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Nestor Gómez, de niño migrante indocumentado a campeón narrador en Estados Unidos

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Nestor Gómez, de niño migrante indocumentado a campeón narrador en Estados Unidos

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Nestor Gómez llegó indocumentado a Chicago en 1985 con 15 años, de la mano de su padre, hermana y dos hermanos. Ahora trabaja para S&C Electric Company, diseña playeras para Threadless, baila salsa, es conductor de Uber y fue tres veces ganador del grupo de narradores Grand Slam Moth. Este año finalmente obtuvo la ciudadanía estadounidense y recientemente, empezó a gestionar un circuito de narradores inmigrantes que espera llevar a todo el país. Su material como relatador se basa, mayormente, en su experiencia como migrante y refugiado.

“Esa noche oficialmente me convertí en un refugiado, un producto de la guerra civil en la antigua Yugoslavia”, cuenta Marko Ivanov.

“Cuando era una niña, más que cualquier otra cosa, quería ser como los estadounidenses”, cuenta Sveta Binshtok, originaria de Ucrania.

Marko y Sveta son dos de los migrantes radicados en Estados Unidos que han participado en el ciclo 80 Minutes Around the World: Immigration Stories (80 minutos alrededor del mundo: historias de inmigrantes), organizado por el migrante guatemalteco Néstor Gómez, nacido en la capital en 1971. Hijo de Dalila y Pedro Gómez, Nestor y sus hermanos y hermana crecieron en La Petapa sumidos en la pobreza. En mayo de 1985 llegó indocumentado a Chicago, donde actualmente reside. Nestor empezó a contar historias en micrófono abierto en el circuito de narradores en vivo The Moth en el 2015. “Puse mi nombre en una bolsa de sorteo, en parte porque quería vencer mi miedo al escenario y en parte para superar mi tartamudeo”, cuenta. “Y sacaron mi nombre”.

En esa primera ocasión Nestor contó su historia titulada Cookie, sobre su primer día en Chicago, recién llegado como migrante.

Acá el fragmento inicial:

“En mi primer día en Chicago conocí unos muchachos mexicanos que ofrecieron mostrarme el vecindario y, especialmente, la famosa orilla del lago Michigan. Me emocioné y les dije, en mi perfecto acento guatemalteco: 'Vamos a chingar la pita’, que para mi significaba nada más que ‘vamos a divertirnos’. Sin saberlo, mi ‘vamos a chingar la pita’, para estos mexicanos significaba algo así como: ‘Let’s go fuck some bitches’ (‘Vamos a buscar prostitutas’)”.

Ese mismo día Nestor conoció unas niñas puertorriqueñas que le dieron una cachetada.

“Uno de mis amigos me explicó que galleta, para ellos y para mí, significa únicamente eso, galleta”, cuenta Nestor. “Pero para una chica puertorriqueña galleta no solo significa galleta. También significa golpear o abofetear. Y entonces pensé: ‘esto va a ser difícil, no solo tengo que aprender a hablar inglés, sino tengo que aprender español otra vez’”.

“Hasta después me di cuenta de que estaba contando historias de migrantes”, dice durante una entrevista telefónica con Plaza Pública. En poco más de tres años Nestor “The boss” Gómez, ganó 35 veces el Moth Slam y tres veces el Grand Slam Moth de Chicago. The Moth es el circuito de narradores en vivo más grande de Estados Unidos; frecuentemente The Moth organiza MothSlams donde el o la narradora compite con otros 9 narradores y se presenta ante un público y tres jueces que determinan quién contó la mejor historia y de la mejor manera.  El o la ganadora de 10 Moth Slams avanza al Grand Slam con las mismas reglas y un público de, a veces, miles de personas.

El sitio de The Moth ha resaltado cuatro de sus historias que van desde sus responsabilidades como padre, hasta cómo él y sus hermanos salieron huyendo de Guatemala en los años 80 por la pobreza y el conflicto armado interno. Hace poco empezó a reclutar a otros migrantes, a otros refugiados como él, para que también cuenten sus historias. “Es necesario darles el escenario y proyectar la voz de este sector tan vulnerable”, dice.

Tyler Greene

 

De Petapa a Illinois

En Guatemala, Nestor, sus padres Pedro y Dalila, y sus tres hermanos se ganaban la vida fabricando y vendiendo muñecas típicas cerca del aeropuerto y en el mercado central. Pero la violencia y el conflicto armado afectaron el turismo y las ventas de su familia.

“Había días en que la única comida que podíamos comprar eran frijoles negros”, cuenta Nestor en su relato Undocumented Journey. “A veces no teníamos dinero para pagar la luz. Entonces, después de un par de días sin electricidad, los frijoles que mi madre mantenía en el refrigerador se arruinaban. Incluso hoy puedo ver claramente a mi mamá añadiéndole polvo de hornear a los frijoles para que los pudiéramos comer —el polvo quitaba el mal olor y sabor a los frijoles—”.

