¿Qué es el tiempo? Difícil pregunta. Se ensayan miles de respuestas, pero nadie acierta del todo. Tiempo objetivo, medible, cuantificable es el de la física, el de la relojería y la mecánica del universo. Tiempo y espacio se funden en una cita, un encuentro, un compromiso, un viaje: nos vemos a las cinco en el parque; llego mañana a las seis a tu casa.
Otro tiempo, un segundo tiempo es el subjetivo. Los fenomenólogos saben que es completamente distinto al tiempo objetivo. No por eso menos real. Es el tiempo de la retención, de la inmanencia, de la protención. Tiempo de aprendizaje, del saber del sujeto y la subjetividad: y si dejo caer esta copa, ¿qué pasará? Todos sabemos, todos podemos anticipar.
Ese segundo tiempo es muchas veces también el tiempo de posibles agencias, de ciudadanías emergentes, subalternas. Podemos prever cómo nuestras acciones tendrán determinados efectos. Cómo un niño le hace saber a sus padres su descontento, dejando caer la copa, gritando, pataleando. Es un tiempo poco medible con los parámetros del tiempo objetivo. Les da por llamarlo memoria ciudadana últimamente. Una forma de tiempo, al final de cuentas.
La semana pasada resistí sistemáticamente ver mis instrumentos objetivos de medición del tiempo. Temía una lectura contraria a la que el sentido común me indicaba. Al principio, creí que estaría a finales de los 90. Ver salir a un ladrón y a un matón tranquilos de los tribunales me hacía pensar que la lucha contra la impunidad perdía sentido. Después temí estar en los 80, los 70... Esta semana sucedió lo mismo. El reloj y los calendarios neciamente insisten en decirme que objetivamente nos encontramos en 2011. La impunidad me dice otra cosa.
Hoy lunes, los medios no se ponen de acuerdo. Unos dicen que fueron 29 y otros 25 los decapitados en la última masacre. Como sea, el calendario de la memoria me dice que estamos aún en el tiempo de la gran violencia.
La objetividad del tiempo subjetivo me da una lectura diferente a la subjetividad del tiempo objetivo. Éste último dice que las masacres terminaron en los 80’s, que la democracia se reinstauró en el 86, que la guerra terminó en el 96. ¡Pajas!
El problema no es solamente de datación, fines, o cínicos procedimientos. Si así fuera, podríamos hacer como el país del norte, que imparte “justicia” a su criterio. Eso nos confronta ante una paradoja, sin embargo, bastante clara. ¿No fue por impartir “justicia” a su antojo que se inició uno de los procesos de los felizmente impunes?
No sé, entonces, si el balance es que el tiempo no ha cambiado casi nada o que nada ha cambiado el tiempo. Eso es retórica pura, al final. Lo único que sé es que en el fondo seguimos viviendo el tiempo de la impunidad, de las matanzas en masa, de la violencia desmesurada. Eso, de seguro, no ha cambiado con el tiempo. Políticos, militares, policías, medios de comunicación, mafias, empresarios, cierran filas y desarman los intentos para erradicar la impunidad. Posiblemente, la única diferencia es que ahora toda esa violencia no solo se usa para reprimir, sino también para atraer votantes deslumbrados ante los cantos de sirena de las estrategias de marketing político más perversas.
Tal vez sea tiempo de hacer objetiva la subjetividad que finalmente articule a la ciudadanía en la lucha contra la impunidad.
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