Es importante ir más allá de la idea de que éste (la votación) es el único momento en el que políticamente puede hacerse algo y que, por lo mismo, como diría John Wayne “aman’s gotta do what a man’s gotta do”. Esa es una lógica no solo obtusa, sino resignada, me parece. Descubriremos miles de formas de participar, en las que la gente se debate realmente la vida y la muerte, el día que nos tomemos la molestia de salir de la burbujita protectora de los muros universitarios y los amurallados condominios. Mi argumento es construir una estrategia política en la cual el punto de la abstención es, posiblemente, el más polémico de sus pasos. Pero es solamente eso, un momento en una estrategia más grande que pone a la vida en el centro del debate. Eso es lo explicaré en este artículo. Si alguien se siente afligido por su incorrección política, pues podemos discutir alternativas más sensibles al tacto. La idea, en todo caso, es intentar producir algún tipo de esperanza sin recurrir a moralinas facilonas en las que el miedo se disfrace de buenas intenciones.Muchas de las ideas que continúan las he retomado de pensadores como Dussel y Hinkelammert, así como del debate con varios amigos de distintos grupos de discusión.
Me parece que uno de los grandes problemas de la política se debe a la configuración de la “racionalidad” dominante en general y la modernidad política guatemalteca en particular. Cuando me refiero a racionalidad dominante pienso en algo muy sencillo: hay un imaginario que se ha generalizado transversalmente en las sociedades del mundo, que ha puesto en el horizonte de las acciones sociales, económicas, políticas y culturales el enriquecimiento como máximo referente de sentido y deseo. Por eso considero que los debates entre (neo)liberales y (neo)socialistas terminan siempre en la redundancia, en cuanto ambos pretenden alcanzar lo mismo, pero de forma distinta. En la actualidad no hay una disputa por los fines, sino por los medios. El fin está dado de antemano: producir ganancia, generar riqueza (sea desde el cinismo neoliberal, la socialdemocracia o el utopismo socialista). Los medios, en Guatemala, son las alternativas chafarotescas o las solidaridades hipócritas.
La ilusión que se maneja no es sólo que la riqueza vaya a ser fuente de felicidad, sino, particularmente, de seguridad: seguridad para producir empleo, seguridad para producir placer, seguridad para eliminar delincuentes, seguridad ante el medio ambiente, seguridad en el consumo, etcétera. Digo que es una ilusión porque, como lo demuestra la catástrofe nuclear/ambiental japonesa, nada puede hacer ese modelo de civilización, esa riqueza creada por la modernidad capitalista, para asegurar lo que sea que piensan tienen seguro: un pedito del planeta y toda la fantasía del bienestar asegurado se viene abajo y medio Japón se encuentra no sólo devastado por el terremoto, el tsunami, sino también por los altísimos niveles de venenos radiactivos.
Cuando afirmo, entonces, que la política en la actualidad es cínica porque se alimenta de esa ilusión de seguridad, me refiero, nuevamente, a algo muy sencillo. La vida y la muerte son parte de un simple cálculo de costos y beneficios orientados a producir riqueza. Para los políticos, los empresarios, los analistas, etcétera, es claro que el modelo de “civilización” (y sus propuestas de desarrollo) que ha puesto la ganancia como único criterio de razón, tiene serias consecuencias en cosas como el deterioro ambiental, las muertes generadas por los despojos territoriales, las hambrunas, etcétera. Estas personas saben que la riqueza producida no los asegurará de nada. Sin embargo, siguen haciendo lo mismo como autómatas que inventan medios distintos, para perseguir el fin del enriquecimiento que produce tanta destrucción y muerte.
Entonces, cuando propongo que hay que hacer un boicot a las elecciones, como dije también hace dos semanas, no estoy pensando en que eso sea un fin por sí mismo. Hay una estrategia mucho más compleja que consiste en problematizar el presente. Pero no desde la teoría, sino mediante una práctica concreta, que consiste en tratar de poner en jaque no solo a la política electoral, el sistema de partidos, sino a la razón de la política en general en acciones políticas concretas, que demandan movilización de las mentes críticas, en función de buscar formas alternativas de “racionalidad” que nos permitan sustituir el criterio del enriquecimiento y la ganancia sobre la “muerte” por el de la reproducción de la vida. Es decir, transformar la vida en el referente máximo de la razón que guíe las industrias políticas, económicas y sociales.
