblarse para agarrar el agua ya que el nivel está muy bajo. Simone Dalmasso

Hacen ese recorrido por lo menos tres veces a la semana, sin importar lo duro del camino o los riesgos de deslave. No tienen otra opción. En sus casas improvisadas con láminas no hay agua para lavar la ropa, ni para bañarse o para beber. A menos que puedan comprarla. 

Estas niñas y mujeres pertenecen a las 240 familias que viven en la aldea Vuelta Grande, en Antigua Guatemala. Ese mismo municipio en el que según Trivago, hay más de 40 opciones de alojamiento con piscina.

Abajo, en el valle, el agua es lo suficientemente abundante para alimentar las fuentes, regar los jardines y saciar la sed de la industria turística, de los residenciales de lujo y de las casas que algunas familias utilizan para descansar de la ciudad capital los fines de semana.

La lógica colonial y una montaña olvidada

Antigua Guatemala es una de las alcaldías más apetecidas por los partidos políticos. Sobre todo por su presupuesto, entre los diez más grandes del país. En el último año su presupuesto fue de Q223 millones.

Sus recursos hídricos también son envidiables. Según el mapa de disponibilidad hídrica del Instituto de Investigación y Proyección sobre Ambiente Natural y Sociedad (Iarna) de la Universidad Rafael Landívar, Antigua cuenta con 1395 metros cúbicos de agua por habitante al año. Eso es siete veces más la de la ciudad de Guatemala y tres veces más que la de Mixco. 

El parque central de La Antigua Guatemala, con su famosa fuente, objeto de miles de postales turísticas. Simone Dalmasso

En teoría hay agua suficiente para garantizársela a todos los vecinos. En la práctica no es así. En el centro de Antigua Guatemala, donde están los residenciales, hoteles y comercios, no es un problema. La escasez es periférica. Comienza a percibirse cuando uno se aleja rumbo a las aldeas y se agrava en el norte del municipio. En los mismos cerros que antaño fueron la principal fuente de agua de la ciudad. 

“Por el turismo en el municipio los hoteles y restaurantes del casco urbano tenemos servicios de calidad todo el tiempo. Así debería ser para todos, pero lamentablemente te das cuenta que las personas más olvidadas están en las comunidades indígenas, cakchiqueles en su mayoría”, señala Suzanne Brichaux, quien posee un restaurante en el centro de la ciudad y fue candidata a diputada en las últimas elecciones. 

A diferencia de las aldeas del sur como San Juan del Obispo o Santa Ana, que cuentan con vestigios arqueológicos y han experimentado un mayor desarrollo inmobiliario, la parte norte recibe poca atención municipal. No fue sino hasta 2010 que Vuelta Grande, El Hato y Guardianía El Hato fueron elevadas a la categoría de aldeas.

Esa distribución desigual no es nada nuevo. Una tesis del historiador Juan Carlos Ramirez describe cómo funcionaba en la época colonial el abastecimiento de agua. Para los edificios gubernamentales y religiosos y las casas de los grandes comerciantes, había ramales y grandes fuentes internas. Además, el cabildo les llevaba agua gratis hasta la puerta de sus casas. El resto de la ciudad debía conformarse con pilas y búcaros de uso comunitario.

Uno de los muchos grifos públicos presentes en Vuelta Grande. Según los comunitarios, la mayoría de las veces están secos. Simone Dalmasso

Este fenómeno se mantiene hasta hoy. Leonardo Culajay, alcalde auxiliar de Vuelta Grande, explica que siempre han tenido problemas de desabastecimiento, pero que la situación se agravó en los últimos años. “Los muchachos se casan, traen más familias y los nacimientos tampoco nos aguantan tanto”, explica. Llevan ya diez años pidiendo un sistema de agua potable a la comuna, sin éxito. Mientras tanto, más de 200 personas de escasos recursos sin acceso a agua potable.

En los últimos años el auge del turismo ecológico hizo surgir hoteles que aprovechan la vista desde estas aldeas. “Como no había que atravesarlas para entrar o salir de la ciudad nadie les había puesto atención. Ahora lo hacen porque hay turismo. Si no fuera por eso aún estarían ignorados”, cuenta Juan Domingo Pérez, un excandidato a la alcaldía antigueña.

“La antigüeña es una sociedad muy racista, hay muchos vecinos que se creen españoles y que sienten que tienen más derechos o que creen que estas personas cuentan más como vendedores que como vecinos”, agrega. 

II. Quinientos por el agua

El nombre de la aldea Vuelta Grande describe literalmente su ubicación, justo en la vuelta de la carretera que comunica las aldeas El Hato y San Mateo Milpas Altas. En lo alto del cerro El Cucurucho. 

