De todas formas, parece que el signo de la herejía me ha acompañado desde ese gran día que, con otro amigo, se nos ocurrió decirles a los del kínder que Santa no existe. La historia se repite hoy, cuando afirmo que la Realdemokratie y el sistema de partidos políticos han logrado convertir en hegemónica la razón cínica.
Y es que si lo vemos a distancia, la fórmula con la que opera el sistema de partidos políticos es muy simple: políticos ambiciosos y corruptos recurren a empresarios o mafias ambiciosas y corruptas para conseguir financiamiento de campaña. Con el montón de pisto, recurren a publicistas y medios de comunicación ambiciosos y corruptos para generar una estrategia de manipulación de masas. Si el político gana las elecciones “borregueando” suficientes incautos, estará comprometido a devolver al empresario o el mafioso no sólo la cantidad de pisto que invirtió en su campaña, sino que le ha de asegurar negocios buenísimos con el Estado: desde hacer carreteras, pasando por papelería, gasolina, compra de vehículos, hasta ampliar los permisos de extracción de las riquezas del subsuelo guatemalteco o la usurpación de las tierras que otros usan para la sobrevivencia. Me parece, entonces, que el sistema democrático real, histórico (y no las utopías neocolonialistas de las teorías normativas de la democracia liberal), ha de ser visto como un espacio que permite la confluencia de distintos y repulsivos actores que, no sólo producen muerte, sino que se hartan de ella. La pregunta que me hago, entonces, es: ¿por qué diablos tengo que participar de todo ese cinismo?
Hace unos días, en esos riquísimos debates que se arman en el Facebook sobre filosofía, historia y teoría política, una muy buena amiga hizo una invitación que me pareció del todo atractiva: “BOICOT A LA DEMOCRACIA LIBERAL, EMPRESARIAL Y MAFIOSA!!!”. Me pareció particularmente interesante pensar que un boicot puede ser una alternativa para desestabilizar las bases de la razón cínica que no sólo privilegia la ganancia privada sobre la vida, sino que convierte la muerte en una forma muy lucrativa de enriquecimiento. Como consideré que la idea era excelente, la copié en el muro.
Las reacciones fueron diversas y no tardaron mucho. Hay unos que se suman al boicot, ya que comprenden fácilmente el descaro inscrito en los argumentos que defienden que sí hay que votar a como dé lugar. Otros que entienden el trasfondo de cinismo en la vida democrática, pero consideran con cierto optimismo nervioso darle otro chance al sistema, esperando que una opción realmente diferente salga de sus entrañas. Y, finalmente, aquellos que dicen que hay que hacer cualquier cosa, menos dejar de votar, ya que el abstencionismo impide diferenciar la intención del abstencionista: es decir, no se sabe si la falta de participación es causada por apatía, pereza o lo que sea. Estos últimos son los que me parecen más interesantes, ya sea por su descaro o por esa acción de fe que responde con virulento espíritu inquisidor a la propuesta.
Este grupo se encuentra regularmente conformado por politólogos, sociólogos, abogados liberales positivistas (de izquierda y de derecha). Me imagino fácilmente la cara de Natalie Portman, en Black Swan, que ponen (una mezcla de horror, desesperanza y asco) ante la invitación a la abstención, debido a la angustia que les genera la idea. Pues para ellos, no votar implica la imposibilidad de interpretar el objetivo del no votante. Es decir, no pueden decir si el no votante tiene “conciencia” de su abstención, es un haragán o no tiene los recursos para ir a la mesa de votaciones el día que toca. Mientras que si sí se vota, incluso nulo, se “sabe” que el sujeto está demostrando “conciencia política”. Por lo menos esa es la ilusión que les permiten los indicadores que usan en sus estadísticas.
Por supuesto que la pregunta que hay que hacerle a este grupo de analistas es: ¿cómo diablos hacen, con esos indicadores que tanto glorifican, para saber quiénes votan por “verdadera conciencia” de las supuestas ideas políticas que representan los partidos, los programas y propuestas o quiénes lo hacen por las manipulaciones clásicas de la propaganda? ¡No lo saben! Pero, ¿por qué eso no les preocupa?
