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Nicaragua: Mujeres emprendedoras líderes en su industria

¿La fórmula? creatividad, tesón y persistencia
Kuero, Naiva y Oscaritex son empresas dirigidas por mujeres que innovaron en la industria de prendas de vestir.
Foto: Aída Mayorga frente a la maquinaria de su empresa de confección, serigrafía y bordado, en Masaya. Diana Ulloa/Confidencial.
Ana Velázquez, propietaria de Kuero. Diana Ulloa/Confidencial.
Raina Khan, propietaria de Naiva. Diana Ulloa/Confidencial.
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Nicaragua: Mujeres emprendedoras líderes en su industria

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Los productos que comercializan estas mujeres son elaborados con sus propias manos. Ellas proponen diseños, contratan artesanos, tocan puertas y consiguen financiamiento. Tras estas nicaragüenses existe toda una red de trabajadores que crece junto a ellas. Su enfoque es innovar en un mercado altamente competitivo: la industria.

Por: Cinthia Membreño

 Aunque la travesía por las aguas empresariales inició en distintas facetas de sus vidas, todas crearon propuestas distintas a lo que veían usualmente en Nicaragua. La etapa de exploración aún no ha terminado para ellas, pero desde ya comparten sus historias de éxito.

 Kuero nica de exportación

De niña, Ana Velázquez creció rodeada de telas, mesas de corte y máquinas de coser. Su madre, quien era propietaria de un taller de confección, teñía artesanalmente la manta cruda que compraba para elaborar sus diseños. Su hija, siempre curiosa, la observaba sumergir en grandes piletas aquellas telas, que luego colgaba en alambres y dejaba secar al aire libre.

Esa niña curiosa es ahora la dueña de Kuero, una tienda nicaragüense en donde se venden carteras, zapatos, fajas y billeteras hechas a mano. Los productos también se venden en Nueva York, Colorado, Virginia y Pensilvania (EE.UU) y acompañaron a Farah Eslaquit, Miss Nicaragua 2012, por sus desfiles de Miss Universo.

Velázquez montó su negocio en 2005, año en que sintió que sus hijos estaban lo suficientemente mayores como para que ella pudiera dedicarse a su pasión: el diseño. Así, lo primero que hizo esta emprendedora fue contratar a un artesano con experiencia en elaboración de carteras. Además, compró una máquina de coser (no eléctrica) de la que se deshizo tiempo después.

“Vi que en el mercado habían muchos productos que se hacían a máquina y pensé que ya era suficiente de lo mismo. ¿Por qué no crear algo que sea diferente y único? Entonces decidí olvidarme de las máquinas y adquirí herramientas como martillos, caladores, agujas e hilo. Desde entonces hemos estado calando y cosiendo cada cosa, una por una”, relata.

El alto costo de los productos hechos a mano hizo que esta empresaria se viera en la necesidad de vender en el exterior. Pero antes de exportar a Estados Unidos, su mercado más cercano, realizó un viaje de veinte días por Pensilvania, Filadelfia, Nueva York, Maryland y Miami. Allí, consultó con dueños de diferentes tiendas para ver si sus creaciones eran realmente competitivas.

“Sentí que era suficiente de tanto experimento. Me fui y levanté estadísticas del tipo de precios de ese mercado, desde los productos que se hacen en masa hasta aquellos únicos, que se encuentran en tiendas de diseñador. Cuando regresé estaba muy satisfecha. Me di cuenta que mi producto sí cumplía con los estándares de los que yo tenía tantas dudas”, indica.

En este proceso, la pequeña empresa de Velázquez ha crecido con ella. Kuero ahora cuenta con diez empleados, la mayoría son mujeres que provienen de localidades como  Esquipulas, Ticuantepe, La Concha o Santo Domingo, sitios aledaños al kilómetro 10.7 de la Carretera a Masaya (Managua), donde se encuentra la tienda.