No hay ningún rótulo que indique que uno está en la aldea. La seña son los depósitos de agua a la orilla de la carretera. De ellos se desprenden tuberías que alimentan varios chorros. Es toda la infraestructura de distribución que tiene la comunidad. En el último año, la municipalidad de Antigua Guatemala envía ocasionalmente una cisterna para llenar esos depósitos pero se acaba rápido.

María Florencia Luin vive en la entrada a Vuelta Grande, en una ladera, 10 personas viven en tres casas de lámina que comparten una fosa séptica. Cada mes, como el agua que deja la municipalidad no alcanza, entre las cuatro familias tienen que juntar 500 quetzales para comprarle agua a una empresa. 

La aldea de Vuelta Grande, Sacatepéquez, ubicada a 20 minutos de carro desde La Antigua Guatemala. Simone Dalmasso

“Con eso ya aguantamos y llenamos cinco de estos”, dice María Florencia mientras señala unos tambos azules en los que cabrán, en total, un aproximado de mil litros que once personas usan para beber, cocinar y bañarse. Estas familias viven del cultivo de flores y cilantro que bajan a vender al mercado de Antigua Guatemala. En un año estas familias de Vuelta Grande habrán gastado seis mil quetzales en comprar doce mil litros de agua que no alcanzan para llenar ni la mitad de una piscina pequeña. 

Con el mismo dinero, abajo, en el valle, una familia de cuatro personas puede costear cinco noches de alojamiento en una “suite deluxe” con una bañera de hidromasaje que en cada uso consume la mitad del agua que los vecinos de Vuelta Grande tienen para vivir un mes completo.

Un flujo lento

Antes de llegar a Vuelta Grande está la aldea El Hato, el alcalde auxiliar, Leonardo Ixjotop, dice que con ellos el problema del agua no es tan grave. Sin embargo, según explica, como la bomba no tiene tanta fuerza, los vecinos se organizaron y alguien se encarga de ir abriendo y cerrando las llaves que están a lo largo de la tubería para racionar el agua. Medio día para “los de abajo” y medio día para “los de arriba”.

Para Ixjotop es más grave la falta de drenajes. A lo largo de las calles el agua con detergente que sale de las viviendas se mezcla con la lluvia que baja de los cerros y que podría ser captada y aprovechada si existiera infraestructura. Según el alcalde auxiliar, también tiene problemas con vecinos que a falta de fosas sépticas también arrojan sus aguas negras. 

El problema de los drenajes no solo es en la parte alta del municipio. En el centro de la ciudad sus colectores se sobrecargan en invierno y todas las aguas las descargan en el río Guacalate.

La pila de la aldea El Hato, a la entrada de la comunidad, luce completamente seca. Las indicaciones llevan a proyectos turísticos criticados por la gestión del recurso hídrico. Simone Dalmasso

En 2016, durante la administración de la exalcaldesa Susana Ascensio, hubo un proyecto para crear un plan maestro para la distribución y saneamiento del agua. La municipalidad reconoció la carestía, la contaminación de los ríos Guacalate y Pensativo, y la necesidad de tener sistemas de captación. 

Luis Felipe Valdéz, miembro de un Consejo Comunitario de Desarrollo e impulsor del proyecto, explica que la idea era mejorar toda la infraestructura y establecer reglamentos específicos para agua potable, drenajes y manejo de desechos sólidos. 

El proyecto nunca se concretó debido a que la administración de Susana Ascencio estuvo marcada por los conflictos dentro del concejo municipal y la poca ejecución llegó a tal punto que en 2019 la municipalidad solo gastó el 47% de su presupuesto.

Ese año las tareas de la municipalidad se limitaron a trabajos de reparación y mantenimiento de tuberías y quedaron pendientes de ejecutar veinte proyectos relacionados con instalación de bombas de agua, ampliación de tuberías, construcción de alcantarillados y de plantas de tratamiento. 

El alcalde actual de Antigua Guatemala es Víctor Hugo del Pozo pero no respondió a las preguntas trasladadas a través de la oficina de comunicación. 

La Concejal II y presidenta de la comisión de infraestructura y ambiente, Beatriz Vásquez, explica que encontraron un gran rezago en proyectos relacionados con el agua. “Hay problemas de todo tipo. Algunos han sido muy fáciles de solucionar en los que, por ejemplo, sólo había que negociar un paso de servidumbre; otros sí requieren todavía hacer estudios técnicos y sacar a licitar. Tenemos gente muy preparada pero es un trabajo que lleva tiempo y cuyos resultados no son tan visibles como ver una calle pavimentada”. 

El acceso a las pilas de Vuelta Grande, al fondo de la comunidad, destaca por la vegetación exuberante y lo seco que está el río. Simone Dalmasso

Vásquez ejemplifica la gravedad del problema con la fuente que está al final de la alameda de El Calvario. “Esa fuente hoy está cerrada porque nos encontramos con que no tenía un sistema de reutilización como cualquier otra fuente. Lo que hacían era abrir un chorro y el agua que brotaba se iba al desagüe”.

