Es un tiempo propicio para reflexionar sobre un hecho que el 14 de septiembre fue noticia y que está relacionado con las mujeres. Leí en la página de Facebook de La Cuerda: «Más de 20 niñas denunciaron abusos sexuales por parte de maestros y personal del Mineduc en Alta Verapaz. Hoy, 14 de septiembre, se realizó en el Tribunal de Femicidio de Cobán el primer juicio del caso emblemático #FueEnLaEscuela: Eliza*, una niña de 12 años, contra el Profe, un hombre de 56 años, autoridad en los cocodes, bombero, representante en las mesas regionales y departamentales en el marco de la planeación de la violencia contra la niñez en embarazos de niñas y adolescentes, según explicó la abogada defensora de Eliza*. Armando Filiberto Vaidez, el Profe, fue condenado a 27 años de prisión y 8 meses inconmutables».
En medio de la impunidad que nos rodea por todas partes, es alentador saber que los juzgados de femicidio sí funcionan. Aun cuando sea una proeza llegar a ventilar los casos de abusos, violencia y asesinato de mujeres en ellos, una vez que se llega a dichas instancias se sabe que estas en realidad operan cien por ciento bajo una perspectiva de género. Las niñas y mujeres víctimas, una vez que se ha llevado el juicio y se han emitido las condenas respectivas a los agresores, pueden sentirse al menos psicológicamente resarcidas. Sin embargo, llegar a esos tribunales es uno de los mayores retos dentro del sistema de justicia. El Organismo Judicial es un laberinto intrincado en el que unas pocas habitaciones funcionan. Nos toca velar por que estos tribunales sigan no solo funcionando, sino también fortaleciéndose. ¿Cómo? He ahí la gran tarea.
Esta condena, a la vez, evidencia un problema cuya máxima expresión fue la quema de las 41 niñas aquel fatídico 8 de marzo de 2017, cuyo juicio aún no ha sido ventilado. También muestra una vez más que la situación de las niñas no es segura ni en casa (hay un gran número de niñas menores de 14 años embarazadas cada año, usualmente por algún miembro de su familia) ni en la escuela, tal como lo vemos en este caso.
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Para coronar este septiembre aciago, se encontraron los cuerpos sin vida de una madre y de su hija de 16 años, que habían sido reportadas como desaparecidas. Por estos días, además, otra mujer denunció la violación de la que fue víctima por parte del dueño de un lujoso restaurante. El tema, divulgado en las redes, genera más polémica, morbo y dudas contra la mujer que contra el supuesto culpable. Unos están a favor y otros en contra, como en el asesinato de las niñas del hogar seguro, como si no se tratara de las vidas de mujeres que se marcan, se interrumpen, se mutilan. Quisiera creerse que en estos asuntos sucede lo que reza el refrán «La justicia, aunque tarde, llega». Pero, en nuestro país, de aquí a que llegue para todas, al parecer, falta mucho.
Lo cierto es que, mientras no exista una voluntad política de Estado continua y efectiva para implementar, entre otras cuestiones, la educación en género, la situación no se modificará. Mientras esta no sea un eje que atraviese Guatemala desde la más profunda hasta la más turística, pasando por la académica, la artística, la literaria, la política, la científica y la cultural, estaremos lejos de siquiera empezar a transformar levemente estos esquemas de discriminación que vivimos las mujeres en este territorio.
Nos preguntamos cuándo y en qué lugar de este país de la eterna primavera podrán sentirse y estar realmente seguras las niñas y las mujeres.
¿Bicentenario? Nada que celebrar, poco de que sentirnos orgullosos. Somos peor que los olvidados de la tierra porque a nadie le importamos, ni siquiera a nosotros mismos.
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