Mi argumento es, en todo caso, el siguiente: la estadística que usa la politología liberal (y que naturalizan las otras disciplinas liberales que efectúan “el análisis” para producir “credibilidad”) lo único que brinda es una ilusión que no puede realmente captar las motivaciones e intereses de las personas que “participan”. Como planteé la semana pasada, la industria propagandística que inventaron los nazis y que atraviesa de cabo a rabo el funcionamiento del sistema de partidos contemporáneo, lo que hace es manipular (en forma más masiva que el mismo asistencialismo de solidarios como los divorciados Torres & Colom, que paradójicamente ahora avalan la muerte de los campesinos indígenas a favor del “derecho” a las ilegalidades y usurpaciones de los Widmann). Hasta cierto punto, y desde esa perspectiva, da lo mismo votar que no hacerlo, ya que la motivación es un dato inaccesible para los indicadores actuales. Al final, no saber por qué no votan unos es exactamente igual que ilusionarse con saber por qué votan otros.
Lo importante es no confundir las peras con las manzanas: cuando se trata de votar, el analista liberal no se pregunta por qué lo hacen; mientras que cuando se trata de no votar, sí se pregunta por la motivación. Eso es o una tontería o hacer trampa. Entonces, lo que hay que señalar es que realmente a nadie (de esa raza de analistas que fomenta los mecanismos de validación del sistema) le interesa saber por qué vota la gente; lo que interesa es que voten quienes tienen que hacerlo (aunque sea nulo). Eso les permite mantener todo bajo control en sus matrices y, con ello, prolongar los discursos sobre la validez del sistema y las pretensiones de que hay una “verdadera conciencia”.
Por el momento, hay suficiente evidencia para afirmar que los que no votan no son importantes (si no, el gobierno de la “solidaridad” no desalojaría a los campesinos indígenas del Valle del Polochic, poniendo en riesgo de muerte a esas personas que no les quedó nada de comer ni dónde dormir), ya que no hay una “razón política” detrás del abstencionismo. La diferencia entre apatía, falta de recursos y la frontera de la muerte les es irrelevante. En otras palabras, el análisis estadístico dominante lo que genera es un efecto ideológico, más que uno de “formación ciudadana”, ya que distorsiona, mediante la fantasía de la participación, la realidad de lucro (sobre la muerte) y corrupción que posibilita el sistema de partidos. Por otro lado, la pregunta por la legitimidad deja de ser importante, ya que ésta ha sido equiparada de antemano con la legalidad y es intrascendente si votan cinco empadronados o diez millones.
Si se crea un argumento político en torno de la abstención, lo que se producirá colateralmente es una sensación de angustia en la razón de los análisis dominantes (que además desenmascarará su prepotencia), no necesariamente una crisis de legitimidad, ya que ahora sí no sabrán diferenciar a aquellos que no votan por apatía, de los que no lo hacen por falta de recursos o de los que tienen un argumento político: se fortalece la entropía.
Es decir, si la votación cumple un efecto ideológico, al llamado a la abstención se le puede ver como una estrategia “contraideológica”, si se quiere. Es un primer paso, para nada un fin en sí mismo. Lo importante es lograr aumentar, por medio de la abstención, el espacio de oscuridad e imposibilidad de comprensión de las diferencias (para la hegemonía), especialmente si se incrementa rotundamente. Eso le resta aún más credibilidad a esta podredumbre de sistema y evidencia de mejor forma la necesidad de generar una alternativa. Lo que no significa, en ningún momento, pretender atribuirse el caudal de abstenciones, claro.
Me parece mucho más honesto, en lugar de seguir creyendo en Santa, promover masivamente la información sobre las determinantes, actores e intereses que configuran el gran circo democrático, que ha convertido el cinismo en una bandera que promueve el lucro sobre la muerte. Explicar cómo la “democracia” liberal hace posible que eso pase.Y, para los que sigan desmayando, les recuerdo que hay muchas otras formas de hacer política, mucho más participativas y menos alienantes, que ir a votar como borregos cada cuatro años.
Por eso los invito a participar en estas elecciones no votando al mismo tiempo que realicen un ejercicio cívico y ciudadano de información de las simbiosis que existen actualmente entre políticos, mafias, empresarios (nacionales y globales), publicistas y medios: se puede reinventar la organización social, buscar formas autónomas y alternativas de representatividad, asumir seriamente el papel de las consultas comunitarias, ubicando en el centro de la política (y de toda la organización de la sociedad) el criterio ético de la vida y no el de la ganancia, etcétera. No votar por amor a la vida, ¡es ser patriota!
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