En lo particular, no le encuentro el sentido a fomentar un contradictorio pragmatismo resignado, como el que propone por un lado que debemos boicotear el sistema de partidos, la democracia, etcétera, pero que al mismo tiempo considera que sí hay que votar, ya que en definitiva el voto tiene una implicación en la vida de muchos. Esa lógica es un retorno al dilema de escoger al menor de los males en una relación costo beneficio bastante perversa. Un lujo que, después de 25 años de falaz “vida en democracia”, no podemos seguir dándonos.
Creo que se pensaría diferente de tomarse la molestia de comparar la razón de muerte que comparte un neoliberal genocida como Pérez con la razón de muerte de una socialdemocracia como la de Colom & Torres, que, para pagar sus campañas, vende al país a las corporaciones transnacionales y arrinconan a miles de campesinos guatemaltecos a atravesar la línea de la sobrevivencia. El argumento es que sobre la vida como condición de la política no debería haber cálculo alguno. Por eso urge llevar el debate político a la disputa por los fines y ya no sólo por los medios. La cuenta de los muertos de guerra y los muertos de paz parece estar tablas, por lo que las implicaciones en la vida de muchos y el cálculo sobre ella va a ser un criterio dudoso si se piensa que no habrá una gran variabilidad entre la elección de uno u otro. Pero especialmente en la moral que esconde en el fondo, ya que lo que varía es el medio pero no el fin. Solamente si la idea es poner la vida en el centro y no la ganancia como cálculo sobre la vida y la muerte estaría de acuerdo con esa posición. Para eso, más que una noción metafísica de vida, deberíamos pensar en aquella que, de hecho, es condición de posibilidad de cualquier política posible.
En lugar de tener un sistema político que intente asegurar el fin del enriquecimiento egoísta, como sucede ahora, que promueve un tipo de vida particular, que genera la muerte del otro, y que se valida en la ideología de la votación, podríamos preocuparnos por la denuncia de las implicaciones ideológicas del mismo sistema electoral y el procedimiento de ir a votar. Por eso el llamado a la abstención puede ser importante como puede no serlo. Lo verdaderamente importante es denunciar el efecto ideológico de la participación en las votaciones, en cuanto permite continuar los cálculos de ganancia sobre la vida y la muerte. Eso, en un momento u otro, llevará a cuestionar el significado de ir a votar. De la misma forma, es sumamente relevante buscar la producción de un sistema político que busque los medios para reproducir la vida como condición de posibilidad de cualquier acción humana; es decir, toda la vida como fin de la política.
Esto, efectivamente, es algo que no harán nunca los analistas liberales hegemónicos y es realmente ingenuo esperar que así lo hagan. La tarea de las posiciones críticas puede articularse en un llamado a la abstención o en otra cosa. Pero lo fundamental es la denuncia del cinismo de las interpretaciones dominantes y su función ideológica en el sistema de muerte que se legitima en un formalismo procedimental que calcula sobre las formas de participación. Es decir, no esperar que los analistas, y el sistema en general, adecuen sus variables a lo que quisiéramos, sino desarrollar una estrategia de acción política, que asuma que no estamos fuera, sino en una disputa dentro del poder. De forma que esas variables de legitimación se conviertan en objetivo de crítica y pugna, al momento de explicar cómo la situación actual de los partidos valida la política de muerte.
Con ello, serán introducidas las formas de legitimación en un espacio de opacidad que incrementa su complejidad, pero que al mismo tiempo implica la creación de un nuevo campo de visibilidad. Al generar el espacio de opacidad (por medio del uso político crítico del abstencionismo, por ejemplo) somos nosotros, dentro del poder, quienes tenemos que hacer las denuncias y las interpretaciones de la complejidad y no necesariamente los “analistas” hegemónicos. De no hacerlo la política, como pasa ahora, seguirá siendo el asunto de aquellos que tengan el tipo de vida que el sistema considera merece ser vivida. La política será el asunto, como ahora, de aquellos que se resignan a participar cada cuatro años porque no saben dónde más participar o porque se conforman con elegir al menor de los males.
Podremos preguntarnos nuevamente, ¿cuál es el sentido de boicotear las elecciones? Pues insisto: el boicot no tiene otro propósito más que el de generar un espacio de opacidad en las estrategias que los analistas hegemónicos hacen en este momento sobre la legitimación, desde la visibilización de los cálculos sobre la vida y la muerte, en función de buscar una ruptura con las implicaciones ideológicas del voto. Lo importante, insisto, no es concentrarse en el boicot, sino en las posibilidades del debate crítico que atienda el fondo del problema. Pero como ya dije, eso no depende de los “analistas” liberales, sino de aquellos que se comprometan a buscar una alternativa que ataque las raíces del problema y no solamente adorne las ramas.
