Es una fábrica de pobres antes que productor de materias primas, textiles, productos agrícolas, oro, ciencia y dignidad. Tres millones de guatemaltecos en el exilio migratorio, 10,000 millones de dólares de remesas al año, 1 millón de dólares por hora ingresando al país. Todo es reflejo de esa matriz colonial de poder perpetuada durante 500 años que nos vuelve uno de los países más desiguales, injustos y corruptos del mundo. Según la Cepal, somos campeones en remesas.
A muchos no les gusta que escriba así y de esto. Maltratan antes que debatir ideas y hechos. Le damos la espalda a la realidad. Nos volvemos indiferentes, individualistas, moralistas y criticones en tanto a nosotros no nos toque. Algunos familiares ven a los migrantes con rostro de dólares —conseguidos con sangre, sudor y lágrimas—, y no como los que dejaron el ombligo que los une a la tierra, su tradición, su cultura, sus costumbres, etcétera, para lanzarse en busca del sueño-pesadilla americana.
Durante un mes he recorrido el territorio estadounidense dictando más de diez conferencias en distintas universidades, dando entrevistas en medios de comunicación, dialogado con organizaciones de migrantes, así como con empresarios centroamericanos organizados, paisanos en las calles, académicos de distintas nacionalidades y quetzaltecos que viven en este país del norte. Todos tienen un drama que contar y muchas esperanzas que materializar. Los que tenemos la suerte de estar en el país medio sobreviviendo ignoramos las múltiples tragedias, obstáculos y penas que han pasado nuestros familiares y connacionales. Solo nos enorgullecemos de que se están rompiendo récords históricos de remesas recibidas. Y el Gobierno y la clase dominante, felices.
He aprendido que ha habido varias oleadas de migraciones. Una de las primeras fue en la década 1950-60, en la turbulencia de la intervención estadounidense con la complicidad del Ejército. Otra significativa ocurrió durante la llamada década perdida, 1970-80, por la pobreza derivada de la crisis del petróleo que impactó la economía guatemalteca. Luego se dio la migración provocada por el conflicto armado, por la violencia urbana y por el genocidio indígena. Y la última, ya en pleno siglo XXI, fue resultado de la pobreza creciente por la implantación del modelo neoliberal y extractivista, así como de la violencia delincuencial y el narcotráfico. Como articulación transversal a esas oleadas se encuentra la corrupción del poder político y empresarial, que no ha querido impulsar un Estado democrático, con justicia social y plural.
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Hablé con personas que vinieron hace 50 años y encontré a muchas de ellas con hijos y nietos nacidos acá. También hablé con migrantes recientes, con gente maya hablando su idioma y el inglés únicamente, con algunos profesionales, con catedráticos ejerciendo y con estudiantes de las costosas universidades del país. Dialogamos con comerciantes establecidos, con mujeres jóvenes ejerciendo diversos oficios o sirviendo en las casas, con guías espirituales, con gente viviendo en la calle, vendiendo en las aceras alrededor del parque MacArthur, igual que en nuestras calles, y con otros organizados para reunirse de vez en cuando y transitar la tristeza, la soledad y la nostalgia por el maíz, el frijol, la marimba y la Quezalteca Especial.
Me llamó la atención que las diferencias raciales, económicas, sociales y territoriales que tanto daño hacen en nuestro país se amortiguan por estos rumbos, donde todos son conscientes de la nueva identidad que cubre las asumidas en Guatemala, de esa identidad llamada migrante, que los une ante el enemigo común: el Gobierno estadounidense, que los rechaza y expulsa.
Las intervenciones que hice fueron de mucho interés por tratarse de noticias y enfoques de su terruño. Recibí mucho calor humano y una hospitalidad que conmueve, que los hace brindar lo mejor que tienen aun dentro de la precariedad y la soledad en que viven. Porque tienen que mandar dólares para la familia que se quedó. Lastimosamente, los gobiernos solo han tratado de utilizar a los migrantes política y económicamente.
Los elementos comunes y fuertes en ellos que detecté en mis reflexiones son las ansias por conocer, descubrir y fortalecer la identidad, la preocupación por el buen uso de las remesas y la solidaridad hacia los que viven en Guatemala.
Muchos presumimos del paisaje guatemalteco, de sus recursos y de su belleza, pero ¿de qué sirve si millones de guatemaltecos solo pueden ver todo eso en postales y en los medios de comunicación, y siempre como espectadores impotentes ante su destrucción social, política, cultural y natural por la minería y la palma africana?
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