Había estado internada en una clínica privada, donde le diagnosticaron infección por Helicobacter pylori y una anemia como resultado de lo anterior, pero no pudo quedarse allí porque ya no era posible costear la cuenta. Fue ingresada al hospital San Juan de Dios de la ciudad de Guatemala el lunes 22 de junio, a las 9:30 de la mañana, acompañada por su esposo. Se dieron todos los datos que solicitaron para llenar la ficha de ingreso, y el esposo de Vilma Esperanza dejó un número de contacto por cualquier eventualidad. El personal de salud le dijo que se requería realizar el hisopado para saber si estaba enferma de covid-19.
Su familia llegó al hospital diariamente para saber de su salud y no obtenía más respuesta que «está delicada y no se le puede ver». Era difícil que el hospital contestara las llamadas. Y, cuando finalmente lograban línea, se los dejaba en espera hasta que la llamada se cortaba. El hospital no respondió por ella. Fue hasta el 9 de julio, cuando su hija Karina se plantó en el hospital, cuando les dijeron que lo más probable era que su madre hubiera muerto de covid-19. Cuatro días después de haber entrado al hospital público, alguien les dijo que una mujer había muerto y había sido enterrada sin nombre, como una desconocida, en el cementerio de La Verbena. Karina piensa que puede ser Vilma Esperanza.
Según investigaciones del Procurador de los Derechos Humanos, el área de Registros Médicos asegura que Vilma Esperanza murió a las 2:30 de la madrugada del martes 30 de junio, apenas una semana después de su entrada al hospital público. Aunque el personal responsable del hospital afirma que murió por covid-19, las hijas de Vilma Esperanza tienen la constancia fechada del 26 de junio que respalda que ella no estaba enferma en ese momento. Un paro cardiovascular, le dijo el doctor a Karina.
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No les entregaron el acta de defunción y les pidieron que la solicitaran con alguien con un diploma de derecho a la par. O bien, al Registro de Ciudadanos, pero sin decir el nombre de ella porque no aparecería en la base de datos. Para poder vivir el duelo y visitarla en el cementerio hay que esperar cinco años, desenterrar el cuerpo y acompañar el dolor que, estoy segura, se mantendrá todos los días que vienen. ¿Dónde estás, Vilma Esperanza?
En uno de los videos reconocí la entrada al hospital donde trabajó mi mamá, que yo recorrí algunas veces de niña, cuando ya solo íbamos a visitar a algunas amigas enfermeras. Volví a escuchar a Karina decir que nadie se ponía en sus zapatos. Intenté hacerlo y, aunque sé que no se parece en nada a lo que ha de estar viviendo, la sola idea asusta y duele.
Desde el 9 de julio pienso en ella recurrentemente, en su tristeza profunda y en su papá, que se enfermó de la preocupación. Después de las publicaciones en Internet entre el 9 y el 10 de julio, no encontré nada más sobre Vilma Esperanza y su familia. El Estado es el responsable y no puede regresar el tiempo ni resarcir el dolor de estas semanas. La falta de una institucionalidad con recursos para respetar la vida y la dignidad de quien llega sufriente es una responsabilidad del Estado y de quienes se hartan corruptamente lo que debe ser para la sociedad. Y el Estado no puede quedarse callado. Ni la justicia. Nosotras tampoco.
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