A estas alturas, cuando Hollywood ya se ha pronunciado con diez nominaciones a los Premios Óscar, poco más podría decirse. En mi caso, sin embargo, la película y su buena anticipada propaganda consiguieron su propósito: el 14 de diciembre pasado me suscribí gratis a Netflix por un mes solo para verla. Reconozco que me gustó. Incluso, hubo una escena que me conmovió hasta el llanto. Tal vez lloré porque estaba sentimental, porque era diciembre, porque algo se me movió por dentro. Quizá fue el destello de un poco de nuestra historia fallida, no sé, pero el llanto y la película coincidieron.
De las críticas que he leído me quedo con aquellas que han logrado ver un poco de lo que yo también vi. Es decir, el rostro develado de nuestras sociedades latinoamericanas tan istas al menos en tres sentidos fundamentales: racistas, clasistas, machistas.
Asimismo, comparto las críticas que apuntan a ver la película como lo que básicamente es: una obra artística, con todos los elementos que ello implica, con la visión de su autor, válida porque fundamentalmente es la de él y porque, en su derecho como artista, muestra una realidad como él la percibe y la ve y como también quiere transmitirla. Si es o no una obra maestra del séptimo arte, ese es un juicio que solo el tiempo dirá.
Lo cierto es que la cinta muestra esa amalgama de expresiones culturales muy nuestras, arraigadas hasta los tuétanos, que tenemos por el solo hecho de vivir en esta parte del continente. Y como guatemalteca no deja de asombrarme cómo, aun cuando somos vecinos, entre el México de los inicios de 1970 y la Guatemala de 2019 median, a mi juicio, más de 50 años de diferencia en el desarrollo estructural de ambos países.
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Para muestra, un solo ejemplo. Cleo, la protagonista, tiene un bebé. Como empleada del hogar tiene derecho, según parece, al seguro social. Durante el embarazo y el parto es atendida en el Instituto Mexicano de Seguridad Social, el equivalente al IGSS. Si vemos la recreación de las instalaciones de esa época, comparadas con las de nuestra institución en la actualidad, notamos de entrada una primera clara diferencia poco favorecedora para la nuestra. Si nos adentramos aún más y analizamos el tipo de atención que recibe Cleo por parte del personal (enfermeras y médicos) desde el primer día en que es examinada, al inicio de su embarazo, hasta el momento del parto y la comparamos con la que actualmente recibimos quienes eventualmente acudimos al IGSS, también percibiremos una marcada y obvia diferencia. La atención que recibimos en nuestra institución, salvo algunas honrosas excepciones en personal, tiempo y dependencias, es no solo mala, sino también perversa y a todas luces violadora de nuestros derechos humanos. ¿La atención que recibían los pacientes del IMSS que se muestra en la película en ese entonces es producto de la imaginación idealizada del cineasta? ¿Ha cambiado? Porque entre los comentarios —aclaro que tampoco los he leído todos— no me he encontrado con ninguno que enfatice sobre este hecho en particular.
Así, la película permite vernos en muchos espejos. Cada uno, por supuesto, se ve en el que más lo mueve o conmueve. Y ese es otro aspecto que logró el film con creces: nos tiene hablando de él desde hace rato, entreteniéndonos, dando nuestro punto de vista, aprobando o reprobando, esperando la entrega de los Premios Óscar con la efímera e ingenua ilusión de empezar a sentirnos visibles, finalmente, para los otros.
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