Para el caso de Vuelta Grande y El Hato explica que la topografía es un problema: “Podemos poner una bomba con mayor potencia pero nos encontramos con que entonces requiere mayor energía eléctrica que no hay en la comunidad y tenemos que solucionar eso antes de avanzar. Lo mismo sucede con los drenajes, hay tanto desnivel que aunque lo parezca no es una obra tan fácil de implementar”.

En 2020, según la información de la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan), a través de los consejos comunitarios de desarrollo se asignaron seis millones de quetzales para construir tres sistemas de distribución de agua potable en Antigua Guatemala. Hasta finales de noviembre sólo habían ejecutado el 20% de las obras. Si antes de diciembre estas no concluyen el dinero vuelve al fondo común y la Municipalidad de Antigua tendría que asumir los costos.

El problema de la falta de ejecución no es exclusivo de la ciudad colonial. Según Segeplan, de los Q65 millones destinados en 2020 a las municipalidades para mejorar el acceso a agua solo se ha ejecutado el 49%.

Suzanne Brichaux, vecina, comerciante y excandidata a diputada, otro factor que incide en la desigual atención a los problemas de agua es electoral: “La mayor parte de los votos en Antigua vienen de San Felipe de Jesús, San Juan del Obispo o San Pedro de las Huertas, entonces son comunidades que los alcaldes priorizan para tenerlas contentas o por lo menos en espera de más proyectos”.

III. Piochas, palas y peligro

Como la alcaldía auxiliar de Vuelta Grande no tiene sede, Leonardo Culajay atiende en una banca de la única escuela de la aldea. “Tenemos un pequeño nacimiento que se llama El Corral, pero es poca agua que nos da. Este año formamos faenas (jornadas laborales) para trabajar de lunes a sábado. Hicimos nuevos túneles y eso nos está ayudando un poco”, comenta, mientras señala lo alto de la montaña.

Un trabajo de sensibilización sobre la importancia de cuidar el agua destaca pegado en las ventanas del aula de cuarto grado de la Escuela Rural Mixta de Vuelta Grande. Simone Dalmasso

Según explica el alcalde auxiliar el trabajo suele llevar dos meses en lo que limpian el área, excavan y hacen túneles de dos metros para que el nacimiento no quede enterrado. Culajay no sabe cómo las tormentas habrán dejado el nacimiento de agua este año. Además de eso tiene otra preocupación: las torres de la empresa Transportadora de Energía de Centroamérica S.A, mejor conocida por sus siglas, Trecsa.

“Si uno se descuida esa gente de noche llega a talar los árboles. El problema es que quieren pasar por los cerros y si se van los árboles se van a terminar de secar los nacimientos”, comenta.

Los conflictos, el futuro y el plan que nunca llega

Durante la noche, en noviembre de 2019, personal de Trecsa, el megaproyecto más grande del país, llegó a Vuelta Grande y taló árboles en la parte alta del cerro pese a que un año antes, la municipalidad les había negado la licencia de construcción. Los vecinos temen que el proyecto se reactive.

“La instalación de torres no solo daña el paisaje de la ciudad sino que, debido a la tala, afectaría una zona de alta recarga hídrica para los nacimientos naturales. Esos cerros son una fábrica de agua”, comenta Juan Domingo Pérez, miembro de la Coordinadora de Comunidades afectadas por Trecsa.

Si bien este es el caso más notorio, hay otros conflictos de menor escala relacionados con el uso del suelo y la falta de regulación sobre el agua.

Vecinos de las aldeas El Hato y Vuelta Grande recelan a los hoteles y fincas que sí cuentan con agua porque tienen los recursos para perforar pozos propios. En San Pedro Las Huertas, en 2019, la desesperación por el líquido fue tan grande que se organizaron y salieron a abrir zanjas para ver si alguna finca vecina les estaba robando el líquido. Lo que encontraron fueron tuberías dañadas y supuestas conexiones ilegales que la municipalidad nunca revisó. 

La municipalidad de Antigua Guatemala no posee datos certeros sobre la cantidad de pozos en fincas privadas. En 1994 intentó regularlas con un Acuerdo Municipal sobre Aguas Subterráneas de la Ciudad de Santiago de los Caballeros, que facultaba al Departamento de Aguas Municipales a suspender cualquier obra de perforación de pozos que no tuviera una licencia municipal. 

Dicho acuerdo lo impugnó el Ministerio Público y la Corte de Constitucionalidad lo anuló al considerar que la comuna invadía la esfera del Congreso ya que solo una Ley de Aguas podía regular el aprovechamiento del manto subterráneo.

