El denominador común entre monseñor Gerardi y don Abelino Chub Caal fue y es la lucha por la vida. Desde diferente enfoque ciertamente, pero con un objetivo común: la custodia del hogar de todos. No solo la de los seres humanos, sino la de todas las especies vivientes.
Habiendo conocido tan cercanamente al obispo Gerardi, yo puedo asegurar que, al escuchar el fallo del honorable tribunal, monseñor habría sonreído, habría sacado de la faltriquera de su sotana una pequeña caja en la cual guardaba unos cigarrillos que a veces fumaba y, viendo hacia el azul del firmamento, habría suspirado dos o tres veces para luego guardar los cigarrillos sin encender ninguno. Luego se habría sentado y, con aquel rostro de placidez que lo inundaba cuando escuchaba una buena noticia, habría dicho: «¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!».
De haber estado uno a la par del otro, monseñor y yo habríamos comentado aquella reflexión de Morris West sobre el golpe de la experiencia del mal que dice: «Pero, aunque la idea era profunda y continúa siéndolo, no se puede amortiguar el golpe de la experiencia del mal realizada por la persona humana, el puro poder, inexorable, destructivo y por completo indiferente, que aquel tiene. Este es el auténtico terror de la tortura moderna. Ha sido diseñado por seres inteligentes para alcanzar la degradación total de la persona humana, la aniquilación de la dignidad y de la voluntad, mediante una práctica de la crueldad basada en la indiferencia suprema y en la omnipotencia ilusoria» [1].
Y, basado en semejante afirmación de West, yo me pregunto quién le va a devolver a don Abelino Chub todos los años de vida que le quitaron con su encierro injusto.
Por esa razón saludamos el anuncio del honorable juez Gelvi Sical expresado el 26 de abril: «Este tribunal, por unanimidad, absuelve de todos los cargos [sic]» (se entiende que a don Abelino Chub). Dicho sea, el tribunal estuvo integrado por los jueces Yassmin barrios, Gelvi Sical y Patricia Bustamante, quienes indicaron que nunca se quebró la inocencia del sindicado.
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Tanto monseñor Gerardi como don Abelino lucharon, cada quien desde su propio escenario, en contra de la cultura del descarte. En la actualidad todo es descartable. Así, con mucha facilidad se desechan lapiceros, cámaras fotográficas, cierto tipo de vehículos que apenas duran en funcionamiento unos pocos años y muchos otros productos tecnológicos diseñados para que la persona vuelva por otro modelo antes de lo que se pueda imaginar. Pero también, en aras del poder y del tener, se está descartando a la naturaleza, se está acabando con los ríos, se están devastando los bosques y las selvas y también, de una manera terrible, se están descartando vocaciones, matrimonios, familias, honras y dignidades. Por supuesto, también la vida. Esta pareciera sujeta a destruirse desde aquellos tugurios donde la mira de la perfidia está cebada contra las personas que luchan, precisamente, por revertir la cultura del descarte.
Así pues, en este vigesimoprimer aniversario del martirio del obispo Gerardi, nos congratulamos no solo con su llegada a la casa del Padre, sino también con la liberación del líder comunitario Abelino Chub Caal, cuyo único pecado ha sido defender los ríos, los bosques y las montañas. Recordemos que, en el capítulo I de la encíclica Laudato si’, el papa Francisco advierte: «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho».
Ciertamente no tenemos ese derecho.
Hasta la próxima semana, estimados lectores.
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[1] West, Morris (1997). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Buenos Aires: Javier Vergara Editor. Pág. 117.
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