Pero no solo ellos. También se uniforman la clase política al emplear las mismas palabras, la cúpula empresarial con sus Dockers y camisas a cuadros, los jóvenes profesionales con su engominado pelo y sus trajes slim-fit, las amas de casa de los mejores sectores de la capital con sus leggings de gimnasio tomando café.
Se uniforma el narco con su pelo rapado, con su camisa con la marca Polo en grande. Visten igual el vendedor de películas piratas y el soldado en días de descanso. A los oficiales los conocemos por su corte de pelo y por sus novias. A los tranzas, por sus carros y relojes. A los sabelotodos, por su bocaza y sus supuestas amistades. Se uniforma hasta el salvatrucha.
La veneración a la uniformidad sin fisuras nos lleva como sociedad a educar en razones únicas, en organizaciones sociales únicas, a señalar lo diferente, a desconfiar de las voces disidentes.
Conservador y receloso, el guatemalteco urbano adopta con alegría a los enemigos comunes de sus iguales: Venezuela o reforma constitucional, tema agrario o educación sexual, bloqueos o mareros, marihuanos izquierdistas haraganes. Las cadenas de WhatsApp circulan libremente sin crítica. Las fotos recicladas y los discursos añejos siempre los sorprenden y son nuevos para los mismos. Los hechos no tienen matices. Todo es negro para el que se uniforma con camisas blancas y blande banderas.
Creo que lo único que hace reaccionar a esta sociedad conservadora es la amenaza del cambio. Cada paso que se trata de dar va acompañado de descalificaciones, de apocalipsis y destrucción, de la descomposición familiar, de la imposición del relativismo moral que relega la humildad y la obediencia.
Pasada la adolescencia, con el ingreso a la vida adulta, los guatemaltecos se incorporan con alegría a su inmovilidad social, al lugar que les pertenece, a decir lo que deben decir, a pensar y opinar sin aspavientos, a ver de reojo al gay, a la feminista, al progresista, al indio.
En este no país muchos sentimos la mirada extraña, el señalamiento, la reprobación, el reproche, el regaño, el grito, la expulsión, la amenaza del exilio social. La insumisión del pensamiento hace que nos cataloguen en un gran colectivo uniforme. Somos los comunistas bolivarianos que quieren destruir su patria eterna.
No, no somos iguales. Y muchos, muchísimos, no formamos un bloque, no nos conocemos, no confabulamos contra el sistema, no tenemos un lenguaje secreto, no queremos destrucción y muerte, no odiamos, no somos resentidos, no expropiamos, no invadimos, no bloqueamos. Bueno, algunos sí tenemos grandes preguntas y algunas respuestas.
Queremos reformas profundas a través de leyes que permitan atacar las redes corruptas, como la reforma constitucional al sector justicia, la posibilidad de una amplia participación ciudadana en el marco de una Ley Electoral flexible y democrática, un servicio civil que permita el desarrollo, la estabilidad y la capacitación permanente del funcionario público y, por último, una ley de contrataciones transparente y eficiente.
Después de lograr esto podremos discutir la concepción filosófica del Estado. No antes.
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