Como muchos otros ciudadanos, observé cómo cientos de personas corrían o caminaban siguiendo algunas antorchas encendidas en medio de los bocinazos y la algarabía que demostraban quienes iban en picops repletos, a punto de sucumbir, o en algunos buses escolares adornados para el efecto. Se oían los gritos, los silbatos y los ruidos de las vuvuzelas que acompañaban a quienes estaban ufanos por correr en las calles y sentirse dueños y protagonistas de ellas aunque sea por un rato.
Paradoja de las paradojas, la mayor diversión de algunos adolescentes consistía en tirar bolsas de, imagino, agua a los transeúntes que pasaban cerca de los estancados vehículos, o incluso de un lado de la calle para el otro, esperando con ello mojar a quienes iban en vehículos y tal vez eran o no sus conocidos. Y digo paradoja porque literalmente estaba lloviendo. Me vino entonces a la mente aquel dicho tan común que usamos cuando nos va mal en algunas cosas: nos está lloviendo sobre mojado.
Se me ocurrió, entre otras cosas, que, más que fervor patrio, muchas de estas personas, sobre todo jóvenes, quizá salen a la calle con la excusa de desahogarse, gritar, insultar, mentar madres, mostrar su poco patriótica conducta abusiva y, en fin, liberarse de todas esas pequeñas opresiones individuales y represiones sociales a que nos tiene sometidos un país tan conflictivo como el nuestro.
Para cerrar con broche de oro aquella muestra de patriotismo tan insigne, tan poco amigable y a punto siempre de estallar a la menor provocación en un acto colectivo de violencia, a eso de las nueve y pico el bulevar empezó a llenarse de camiones, tráileres y demás vehículos de carga pesada, con lo cual se complicó aún más el ya pausado y arduo transitar de los vehículos.
Me surge, asimismo, otra reflexión que pareciera estar aislada de todo el contexto patriótico, pero que finalmente viene a estar estrechamente entrelazada con este. Quienes controlan el tránsito capitalino, una de tres: o rondan en la estupidez más excelsa o son unos tremendos ignorantes o simple y sencillamente no les importa causar daño a las grandes mayorías de gente común y corriente y permiten, como el resto de los días, el paso por las vías principales a estos camiones que solo generan más tráfico.
Llego a la triste conclusión de que es probable que dichas autoridades adolezcan de todos estos males, aunque, para ser franca, considero que, más bien, como siempre, por lo menos desde que se llevó a cabo la independencia (solo para que mi comentario esté más actualizado), a quienes dirigen el país en cualquiera de sus rubros no les interesa el bien común, no les interesa ni importa lo que sufran ni los pobres ni la clase media, sino solo les importa velar por los intereses de esos pequeños grupos que han amasado sus inmensas fortunas cueste lo que cueste y afecte a quien afecte, siempre y cuando ellos mismos no pierdan ni un céntimo de sus ya abusivos ingresos.
En fin, hablar de amor patrio da para mucho. De lo que sí estoy segura es de que, mediante estas muestras de efusividad mezcladas con tanto abusivo encanto, poco o nada podremos sacar de ventajoso para nuestro querido país.
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