Esos letreros me fueron recordados el Miércoles de Ceniza cuando el papa Francisco, en su homilía, hizo hincapié en tres palabras que sugirió meditar durante la Cuaresma 2018: «¡Detente, mira, vuelve!». Y me pareció que el sermón estaba dedicado a América Latina, y particularmente a nosotros los guatemaltecos. Por supuesto, no fue así. El mensaje era urbi et orbi, o sea, a la ciudad y al mundo.
En cuanto a la expresión «detente», hizo énfasis en la altanería. Cito textualmente: «Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y de la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error». Recordé entonces que, desde las jornadas populares del 2015, los guatemaltecos hemos estado enfrascados, más que en buscar soluciones, en adjetivarnos peyorativamente en las redes sociales. Las palabras que más sobresalen (fuera de la soeces) son derechista, izquierdista, socialista, conservador, imbécil e ignorante. Momentos estos de desahogo ciertamente, pero que nos hacen romper nexos con los más próximos entre los próximos.
En relación con la expresión «mira», hizo énfasis en reconocer aquellos síntomas que mantienen viva la fe, la esperanza y la caridad. Y también llamó a reconocer los signos que apagan la caridad. Hizo énfasis en mirar el rostro de nuestras propias familias, «que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo, a sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor». Recordé entonces esos casos tan tristes (que los palpo día a día en mi ejercicio médico) de los ancianos abandonados, de los ancianos despreciados, de los viejitos relegados a la parte de atrás de las casas, cuando deberían ser los «rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos, rostros de la sabiduría operante de Dios». Y a lo mejor, de haber seguido ese derrotero, de haber hecho caso a la sabiduría de nuestros abuelos, no estaríamos inmersos en este maremágnum social y político que parece la de nunca acabar.
Con relación a la palabra «vuelve», hizo énfasis en exhortar al retorno. En persuadir a volver a casa. A dejarse tocar el corazón. Previno en este segmento de su discurso acerca del camino del mal, del cual dijo, amparándose en la bula Misericordiae vultus, 19: «Permanecer en el camino del mal es solo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto, y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano». A la sazón, recordé a todos aquellos amigos y familiares que se han distanciado por cuestiones que ni siquiera llegan a ideológicas. No pasan de ser puros berrinches cuyo origen son pasiones que ni siquiera son nuestras, pero, como bien reza el dicho popular, «la política nunca fomenta la amistad sincera, pero sí fomenta la enemistad acérrima».
¡Detente, mira, vuelve!
Y, como si hubiese sabido de los últimos acontecimientos tristes en nuestra región verapacense, habló del rostro interpelante de nuestros niños «cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección. Brotes vivientes del amor y de la vida que siempre se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas». Pensé entonces en los niños del basurero y de los basureros de la ciudad. Aumentan cada vez más. Niños buscando ya no objetos para jugar, sino comida para saciar el hambre.
Me pregunto: ¿será mucho exigirnos que nos detengamos, miremos y volvamos en este tiempo de reflexión?
Yo haré el intento.
Más de este autor