Los padres de Nestor salieron de Guatemala a principios de los 80.

La idea era trabajar por un par de años, juntar dinero y luego regresar. Pero luego, convencidos de que la vida en Estados Unidos era la más adecuada para su familia y dado que el conflicto armado empezaba a calar en la capital, los Gómez juntaron el dinero necesario para pagar por el viaje de sus hijos, también como indocumentados. El encargado de llevarlos hasta Chicago fue su padre, quien ya conocía el trayecto.

“Lo primero que dijo mi padre cuando regresó a Guatemala por nosotros es que íbamos a reunirnos con nuestra madre”, narra Nestor en Undocumented Journey. “Lo segundo que dijo fue que no iba a ser un viaje placentero”.

“Y no lo fue”, dice Nestor, en la entrevista telefónica. “No fue un viaje turístico”.

El grupo de refugiados estaba integrado por Nestor, su padre, Jorge Gómez, la hermana mayor de Nestor, de 16 años, un amigo de ella de la misma edad y sus dos hermanos, de 10 y 5 años respectivamente. El viaje iba a durar unos días apenas, declara. Sin embargo, se convirtieron en varias semanas. Nestor cuenta que la mayoría del trayecto lo hicieron en autobús y que fue un viaje muy callado.

“No hablen, no digan nada”, les repetía su padre pues, según recuerda Nestor, tenía miedo de que la gente se diera cuenta de que no eran mexicanos y que podrían llamar a la policía y a migración. “Cállense y no hagan ruido”. El padre de Nestor les pedía que ni siquiera compraran helados, “pues en México les dicen paletas”, y eso podría delatarlos.

Nestor no sabe qué estados atravesaron, pero recuerda lo amplio de México, las carreteras interminables y desoladas.

Cada cierto tiempo paraban y buscaban dónde pasar la noche. Jorge Gómez llevaba el dinero que envió su esposa y con eso pagaban las pensiones o habitaciones. Afortunadamente, el padre de Nestor ya conocía el camino, dónde agarrar, qué ciudades, pueblos y con quién buscar ayuda. Así atravesaron México, solos, por su cuenta, sin ayuda de un coyote y confiando únicamente en la memoria pendular de su padre. Eventualmente llegaron a Guadalajara, donde varios migrantes, sin dinero, se subían en el lomo de trenes, en la espalda de La Bestia. A ellos, los ahorros de sus padres les permitieron subirse como pasajeros.

A medio camino rumbo a Tijuana los agentes migratorios de México detuvieron el tren para cuestionar a todos los pasajeros y arrestaron al padre de Nestor. Regresó un par de minutos después. Jorge Gómez les había entregado casi todo el dinero que llevaba, excepto unos cuantos billetes que previamente había escondido en sus zapatos. 

Y así, abordo del tren, llegaron a Tijuana donde Jorge se puso en contacto con un coyote.

“Fue hasta ahí que nos unimos a un grupo”, afirma.

Los Gómez llegaron a una casa donde había otros migrantes, gente de Guatemala, de El Salvador, de México… más o menos 200 personas. El coyote había pedido la casa para organizar a su paquete. Nestor recuerda que era muy cercano a la frontera y había además un mercado cerca y que varios vendedores caminaban de arriba abajo vendiendo zapatos, mochilas, ropa y agua.  

“Nosotros cruzamos al anochecer”, cuenta. “Al principio éramos parte de un grupo grande, pero cada vez había menos gente que agarraba para otro lado. Al tiempo solo quedamos mi papá, mis hermanos, el amigo de mi hermana y el coyote”.

El coyote iba al frente, detrás iba el padre de Nestor quien llevaba cargado a su hijo menor y de la mano al amigo de su hija. Atrás iban Nestor, su otro hermano y su hermana tomados de la mano.

Nestor y su familia corrieron por varias horas sobre el desierto azul de Tijuana hacia California. De repente, sin haber cruzado una sola reja, sin haber visto un solo puesto migratorio, sin tocar un muro, sin siquiera ver que la tierra bajo sus pies era, legalmente, ya otra tierra, llegaron a Estados Unidos. “Eran los 80”, dice. Así, Nestor y su familia llegaron a California en mayo de 1985, en donde los esperaba un carro. El coyote los llevó luego a una casa donde debían esperar hasta que la madre de Nestor pagara. Días después el coyote, quien ya había recibido el dinero, los llevó al aeropuerto.

Según Nestor no fue hasta después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que los aeropuertos estadounidenses adoptaron la estructura confusa, claustrofóbica y laberíntica de ahora. Antes, en los 80, declara, el viajero podía llegar hasta su puerta de embargo únicamente con el boleto. Y así lo hicieron los Gómez. Pero, incluso en el aeropuerto y a bordo del avión, el padre de Nestor pidió silencio.

