Trabajo en casa, ayudo a mis hijas con sus tareas, voy al supermercado, leo las noticias y me preocupo por mi hermana estudiante de medicina, que tarde o temprano estará en uno de los hospitales de las imágenes dantescas de estas semanas.
El mundo no será el mismo luego de esta crisis, dicen varios artículos de opinión, que profundizan en las consecuencias del covid-19 en las relaciones sociales y en la economía, ese elemento frágil que depende de mercados de valores en los que cotizan...
Trabajo en casa, ayudo a mis hijas con sus tareas, voy al supermercado, leo las noticias y me preocupo por mi hermana estudiante de medicina, que tarde o temprano estará en uno de los hospitales de las imágenes dantescas de estas semanas.
El mundo no será el mismo luego de esta crisis, dicen varios artículos de opinión, que profundizan en las consecuencias del covid-19 en las relaciones sociales y en la economía, ese elemento frágil que depende de mercados de valores en los que cotizan al alza la histeria y el acceso a información privilegiada, como parece haberlo entendido Richard Burr, miembro de la Comisión de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos, quien vendió sus acciones luego de ver los reportes sobre las consecuencias del coronavirus sobre la economía mundial. Sin duda, un ilustre miembro del club de ganadores de esta crisis.
Yo temo que el mundo que surja luego de esto va a ser muy similar al que conocemos. Al final de cuentas, el mundo que emergió luego de la gripe española vio el auge del fascismo y del odio racial y peleó la Segunda Guerra Mundial. Sí, ha pasado mucho tiempo desde entonces (algo más de un siglo), y nuestra reacción a la pandemia ha sido muy diferente con base en la información disponible, la tecnología y el hecho de que nadie busca esconder información para no perjudicar el esfuerzo bélico de ganar la Primera Guerra Mundial. Pero nuestros miedos y la fascinación por el mesianismo y el autoritarismo también siguen ahí (como el dinosaurio) y han avivado el debate sobre qué es mejor para los Gobiernos en este momento.
Varias facturas vienen a juntarse en el momento de crisis. La más acuciante: la debilidad creada en los sistemas de salud pública en beneficio de los sistemas privados con base en el copago. Sin embargo, la precariedad en el empleo le corta distancias apresuradamente.
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En febrero de este año, el informe Panorama laboral, de la OIT, daba cuenta de que 25 millones de personas buscaban empleo en América Latina. Las previsiones pesimistas del Fondo Monetario Internacional sobre 2020, con una desaceleración de la mayor parte de las economías de la región y del mundo, también estaban recogidas en ese informe.
En América Central, la previsión era la de un crecimiento estable de alrededor del 2.8 %, con una excepción notable y dramática: la Nicaragua del –5 %. En el caso de los países del Triángulo Norte, las perspectivas de crecimiento económico presentaban un patrón similar al de 2018.
Esta tasa de crecimiento económico estable en la región era ya insuficiente para generar la creación de nuevos empleos, como en el caso de Honduras: al menos 240,000 personas buscaban trabajo sin conseguirlo mientras los empresarios de Honduras celebraban haber podido mantener los empleos existentes.
«Si me quedo en casa, me muero de hambre», dice un artículo de El Faro acompañado de una colección de imágenes de vendedores de la economía informal. Seguramente muchos de ellos estaban en las calles de El Salvador bajo la promesa de una ayuda económica en esta misma semana.
Cierro estas líneas escuchando todavía a los Blue Stones (2019), esta vez con Be my Fire, y me quedo en casa. Otros no pueden hacerlo porque el hambre acecha.
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