O que el orden social, a través de sus estructuras políticas e institucionales, limita a la población el acceder siquiera a la más básica educación integral en sexualidad, la cual se remite a moralismos ajenos a nuestro Estado laico, lastrado por el conservadurismo desde su origen. En lo que va del año se ha registrado un promedio de 186 denuncias diarias de delitos contra mujeres, niños y adolescentes, según datos del Observatorio de las Mujeres del Ministerio Público (el 72 % de dichas denuncias corresponden a mujeres). ¿Cómo se viven esos tabúes cuando el confinamiento actual agudiza las situaciones de riesgo de violencia sexual?
Las relaciones desiguales de poder, que se visibilizan a través de la lupa del género en los distintos espacios de la convivencia social y se materializan en hechos de violencia sexual, muestran fenómenos que producen victimización secundaria y terciaria (la primera es la violencia recibida por las instituciones y por su personal y la segunda la recibida por el entorno social). Sin obviar los daños inherentes a este hecho de violencia, la materialidad del confinamiento y el aislamiento social, ¿qué implica la carga moral del abuso sexual para las mujeres víctimas de violencia?
Más allá del indudable derecho a la dignidad de nuestro propio cuerpo, del derecho a vivir libres de violencia, sin daños emocionales, físicos, psicológicos y otros que se presentan en las víctimas de violencia, no pocas veces se presenta la carga del daño moral, entendido a veces de manera muy limitada y desde una perspectiva de moralidad que no deja de ser una construcción social propia de nuestra estructura patriarcal, la cual desde sus orígenes considera el cuerpo de las mujeres como cuerpos de seres vulnerables, puros, pulcros, que se deben cuidar. En otras palabras, como cuerpos vírgenes, que se deben conservar no desde la dignidad del cuerpo, sino desde su carácter de objeto.
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Cuando se repara en lo moral de la situación desde esta perspectiva, se abre la puerta a la victimización secundaria y terciaria de la persona a través de una moralidad construida desde el imaginario patriarcal. Esto trae consigo una doble carga social y emocional para la persona víctima y su entorno inmediato, que a través de un proceso de resiliencia se ve forzada a deconstruir algo que ni siquiera debería cuestionarse o existir en el imaginario social.
Esto obliga a preguntarnos cómo se ha construido la moralidad de los cuerpos de las mujeres, cómo esta moralidad latente afecta el derecho a una vida libre de violencia y cómo esta moralidad patriarcal comporta una sanción social que interactúa con la carga traumática del abuso experimentado. Aunada a la percepción que culpabiliza a la propia víctima cuando esta se ve imposibilitada o limitada de denunciar, esta carga de culpa moral prejuzga y erróneamente repara más en la moralidad social que en el acto de violencia que debe ser debidamente juzgado y reparado. Esta esfera moralista suele estar presente en la victimización secundaria y terciaria.
Recuperar un relato moral no moralista sobre el cuerpo debería ser básico. Y por qué no aprovechar los debates esenciales al respecto. En este momento viene a mi mente la discusión filosófica de san Agustín de Hipona acerca de dónde residen la dignidad y la esencia de lo humano. Aunque él la vinculaba a una entidad divina, ello precisamente le confería a la persona una dignidad universal inalienable bajo cualquier circunstancia. Como se sabe, esta idea de la dignidad de la persona es fundacional en la comprensión filosófica de la noción de derechos humanos como un algo que no perdemos los seres humanos bajo ninguna circunstancia.
Sin embargo, el cuerpo de la mujer aún es visto como una dignidad objetual, y no como sustancia integrante de esa dignidad humana inalienable, lo cual no es más que el reflejo del no reconocimiento de las mujeres como sujetos plenos de derecho en nuestra sociedad. Si bien no debe existir ningún tipo de tolerancia de la violencia sexual y de la violencia contra las mujeres en general, estas tampoco deben llevar consigo estigmas ni cargas moralistas patriarcales.
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