Desde entonces no hubo otro intento por reglarlo. “El problema es que esta ciudad crece y cuanto más crezca más problemas habrá porque tampoco vamos a tener agua para siempre”, dice Luis Felipe Valdés, miembro de un COCODE y representante de la Asociación de Copropietarios de la residencial Jacarandas de Antigua (ASCOJAN).

Dicha asociación mantiene un pulso legal contra el desarrollo de un proyecto inmobiliario en la Finca La Chacra, ubicada en la entrada a Antigua Guatemala, en las faldas del cerro El Cucurucho y atravesada por el río Pensativo. 

El río Pensativo luce seco en un canal de la ruta que conecta la cabecera con San Cristobal El Bajo. Simone Dalmasso

Según un juzgado municipal, Caleregua, S.A., la empresa a cargo, ya construyó un puente e hizo trabajos de alcantarillado sin contar con una licencia municipal. Pese a que el proyecto se desarrolla en una zona de alta recarga hídrica, el Estudio de Impacto Ambiental del proyecto no contempla las consecuencias de la obra. Su descripción del área de impacto en realidad es una descripción histórica de la ciudad.

En Antigua Guatemala, al igual que en casi todas las ciudades del país, la urbanización avanza más rápido que la capacidad municipal para regularla.

Desde 1969, la Ley Protectora de la Ciudad de Antigua Guatemala (decreto 60-69) estableció que la ciudad debía contar con un “Plan Regulador” para su crecimiento urbano pero este nunca se concretó. Actualmente el desarrollo de la ciudad está regulado por el Reglamento del Plan de Ordenamiento Territorial (ROT), aprobado en 2008, que más que un plan de largo plazo, sólo establece parámetros generales que dejan su aplicación a discreción de las autoridades. 

Pese a todos los problemas derivados de esta falta de planes de desarrollo, la municipalidad cuenta con un Plan de Ordenamiento Territorial que también abarca a los municipios de Jocotenango, Pastores y Ciudad Vieja. Dicho plan fue elaborado en 2017 por la empresa española IDOM y tuvo un costo de diez millones de quetzales que fueron pagados por el Programa Nacional de Competitividad del Ministerio de Economía.

La empresa sostuvo mesas de trabajo con autoridades, vecinos y empresarios de estos municipios y presentó la propuesta final en diciembre de 2018. El resultado final es un documento técnico que aborda el plan de crecimiento de la ciudad y una larga lista de recomendaciones para manejar mejor las cuencas y modernizar el sistema de distribución y saneamiento del agua antes del año 2032.

A la par de la pila comunitaria, en Vuelta Grande, el pequeño caudal del río que debería correr atrás de la estructura, luce sólo por la basura que contiene. Simone Dalmasso

“Es un documento muy valioso —señala la concejal Beatriz Vásquez—, y yo cómo soy arquitecta he intentado impulsarlo en el Consejo. Es un proceso lento porque la mayoría de miembros son de profesiones ajenas al urbanismo y cuesta ir explicando la importancia de estos proyectos tan técnicos”. Por el momento no hay una fecha tentativa para aprobar el POT.

Mientras tanto la ciudad seguirá creciendo, el estudio elaborado por IDOM estima que en los próximos 12 años se construirán cuatro mil nuevas viviendas que requerirán de agua y una mejor administración para evitar los conflictos comunitarios.

Para Vásquez, una posibilidad a futuro para financiar las obras relacionadas con la distribución podría ser establecer precios diferentes según su uso. “Tenemos muchas personas que solo tienen casas de fin de semana pero que igual gasta agua a diario en el riego de sus jardines. A nadie le gusta más pero tendremos que hacer conciencia”, explica. 

IV. El mayor sueño

En promedio, las catorce personas que viven con María Florencia en la entrada a Vuelta Grande, tienen 800 litros de agua al año para saciar sus necesidades al año. Esto, en un municipio que, según el Iarna, tiene capacidad para que cada habitante cuente con 1395 millones de litros anuales.

Dos mujeres vuelven a su casa después de haber llenado sus ánforas en un grifo público de la comunidad, en Vuelta Grande

Y en Vuelta Grande lo único que esperan es una bomba que solicitaron hace diez años. El alcalde auxiliar, Leonardo Cualajay, luce contento al terminar la entrevista a finales de año. “Parece que ahora sí ya va a estar porque eso es lo que nosotros siempre hemos soñado para que se nos arregle el problema del agua”, dice con las manos entre su chaqueta.

Lo que no sabe Culajay es que en febrero de 2020, según consta en el acta municipal 107-019, el proyecto para la construcción de la bomba fue anulado ante “la duda razonable sobre la actuación de ex funcionarios municipales con la empresa, situación que pone en riesgo la transparencia del proceso”. 

Vuelta Grande aún tendrá que esperar. La obra sigue paralizada.