¿Por qué no existe una tradición de lectura en nuestro país? ¿Por qué solo leen por placer una de cada 100 personas? Veamos algunas posibles causas. En primer lugar, según el informe final de los objetivos de desarrollo del milenio publicado el año pasado, casi 60 de cada 100 guatemaltecos viven en la pobreza y, entre estos, unos 25 en la indigencia. Es decir, subsisten con menos del salario mínimo, hecho que desde ya indica que difícilmente invertirán en la compra de un libro.
En segundo lugar, ese 1 % de la población lectora se localiza sobre todo en la clase media, en tanto la clase alta es una minoría en el país. En otras palabras, una persona de cada 40 que tienen acceso relativo a la adquisición de libros efectivamente invierte de vez en cuando en la compra de una o más obras. ¿Qué pasa con las otros 39, que no leen?
Sin duda hay varios factores que determinan la falta de interés tanto individual como colectivo por la lectura. En principio, este no es un hábito que se adquiera ni en el hogar ni en la escuela durante los primeros años de vida. En casa, porque se sigue con la tradición de padres no lectores, que prefieren un videojuego o un teléfono inteligente antes que un libro. En las escuelas públicas y en los colegios privados, porque estos carecen de bibliotecas que permitan la existencia de un sistema de préstamo efectivo, variado y actualizado, que resulte atractivo para los estudiantes. Si estas existieran con al menos algunos de los parámetros mínimos señalados, vendrían a llenar una necesidad urgente. Se empezaría a generar el hábito de la lectura sin que los padres invirtieran tanto en ello.
En definitiva, es un hecho que el Estado guatemalteco, al imponer gravámenes a los libros desde siempre, lo que ha logrado y sigue procurando es mantener a la mayoría de la población desinformada. Con ello se alcanzan varios objetivos como producto de la ignorancia: las personas se conforman más fácilmente, conocen menos sus derechos, entienden menos el mundo y, en consecuencia, son más dóciles, más obedientes, menos críticos, más ingenuos. Por lo tanto, menos peligrosos, más fáciles de manipular. Si no, veamos cómo esta estrategia funciona a la perfección cada vez que tenemos elecciones, pues como sociedad votamos movidos por muchas causas, la mayoría, sin embargo, ajenas a la reflexión que el país requiere para empezar a pensar el futuro.
Estaría bien recordar que los libros son los que nos hacen conocernos y reconocernos en otras miradas, los que nos brindan la oportunidad de viajar en el tiempo y la distancia a lugares remotos, reales o imaginarios y meternos en la piel y en la mente de los personajes más variados y ajenos a nosotros. Son los que nos mueven a comprender que, más allá de nuestra casa, de la comunidad, de nuestras redes, de esa burbuja en que vivimos, hay otros espacios distintos pero tan válidos como los nuestros. Asimismo, nos dan ideas, nos solucionan problemas, nos abren a la experiencia de la ciencia, el arte, la historia, la cultura.
Esta flexibilidad, esta comprensión de los demás que logramos a través de los libros, nos proporciona la fuerza para mirarnos también hacia adentro. Entonces, solo entonces, somos capaces de empezar a generar los cambios que individual y colectivamente necesitamos tanto.
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