Nestor recuerda las nubes: blancas y suspendidas en el aire, debajo de ellos. Recuerda también que no quería dormir, que estaba emocionado. Y recuerda además que durante el vuelo, una de las azafatas le dio un billete de un dólar gigante, el primero que veía en su vida. “Lo tuve en mis manos mucho tiempo”, cuenta.

Cuando aterrizaron en el O’Hare International Airport de Chicago —un aeropuerto que fue abierto originalmente en 1944, como un aeródromo para el uso de Douglas, una empresa aérea que fabricaba aviones durante la Segunda Guerra Mundial— estaba empezando la primavera. Esa noche cenaron frijoles negros.

Camino hacia la ciudadanía

Poco tiempo después, en 1986 el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan aprobó la Ley de Reforma y Control de Migración que obligaba a los empleadores a verificar el estatus migratorio de sus empleados y a no contratar inmigrantes indocumentados.

La reforma de Reagan también ofrecía aumentar la seguridad en la frontera con México. Sin embargo, y a pesar de la tensión política, el presidente también aprobó que todos los migrantes que habían llegado a Estados Unidos antes del 1 de enero de 1982 y que tenían un record criminal limpio y un conocimiento mínimo del inglés, podían obtener ciudadanía. Esto excluía a Nestor y sus hermanos, pero incluía a su madre quien podía patrocinarlos.

Esta ley le permitió a casi tres millones de migrantes legalizar su estatus migratorio y obtener la ciudadanía estadounidense. Nestor no fue uno de esos tres millones pues terminando la secundaria contrajo matrimonio con una mexicana, también indocumentada, lo que entorpeció el proceso de naturalización. En su lugar obtuvo una tarjeta de residencia que legalizaba su estadía en Estados Unidos, pero no le permitía tener los beneficios de un ciudadano (derecho al voto y seguro social).

Kevin Penczak

Diez años después, cuando venció su tarjeta de residencia, Nestor se había divorciado y vuelto a casar con otra inmigrante indocumentada, tocó renovar la tarjeta.

Luego vino Obama, “y nos dormimos”, admite Nestor. “Siempre quise obtener la ciudadanía, pero cuando Obama fue presidente vi que el país estaba cambiando para bien, y yo y mucha gente nos tranquilizamos, nos confiamos, nos dormimos”. Y entonces, en noviembre de 2016 fue electo como presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump “y dije, ahora sí, aunque me cueste un ojo de la cara”.

Después de año y medio de papelería, de estudiar para el examen de ciudadanía, de ser entrevistado, y después de 33 años viviendo en Chicago, Nestor Gómez fue juramentado como ciudadano estadounidense el 15 de marzo de 2018.

Nestor, el storyteller

En menos de tres años participando en The Moth, Nestor se convirtió en uno de los narradores más queridos de Chicago. Pero a pesar del buen recibimiento, el guatemalteco admite que siempre había buscado un grupo donde se contaran historias de migrantes, especialmente tras la victoria de Trump y la situación política actual. “Quería escuchar a gente hablar de dónde vienen, cómo llegaron a los Estados Unidos, qué sienten estando lejos de casa, las diferencias entre culturas; cosas así”, explica.

Luego, un grupo de activistas se acercaron a Nestor para organizar un show de narradores en vivo y que los ingresos de la noche fueran destinados a beneficiar grupos menos privilegiados y perseguidos por las políticas de Trump: inmigrantes, indocumentados, personas LGBTQ, madres solteras y la comunidad afroamericana. Nestor propuso, entonces, hacer un show de migrantes. El show fue todo un éxito y a la fecha lo ha replicado cinco veces, bajo el título de 80 Minutes Around the World: Immigration Stories con narradores de Kenia, Polonia, Hong Kong, Tailandia, Nigeria, Serbia, El Salvador, México, Nicaragua y, claro, Guatemala.

“Yo no busco fama, ni dinero —dice— lo que yo quiero es primero que se escuchen las historias de los migrantes. Hace unos días una persona se me acercó y me dijo: ‘yo no sabía ser un inmigrante en Estados Unidos era tan difícil’. Eso quiero provocar. Que la gente entienda”.

80 Minutes Around the World será llevado por Nestor a Nueva York el próximo 8 de septiembre. Tiene otros shows confirmados en Detroit, Wisconsin y Milwaukee. “Lo necesitan acá en Chicago y lo necesitan en todo el país”, finaliza.

En diciembre Nestor Gómez finalmente regresará a Guatemala, a visitar el barrio donde creció. “He visto fotos y ya asfaltaron las calles”, dice. “Cuando me fui apenas habían puesto el alumbrado”.

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