El concepto de empresa de Velázquez es bastante peculiar, pues ella también organiza terapias psicológicas y charlas que puedan mejorar la calidad de vida de sus empleados. La idea es que estos sientan que son parte de un proyecto único y que no están produciendo en cadena.

“Creo que eso es de lo que muchos empresarios nos hemos olvidado. En lo primero que nos enfocamos es en cuánto dinero vamos a sacar, cómo vamos a exprimir (a la gente) y cómo lo vamos a lograr. No pensamos en el beneficio que podemos traer al país y qué diferencia podemos marcar en las personas que trabajan para nuestras empresas”, lamenta.

Llegar a este punto no fue fácil. Velázquez tuvo que tocar puertas y, gracias a su insistencia, logró conseguir apoyo del Ministerio de Fomento, Industria y Comercio (MIFIC) y de USAID. Fue por medio de esta última organización que ella organizó viajes a Colombia y conoció a diseñadores a quienes presentó sus productos. Las alianzas están hechas, pero faltan muchas más.

“Este año estamos en conversaciones con un cliente que es más sólido, un distribuidor de los Estados Unidos que nos ha tomado seis meses conseguir. Uno tiene que hacer alianzas estratégicas y saber a dónde llevar tu producto, si querés que se mantenga en Nicaragua o que vaya fuera”, dice.

El siguiente paso para su tienda será diversificar su oferta. A futuro, ella incursionará en la fabricación de ropa a base de cuero, así que pronto se podrán adquirir piezas de diseñador como faldas, chaquetas, pantalones y blusas que llevarán el ingenio de la niña curiosa que creció en un taller repleto de telas.

 

Un proceso de prueba y error

Naiva, una marca de accesorios nacionales elaborados con telas recicladas, nació de una blusa. Su dueña, una joven de 26 años nacida en Rusia, de madre nicaragüense y padre guyanés, miró aquella pieza colgada en su clóset y como no la usaba pero gustaba de su color, la transformó en tiras que luego se convirtieron en un collar.

Con este primer prototipo, Raina Khan continuó fabricando otras piezas con la tela que sobró de esa blusa. Preguntó a dos amigos qué pensaban de su producto y las opiniones fueron tan variadas como duras. A una le gustó el diseño y el otro opinó que las tiras, puestas en un collar, parecían mechas de lampazo.

El período de experimentación que vino después fue prolongado. De hecho, Khan dedicó los últimos cuatro años a fabricar aretes, brazaletes y collares que primeramente fueron elaborados a base de cartón forrado, seda y otras fibras sintéticas. Finalmente, la joven descubrió que el algodón es un material muy manejable y desde entonces se convirtió en su mejor aliado.

Dos colecciones después, Naiva se vende como una empresa que promueve la cultura del reciclaje, el arte y el amor por la Madre Tierra. Sigue siendo un negocio pequeño, formado por su propietaria y un artesano del acero que reside en Chinandega, pero esta decisión, más que una estrategia de mercado, es una filosofía de la joven.

“No me veo a mí misma, ni al artesano que me ayuda, como un par de máquinas. Antes no quería ni comercializar mis piezas. Es que uno se enamora, se apropia de las prendas. Ni siquiera las usás, pero querés que sean tuyas”, explica Khan, quien dio su brazo a torcer cuando una amiga la convenció de que su arte tenía potencial y que debía convertirse en un negocio rentable.

El portafolio de piezas únicas de Naiva cuenta ahora con muchas más piezas. La meta de Khan es ahorrar lo suficiente como para abrir su propia tienda, contratar más personal y tener un local en donde sólo se vendan productos únicos. Sin embargo, las propuestas de aliarse con otros jóvenes empresarios no se han hecho esperar.

“Hay una muchacha extranjera en San Juan del Sur que ofreció aliarse conmigo, tiene una tienda cuya filosofía es muy parecida a la mía. Estoy estudiando esa posibilidad”, asegura la joven. Otras amigas y conocidos también le han propuesto alianzas, pero ella todavía se muestra escéptica ante esta posibilidad.

