Este proceso electoral de campañas multimillonarias y escasísimas diferencias entre los candidatos –más allá de los nombres y los colores– constata cómo la competencia política se ha reducido a una cuestión monetaria. Y la muerte de dos políticos ideológicos como Alfonso Bauer Paiz y Francisco Villagrán Kramer, a quienes les importaba más la coherencia y el honor que el dinero, es una llamada de atención para todos los ciudadanos y los políticos.
Si bien ambos compartían ideas de izquierdas, viajaron por caminos muy distintos en este país y en el continente. Alfonso Bauer fue diputado y ministro de la Revolución de Octubre, y trabajó en los gobiernos revolucionarios de Cuba y Nicaragua. Regresó después de la firma de la paz y fue diputado por la coalición Alianza Nueva Nación.
Francisco Villagrán, en cambio, optó por la negociación adentro de los oscuros regímenes militares para forzar la transición a la democracia. Fue diputado del Partido Revolucionario y vicepresidente del genocida Romero Lucas García, pero renunció a medio período tras darse cuenta de la imposibilidad de detener las matanzas y la violencia desquiciada de la estrategia contrainsurgente. Terminó esa participación en la vida pública exilado en Estados Unidos.
Si Alfonso Bauer pudiera resumirse en una palabra, ésta probablemente sería coherencia. Y habría que añadirle honestidad, compromiso con los más necesitados y un nacionalismo soberanista. El trabajo que hizo con los refugiados guatemaltecos en México que retornaban al país fue histórico. Estas cualidades, practicadas por un político que falleció a los 93 años, son escasísimos en la actualidad centroamericana.
Villagrán dejó un gran legado académico y bibliográfico e impulsó una izquierda institucional que buscó una apertura democrática desde dentro con el FUR; esfuerzo que compartió con personajes de la talla de Manuel Colom, Adolfo Mijangos y Alfredo Ballsels.
Su trabajo por la comunidad y como diputado fue de un servidor público, con el objetivo fijo en aportar para modernizar el país y hacerlo uno más justo, más solidario, más soberano. Bauer, junto a muchos otros guatemaltecos y guatemaltecas, luchó para que el país dejara atrás el monopolio imaginario decimonónico y entráramos en el siglo XX. Promovió el Código de Trabajo, la Reforma Agraria, el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, la soberanía nacional.
Y políticos como Bauer y Villagrán se extrañan en estos momentos en el panorama presidencialista guatemalteco y en muchas de las otras papeletas –menos pobres que la de los aspirantes a la jefatura de Gobierno y de Estado–. Políticos con ideales, con convicciones, críticos, seguros de sí mismos, con ganas de cambiar el estado de las cosas y no sólo de maquillarlo.
Fueron humanos y seguramente cometieron muchos errores en sus vidas, pero fueron íntegros en su vida pública, y llegar a las ocho y nueve décadas pudiendo afirmar eso no es baladí en un país en el que la fama y riqueza rápidas son uno de los valores dominantes.
Será un reto para nuestro sistema educativo y para los medios de comunicación atesorar y reproducir el legado de la vida de estos dos héroes de la democracia y la justicia social para nuestra historia nacional y los futuros ciudadanos y políticos. Que sepan que el siglo XX político en Guatemala no fue sólo de odios, intolerancias y genocidio, sino de ciudadanos que sintieron el peso de la conciencia, de la historia, del futuro y de la humanidad para dar su vida por una sociedad más justa y decente.