Con un resultado muy ajustado (129 votos a favor y 125 en contra), en esos cuatro votos que marcaron esa diferencia se encuentra, según lo que cuenta el diario El País del 16 de junio, el de un diputado católico practicante que, pese a sus convicciones personales, votó, según explica él en su cuenta de Twitter, siguiendo su responsabilidad, que es legislar para toda la sociedad.
«Soy católico y tengo convicciones profundas sobre la vida y la ética. No estoy de acuerdo con el a...
Con un resultado muy ajustado (129 votos a favor y 125 en contra), en esos cuatro votos que marcaron esa diferencia se encuentra, según lo que cuenta el diario El País del 16 de junio, el de un diputado católico practicante que, pese a sus convicciones personales, votó, según explica él en su cuenta de Twitter, siguiendo su responsabilidad, que es legislar para toda la sociedad.
«Soy católico y tengo convicciones profundas sobre la vida y la ética. No estoy de acuerdo con el aborto. Nunca lo estuve ni lo estaré. Pero mis convicciones son mías y mi responsabilidad como legislador nacional es legislar para toda la sociedad». Así reza un tuit del legislador fechado el 13 de junio. Dice la nota de El País que, en una entrevista con el medio La Nación, el político explicó que su convicción lo ha puesto en un gran conflicto, que no pudo dormir toda la noche y que se «encerró a rezar». Por si a estas alturas alguien todavía piensa que De Mendiguren es alguien hiposo o aspirante a chairo (término que les encanta a las hordas tuiteras criollas), ¡oh, sorpresa!, para nada encajaría en la tipología.
Su biografía en Wikipedia dice que nació en 1950; que es un abogado, industrial y político argentino; que ejerció como presidente de la Unión Industrial Argentina y como ministro de Producción de la República Argentina durante la presidencia de Eduardo Duhalde, entre 2002 y 2003; que ejerció como profesional del derecho hasta 1976, y que luego incursionó como empresario en las industrias de calzado y textil. Además, tiene inversiones en comercio y en agricultura y es diputado nacional desde 2013.
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Acá el punto no es presentar la materia sobre la que decidió su voto la semana pasada, sino escudriñar su perfil y aventurar que la forma como actuó encaja en el perfil ideal de un legislador. Sin lugar a dudas puso el interés de la sociedad por encima de sus convicciones, que se notan profundas, y esto indica que también pondría el interés de la sociedad antes que intereses económicos legítimos o ilegítimos y de cualquier motivación espuria relacionada con el poder. Pero su currículum afirma que posee, entre otras cosas, formación profesional, identificación ideológica, práctica empresarial exitosa con empresas propias diversificadas y en marcha y experiencia en políticas públicas y en gestión estatal.
Un perfil como ese, bien digo, se parece al ideal. Nos daría como resultado un legislador preparado para su tarea, lo que una sociedad espera, no un esclavo de sus financistas, no un socio de criminales, no uno que ha gastado su capital en campaña y pretende recuperarlo e incrementarlo con negocios turbios, alguien que no tiene una ideología y una militancia definidas y que abraza el transfuguismo como acto natural.
Pero entre los perfiles ideales y los reales, de acá y de allá, hay más de un mundo de distancia en espacio y en tiempo. Y moverse para promover acá perfiles de legisladores que se acerquen al ideal parece tarea de titanes, por decirlo de manera sonora y bonita. Es que estas condiciones nuestras se van pareciendo cada vez más a cuando se aspira a situaciones utópicas, pero ya se ha dicho antes: «Luchar por una utopía es en parte hacerla realidad».
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