Con no pocos recursos financieros lograron instalar equipos para diseminar rumores, temores y consignas contra el proceso. Estos grupos lo mismo impulsaron o explotaron sentimientos patrioteros que en una flagrante mentira afirmaron que se fraguaba un golpe de Estado.
Conocedores del rechazo ciudadano a dicha acción, intentaron instalar el imaginario social de que luchar contra la corrupción y la impunidad era apoyar un golpe de Estado. En esa dirección, se han dedicado a querer socavar la autoridad del ente responsable de la persecución penal, el Ministerio Público (MP), así como a buscar el rechazo a la presencia de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).
El mascarón de proa en esta cruzada es nada más y nada menos que el rostro nacional de la élite criolla, racista y excluyente: el alcalde capitalino, Álvaro Arzú Irigoyen. A tal grado ha escalado en la ocupación de hecho de posiciones de gobierno que fue el orador principal en un acto ante las reservas militares, un evento netamente castrense en el cual el discurso central estuvo a cargo del encargado de los asuntos del municipio capitalino.
La tónica de la expresión del jefe edil no fue la de un funcionario a cargo de los problemas de la población de su distrito. El también exmandatario habló como si fuese el comandante de la tropa a la cual saludaba. El actual inquilino de la casa presidencial, Jimmy Morales, sentado al lado del alcalde y rodeado de los jefes militares del país, parecía más bien una caricatura. Por el contrario, Arzú se erigió en amo y señor del entorno. A tal grado que, totalmente envalentonado, tuvo la osadía de plantear que es necesario «pasar sobre las cabezas de los medios negativos», para lo cual, dijo, ya se arremangaban las mangas.
¿Qué tal? ¿Tendrá claro el jefe edil lo que significan sus palabras al frente de elementos castrenses, por más que solo sean las reservas militares? ¿A son de qué él, cuya jurisdicción no traspasa los límites de la ciudad, se atreve a proferir semejante amenaza? ¿A nombre de quién habla el alcalde? ¿Qué posición cree que ocupa en la arquitectura del Estado de Guatemala?
Sin duda, el señor Arzú Irigoyen se considera, más que alcalde, el mandamás del país. Y tanto se cree en semejante posición que no ha tenido empacho en volver a mostrar su animadversión a la prensa. Sin medir siquiera el impacto de sus palabras, instó a «pasar por las cabezas», lo que en sentido estricto significa aplastarlas. Preguntamos entonces: ¿a son de qué y con qué derecho? Luego habla de «medios negativos». ¿A qué se refiere? ¿Con qué indicadores se establece que un medio sea negativo o positivo? ¿Negativo o positivo con relación a qué o a quién? El hecho de que se le critique o cuestione, como lo hago ahora, no es un delito ni una falta. Es, ni más ni menos, el ejercicio de un derecho y el reclamo del cumplimiento de su obligación como funcionario, cuyo salario es pagado con nuestros impuestos. Algo que, al parecer, no tiene claro el alcalde.
Quizá empoderado con la ya anulada elección de la junta directiva del Congreso —en la cual su hijo resultó elegido presidente—, Arzú Irigoyen se asumió al frente del Gobierno. Quizá también porque cuenta con importantes influencias en las disposiciones recientes del Ejecutivo, lo que incluye la presencia de militares retirados que laboraron para su gobierno, como Ricardo Bustamante, que ahora conduce la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Seguridad, y Marco Tulio Espinoza, exministro de Defensa, que continúa con la oficina municipal que desarrolla actividades de inteligencia.
Cualesquiera que sean las motivaciones, lo obvio es la actitud con la cual el jefe del ayuntamiento capitalino se conduce. De esa suerte, en realidad, él y nadie más es el ejecutor del golpe del que tanto se quejan los promotores de impunidad en Guatemala. Si les preocupa que alguien pase por encima de la ley, se encarame sobre la presidencia y usurpe funciones políticas a la vez que se quita la máscara para mostrar el rostro del autoritarismo, ya estarán aliviados con el alcalde. Al fin de cuentas, de aliado de sus tropelías pasó a ser amo y señor del golpismo.
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