Para lo que Raina Khan no se muestra renuente es para las redes sociales. Naiva es, en realidad, una tienda virtual cuya estantería se encuentra en Facebook. Allí, las visitantes pueden ver sus productos, precios y una descripción de los mismos. Esta herramienta es una publicidad de ‘boca en boca’ que le ha facilitado el trabajo.

Una empresaria “aventada”

La aventura de Aída Mayorga por el mundo empresarial inició cuando ésta tenía apenas 20 años, momento en que se casó con Oscar, un joven dos años mayor que ella. Como ambos necesitaban generar ingresos, decidieron abrir una tienda en el Mercado de Masaya, ciudad en la que ambos residían, pero el negocio no resultó.

A raíz de este fracaso, a Mayorga se le ocurrió prestarle una máquina de coser a su madre, una comerciante que logró mantener a sus cinco hijos en medio de la pobreza extrema, vendiendo ropa en el mismo mercado en el que lo hizo su hija por primera vez. La joven pensó, entonces, fabricar pañaleras para bebés.

Esta simple idea fue el primer paso de una estrategia que llevó a Mayorga y a su esposo a fundar Oscaritex, una empresa de confección, serigrafía y bordado radicada en Masaya. Con ella, esta empresaria no sólo ha logrado vender sus productos en toda Nicaragua, sino que también los exporta a Puerto Rico y Estados Unidos.

Han pasado dieciséis años desde que esta nicaragüense prestó aquella primera máquina de coser y fundó un segundo negocio en el cuarto que sus suegros le habían cedido. En todo este tiempo, la empresaria pasó de tener una sola colaboradora hasta contar con 45 empleados. Incluso, sus préstamos ya no provienen de micro financieras, sino de organizaciones radicadas en Washington (EE.UU).

Esta empresaria explica que el mayor empuje que recibió fue la visita de un comerciante español radicado en Puerto Rico. En un viaje que éste realizó a Nicaragua, él descubrió el improvisado taller en donde se fabricaban los productos que había visto en el Mercado Oriental. Le parecieron muy finos, así que estaba determinado a hablar con su dueña, Aída.

Las relaciones comerciales entre ambos no despegaron rápidamente, pues el español le aclaró que para vender a gran escala necesitaba crecer. Él prometió que volvería a Nicaragua en tres meses y ella utilizó ese período para trasladarse a una casa más grande y comprar el equipo necesario para competir. Mientras tanto, Mayorga expandió sus ventas por todo el país.

“Yo soy bien aventada, a mí me tienen que parar. El empresario debe arriesgarse, si fracasa, fracasa. No le tengo mucho miedo a eso (…) Mi esposo estaba escéptico ante la idea de mudarse, porque ni siquiera podíamos pagar la luz del cuarto en donde vivíamos. Yo le di un ultimátum, le dije que si él no venía conmigo yo me iba sola para otra casa. Al final me tuvo que seguir”, dice la empresaria, entre risas.

La determinación de Mayorga también le ayudó a completar una carrera en diseño de modas. Incluso se convirtió en profesora de la misma universidad en la que estudió y, tiempo después, cursó un diplomado en negocios en el Tecnológico de Monterrey (México). Ella también conoció en persona a Hillary Clinton, a quien visitó en viaje que hizo a Estados Unidos gracias a una organización llamada Voces Vitales.  

Con todos estos años de experiencia en el mercado, esta emprendedora considera que es momento de hacer una pausa en el crecimiento de su empresa y, en su lugar, debe buscar cómo fortalecerla.

“Quiero estar solvente de toda deuda. Dieciséis años para una empresa es todavía muy corto para lo que falta por hacer. Hay negocios que tienen de 50 a 100 años operando y por eso han crecido increíblemente. Otras tienen 30 o 40 años y todavía están con dos o tres maquinitas. Todo es cuestión de visión”, indica.

 

*El anterior es reproducido con la autorización de el Confidencial.

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