Entre cataclismos de la naturaleza, antagonismos políticos, tensiones sociales y una que otra victoria de la nueva política ciudadana, hubo al menos tres aspectos que dominaron la agenda pública y que seguirán siendo temas urgentes el año por venir.
En primer lugar, menciono la erosión de la democracia en Centroamérica —particularmente en Nicaragua y Guatemala— y la falta de compromiso real de los países del Triángulo Norte de sanear sus sistemas políticos de su enquistada corrupción, así como de reformar sus modelos económicos caducos, que promueven el éxodo de miles de conciudadanos. Las caravanas de hondureños, a las cuales también se sumaron guatemaltecos y salvadoreños, le han mostrado al mundo la precariedad de sus vidas y el fracaso de nuestras sociedades en cuanto a formar, educar y proveer oportunidades de empleo e inserción a su joven población.
En Guatemala, las élites prepotentes, especialmente algunos sectores empresariales temerosos de caer en el mismo saco de la corrupción que sus patrocinados, se empeñan en sabotear la lucha contra la impunidad en tándem con la administración de Jimmy Morales. Crean campañas de desinformación sobre el papel de la Cicig y la lucha contra la corrupción y se las arreglan para seguir negándole la entrada al comisionado Iván Velásquez pese a otro fallo de la Corte de Constitucionalidad a favor de él. Una de sus principales estrategias antidemocráticas ha sido el cierre de espacios de opinión en el afán de acallar medios de comunicación que han permitido análisis independientes y críticos de actores aglutinados alrededor del pacto de corruptos.
Y no hay campaña más perniciosa, como prestada de los manuales de la antigua doctrina de seguridad nacional, que el intento de la Cámara de Industria de controlar la Filgua, la feria guatemalteca del libro, que ha sido un espacio democrático y una tribuna para la promoción de la lectura de todo tipo de géneros e ideologías, desde publicaciones de Gloria Álvarez o Roberto Ardón hasta obras de centros de investigación de pensamiento progresista. Como bien dice Félix Alvarado, «más que a un mercado de ideas o a una arena de debate, aspiran a un monólogo en el que ellos dan instrucciones y el resto hacemos caso».
Lo más grave del panorama electoral de 2019 es que, pese a esfuerzos esperanzadores como la constitución del partido político Semilla, de raigambre ciudadana, no se vislumbra un ápice claro. Menos para los guatemaltecos fuera del país, que supuestamente estamos llamados a votar electrónicamente, aunque hasta el momento solo 71 personas parecen haberse enlistado como residentes en el extranjero.
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Otro tema insoslayable de la conducción política es el de las desigualdades y la precariedad. Al mismo tiempo, las consecuencias de los fenómenos naturales son difíciles de contener, con lo cual se evidencia la paulatina erosión del sector público, incapaz ya de prever, asistir y reconstruir después de las tragedias. La masiva erupción del volcán de Fuego en junio fue prueba de ello, pues de nuevo se develó la vulnerabilidad de las comunidades más remotas y la fragilidad de los aparatos institucionales para enfrentar las consecuencias de la tragedia. Pero otros fenómenos naturales extremos a nivel mundial, como las inundaciones, las sequías o los incendios forestales, parecieran darle la razón a la comunidad científica internacional, que este año alertó sobre la gravedad del calentamiento global y la extrema urgencia de transformar nuestras sociedades en vista de que estamos llegando a un punto de no retorno en cuanto al daño infligido al planeta.
Lo anterior me lleva al liderazgo internacional de Estados Unidos en este tema, cuando sabemos que las masivas migraciones sur-norte se han intensificado, en buena parte, por los efectos del cambio climático. En este contexto, no es de extrañar que la administración Trump, renuente a la evidencia incluso proveniente de sus propios científicos, les dé la espalda a los Acuerdos de París de 2015. Veremos a qué se compromete al final del COP24, que se desarrolla en Polonia.
Sin embargo, produce cierta esperanza que protagonistas jóvenes de la nueva política estadounidense, recién elegidos en la Cámara de Representantes en el Congreso estadounidense, lideren una cruzada que llaman un Nuevo Acuerdo Verde (o Green New Deal). La congresista electa Alexandria Ocasio-Cortez está liderando la formación de un comité que durante un año diseñará un plan holístico y comprensivo que integrará varias áreas de la política, de tal forma que Estados Unidos reduzca las emisiones de carbón mientras promueve igualdad y justicia económica y ambiental.
En 2018, las caravanas de los desposeídos centroamericanos reemplazaron el fervor ciudadano de las plazas públicas. Visibilizaron que, en los próximos años, la lucha contra la corrupción debe ir de la mano con la lucha contra las inequidades y la precariedad, que no solo debe ser asociada con planes para el empleo, sino también con políticas ambientales.
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