En otras palabras, generar una ruptura subversiva, desde el intersticio, de los flujos dominantes de comprensión de la política, implica una acción crítica constante orientada a dar sustento para crear otro sistema de coordenadas.El cálculo que podría hacerse desde la acción crítica, entonces, no sería sobre la vida o la muerte, sino estaría orientado a generar un campo de visibilización de los problemas que acarrea la política liberal moderna en función de los fines de lucro sobre la muerte. Eso es a lo que llamo fortalecer la entropía del sistema: hacerlo más complejo e inexplicable para el aparataje teórico que construye las pretensiones de validez que necesita el modelo actual que busca la participación solamente de unos resignados y condena a “otros” a la desesperanza.
Es importante, entonces, además de que no se pueda distinguir si no se vota por una cosa o por otra, explicar por qué al sistema de partidos políticos no le interesa que participen “todos” los “ciudadanos”. Su fin es el de generar una ilusión ideológica guiada por la formalidad del procedimiento positivo y no la “inclusión”. Invitar a participar mediante la votación como única posibilidad cada cuatro años, pone en evidencia que el sistema mismo se satisface con la participación de esos pocos que lo “sobreviven” y, sobre ellos, establece su formalidad legitimadora. Por eso, otras formas de participación terminan siendo criminalizadas y perseguidas. Es decir, votar valida al sistema mediante la participación resignada de los que, con suerte, no morirán por los “efectos” finales del cálculo de la política actual.
El boicot, entonces, es el primero de una simple estrategia de seis pasos orientada a promover una “secularización” de política, economía y medios de manipulación de masas.1) Incrementar la entropía del sistema mediante la creación de espacios de opacidad y denuncia de la razón cínica de lucro sobre la muerte y las implicaciones ideológicas del voto. 2) Organizar a la mayor cantidad de ciudadanías posibles mediante un movimiento social multisectorial masivo (al margen del pragmatismo electoral resignado), destinado a promover una reforma no solo del sistema de partidos, sino de demanda de la priorización de la vida en la razón política, sobre la usura y el lucro. 3) Reformar el sistema prohibiendo a los políticos, de ser posible penalmente, los financiamiento privados, propiciando únicamente el financiamiento del Estado. Al mismo tiempo que se establezcan mecanismos para que, mediante esos fondos, se genere una verdadera igualdad de condiciones en la competencia y una retroalimentación constante con los ciudadanos. 4) Reformar el sistema prohibiendo, incluso penalmente, el uso de estrategias de manipulación de masas por los medios de comunicación y publicidad, así como asegurar que los financiamientos que el Estado haya dado se destinen a que los partidos construyan con las comunidades programas de gobierno y acción política vinculados a las necesidades de reproducir la vida de los ciudadanos, pero también la vida en general. 5) Promover un debate nacional sobre el criterio de la vida no sólo como referente, sino fundamentalmente como condición de posibilidad última parala organización de las formas de representatividad, como de participación política y social. 6) Paralelamente, junto a lograr la separación de la economía, los medios masivos y la política, podría impulsarse una progresiva desmonopolización de la representatividad de los partidos, orientada a fortalecer otras formas de participación. Las consultas, que ahora el Gobierno de la Solidaridad trata de “deslegitimar” mediante la reglamentación del Convenio 169, son un claro ejemplo de que esas formas ya existen, pero el monopolio de los partidos invisibiliza, ya que éstos se han adjudicado la legitimidad, en base al derecho positivo de los procedimientos necesariospara la representación política. Voy a continuar la semana entrante explicando cada uno de esos puntos en detalle, así como la urgencia de una “nueva secularización”. Creo que lo importante es que el debate continúe.
Solo me interesa dejar claro, entonces, que la propuesta de no votar se articula a una posición política en la que la idea misma de ciudadanía pasará por una profunda transformación. Con ella, la participación podría llegar a ser permanente y contribuiría con una transformación profunda de la organización sociopolítica de nuestra realidad. Nada de esto conlleva el cómodo resignamiento que nos invita ir a votar cada cuatro años y que piensa que con eso se ha resuelto la inquietud de participar en política.Solo quiero poner en evidencia que hay cosas vinculadas a la participación y la ciudadanía que se pueden hacer sin tener que validar el cinismo electoral actual. Si creemos que lo que se puede hacer está limitado solo por la podredumbre que han creado a lo largo de la historia los empresarios, los políticos y los medios masivos, mejor será encogerse de hombros y ver pasivamente el desenlace de esta terrible catástrofe.
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