La propuesta es que los alcaldes elaboren una lista de vendedores informales de sus municipios y la entreguen al Ejecutivo en una declaración jurada. El Ejecutivo autorizará y automáticamente acreditará la ayuda, que podrá ser retirada a través de un código que se proporciona en el celular del beneficiario.
Los reclamos en las redes sociales no se hacen esperar. La mayoría señala que ese método se presta a corrupción y es clientelar. El debate continúa hasta el día siguiente.
Me despierto a las cinco de la mañana y leo los comentarios en mi teléfono. Con la cabeza fresca analizo la propuesta. Mañana (ayer) será 15 de abril. La gente necesita un salario para subsistir. Urge hacer efectivo el subsidio. Considero que a nivel local es donde mejor se puede ubicar a los beneficiarios porque la información es más precisa. Se trata de seleccionar entre los mismos vecinos.
Hago ese comentario y me voy a preparar el desayuno. Mientras tomo mi café, escucho Con Criterio y trato de opinar. «Una oyente con criterio», dice Claudia Méndez, quien luego lee mi mensaje.
En redes me contestan que hay algunos alcaldes vinculados al narco y otros acusados de corrupción. ¿Cuántos son?, pregunto. Me voy a lavar los trastos del desayuno. Regreso al rato y entonces propongo veedurías ciudadanas a nivel local para que vigilen y controlen la selección y entrega del subsidio. Me responden que en Guatemala no existen experiencias exitosas en este sentido. Ni siquiera los comudes tienen la credibilidad para hacerlo, me dicen.
Me pongo a trapear y a sacudir la casa mientras echo unas sábanas a la lavadora. Al limpiar mi mesita de noche agarro mi celular y retomo el debate. Encuentro que en Costa Rica tienen un subsidio similar. La inscripción para optar a este es voluntaria, a través de una aplicación digital gratuita. El listado es depurado posteriormente por una institución pública encargada de la asistencia social. Lo subo a mi muro. Algunos le dan like.
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Me voy a bañar. Ya es tarde. No he hecho ejercicio desde hace un millón de años. La culpa me invade y comienzo a hacer abdominales. Llevo veinte y salgo corriendo a sacar la ropa de la lavadora. Vuelvo. Me meto al baño.
En paños menores retomo el debate. Me dicen que dejar la selección de beneficiarios en lo local es válido, pero que dejársela a los alcaldes es un error garrafal. Mi esposo me explica la experiencia de Indonesia. Ahí se elaboran los listados con el apoyo de técnicos locales (personal de salud y educación). Después colocan los listados en lugares públicos para ser depurados por cualquier vecino. Finalmente, los técnicos los vuelven a revisar para evitar errores de exclusión o inclusión.
Interesante, me digo, pero debo ir a hacer el almuerzo. Adobo la carne para preparar un bulgogui (plato típico coreano) y tiro el arroz en la arrocera. Nada complicado.
Me quedo pensando que no es fácil gestionar el subsidio. Hay que actuar con prontitud, transparencia y efectividad en esta coyuntura. Además, desconfiamos de todos (los alcaldes, los comudes, los diputados, los ministros) en un momento que exige confianza de unos hacia otros.
Pienso que, definitivamente, la participación ciudadana local debe contabilizarse en este proceso no solo en la elaboración de listados, sino en la vigilancia y el control de la entrega del subsidio. Si al menos esto se hiciera. Suspiro.
Almuerzo con mis hijas, recogemos los trastos, salgo corriendo al baño porque me orino. Ya nadie opina del subsidio. Ahora hay otro tema en la tarima. Ni modo.
Hoy lavé, cociné, limpié, opiné sobre un tema que manejo al dedillo porque hice una maestría (quién lo diría, en medio de tanta interrupción), escribí este artículo, y apenas son las tres de la tarde. ¿Cuántos hombres pueden decir lo mismo?
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