Los abusos de las empresas concentradas son la antítesis de los mercados y minan los potenciales beneficios que la libre competencia podría brindar al consumidor.
Como no es posible que exista una economía de competencia perfecta (químicamente pura, como yo la llamo) más que en delimitados contextos teóricos, el reto de las economías modernas es hasta dónde debe intervenir el Estado en regular la competencia.
Algunas industrias estratégicas pueden vulnerar el desarrollo de otros mercados en una economía pequeña.
En los alimentos, por ejemplo, si la industria de pollo crudo está concentrada en dos o tres grandes productores locales y el pollo importado tiene aranceles, una cafetería que quiere competir con la gran cadena de restaurantes se verá afectada por el costo más alto de la compra de su materia prima a la industria oligopólica, que impone precios antojadizamente, y no de acuerdo con la teoría de la libre competencia. Al no haber alternativas de insumos, el emprendedor o la emprendedora tendrá que conformarse con ganancias mínimas o abandonar la potencial industria lucrativa del pollo frito.
El problema de mercados concentrados se agrava cuando se ve la imagen global. La evidencia indica que, mientras más desregulados estén los mercados, más tenderán a concentrarse al existir industrias con ventajas establecidas. A nivel global es un problema transnacional, por lo que la concentración de empresas globalizadas no cuenta con un suprarregulador transnacional. Esta es otra faceta de la concentración de poder y de desigualdades a las que se refiere Thomas Piketty, quien también sugiere un impuesto transnacional para evitar dichas concentraciones de poder global. En este aspecto observamos cómo la historia le da la razón a Marx. No es sorprendente que los cuatro multimillonarios guatemaltecos que aparecen en la lista de Forbes sean dueños de empresas oligopólicas en el país.
Algunas industrias específicas son, más que una forma de prestar servicios, herramientas para la democracia. Hablo de los medios de comunicación masiva. Por ejemplo, la situación de la televisión y su poder de influencia no son exclusivos de México o de Estados Unidos. La concentración de los medios de comunicación pone en riesgo la diversidad, la libertad y la transparencia que deben prevalecer en una democracia. Pero, aun cuando los medios dependen de las pautas de las grandes industrias concentradas, se corre el riesgo de perder libertad y transparencia.
Una forma de medir la participación de una empresa es a través de la razón de concentración (CR, por su sigla en inglés), que mide el porcentaje de ventas de las empresas individuales respecto al cien por cien de ventas en la industria. Como regla se acepta que, si las cuatro empresas más grandes en una industria concentran más del 40 % del mercado, dicha industria se considera un oligopolio. En Guatemala es difícil contar con estadísticas. Y ante la inminente discusión de la ley de competencia y regulación de mercados concentrados, esos datos deben ser accesibles a la ciudadanía a través del INE.
En Guatemala, los mercados de hidrocarburos —gas licuado—, avícola, de aguas gaseosas, de cerveza y licores, de cemento (que afecta a la industria constructora de viviendas y edificios), de azúcar (que afecta la producción de alimentos y bebidas derivadas) y de medios de comunicación televisa y escrita (que arriesga su objetividad cuando sus ingresos dependen de las pautas de las grandes empresas, a su vez oligopólicas) están concentrados.
En reciente entrevista publicada en Nómada, el representante de Fundesa, ONG en la cual coinciden empresas oligopólicas, se refirió al monopolio del azúcar así: «El azúcar no es un monopolio. Es un oligopolio. Son varios productores reunidos en un cartel, que tienen capacidad de incidir en los precios».
Si usted como consumidor va al súper, encontrará que, aunque existan dos o tres marcas de azúcar, todas vienen del cartel azucarero.
Esa no es ni la lógica del libre mercado ni la forma como este puede derramar beneficios para el desarrollo de una población. Cuando los precios deberían ser bajísimos al reflejar los bajos costos de producción en escala, los precios del azúcar son discrecionalmente establecidos por el cartel. Y al consumidor no le queda otra opción que aceptarlos. Algunas veces la demanda es artificialmente creada y consolidada por el poder de seducción del mercadeo y de los bajos precios, aunque los beneficios reales de consumir tal o cual producto no son observables sino en el largo plazo (bebidas carbonatadas y comida chatarra: obesidad; cigarrillos: enfermedades pulmonares, respiratorias, cardíacas, y cáncer; azúcar: obesidad, diabetes; cemento: contribución al efecto invernadero, dependencia a un material específico para la urbanización, captura de municipalidades para construir pasos a desnivel y carreteras con dicho material, pudiendo haber alternativas de no existir el monopolio; gas: contaminación ambiental; jabones y aceites: contaminación ambiental, depredación de bosques, sustitución de selva por palma africana; etcétera).
Sin embargo, vale aclarar que no todos los oligopolios son indeseables en los mercados. Cuando no coluden, cuando no hay alternativas de producción, cuando son pieza importante en la ecuación productiva del país, cuando son estratégicos para el bienestar social —transporte público, seguridad— o cuando no abusan de su poder en el mercado, pueden ser bien recibidos en las economías, pero bajo un escrutinio cercano por parte de los agentes reguladores y del público a través de instituciones.
El problema fundamental de Guatemala es la concentración estructural de poder y de riqueza en pocos. Los oligopolios están altamente relacionados con esta concentración de poder político y socioeconómico. Es por ahí por donde debemos entrarle como ciudadanía activa, educada, inteligente y responsable.
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