En su reciente visita a Guatemala usted enfatizó que una meta de su administración es hacer que decrezca la migración ilegal desde Centroamérica. Y su gobierno ha reconocido que impulsar la prosperidad en dicha región es clave para resolver este problema. Sin embargo, las soluciones propuestas, más que contribuir al alcance de dicha meta, podrían constituir un impedimento.
Lo que hay en el centro de este rompecabezas es un viejo conflicto de visiones económicas que datan de la época de los padres fundadores de los Estados Unidos. Considere, por ejemplo, esta cita de Thomas Jefferson: «Creo que nuestros gobiernos se mantendrán sanos por muchos siglos mientras [el pueblo] sea mayoritariamente agricultor […]. Cuando son apilados unos sobre otros en las grandes ciudades, como en Europa, se vuelven corruptos como en Europa».
Sin embargo, de su peso debería caer que lo que Jefferson deseaba para los Estados Unidos hace casi 250 años no es lo que sucedió en ese país. Y fácilmente se infiere que esta visión no es la que se desea en la actualidad para los países centroamericanos. Después de todo, la historia nos ha mostrado el desarrollo político, económico y cultural que las ciudades estadounidenses pueden ofrecerle al mundo. Además, no queremos mantener un sistema agrícola sobre los hombros de esclavos, de trabajadores no remunerados o de campesinos de bajos ingresos, la consecuencia más común de favorecer el sector agrícola en regiones tropicales y subtropicales. Asimismo, y más importante, la sugerencia de Jefferson no es deseable, ya que no genera las oportunidades económicas que harán que los centroamericanos prosperen en sus propios países (como tampoco en el mío).
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La razón es muy sencilla. ¿Cuándo ha visto usted que millones de campesinos minifundistas de un país tropical en vías de desarrollo obtengan el suficiente ingreso como para enviar a sus hijos a la universidad? ¿Cuándo ha visto usted que millones de jóvenes educados migren a las áreas rurales con la convicción de que sus futuros se encuentran allí, particularmente en la agricultura? ¿Cuándo ha visto usted un programa de ayuda que promueva estas alternativas y que logre lo segundo? Estoy seguro de que la respuesta es nunca. No obstante, algunas de las políticas propuestas en la actualidad por Estados Unidos para esta región parecen inspiradas en este tipo de ideas distorsionadas, que únicamente harán que se desperdicien dólares de los impuestos estadounidenses. Y en lugar de decrecer la migración ilegal a Estados Unidos, más bien sucederá lo contrario: persistirán las razones para migrar porque de dichas políticas no resultará nunca una generación masiva de buenos empleos.
¿Qué hacer entonces? Yo sugeriría que, en vez de escuchar a Jefferson, los sectores público y privado estadounidenses deberían ponerle más atención a otro padre fundador: Alexander Hamilton. Él entendía claramente que una nación fuerte solo puede prosperar con una economía diversa alimentada por un sector manufacturero fuerte. Por eso él diseñó un sistema financiero que les permitía a los sectores público y privado invertir en la infraestructura, la tecnología y los nuevos negocios que la joven república estadounidense requería: lo mismo que las naciones centroamericanas requieren hoy. Después de todo, no habrá desarrollo en estos países mientras los centroamericanos con poca preparación sigan migrando a los Estados Unidos porque sus alternativas en casa, tanto en los pueblos pequeños como en la agricultura, son extremadamente inadecuadas.
(Lea la versión original en inglés).
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