En términos generales, para la gran masa de guatemaltecos las cosas no van bien. Las esperanzas que pueden haberse tenido luego de la firma de la paz en 1996 desaparecieron por completo. La democracia formal que se vive no parece resolver los profundos problemas históricos del país.
Guatemala sigue siendo uno de los países más desiguales de todo el mundo. Su producto bruto interno es el más grande de toda Centroamérica, pero la forma en que se reparte es de las más inequitativas. El salario mínimo cubre apenas una tercera parte de la canasta básica, y una buena parte de los trabajadores ni siquiera lo cobra. Pero el empresariado busca reducirlo aún más. Junto a ello, los problemas se multiplican: salud y educación son agendas pendientes, la delincuencia continúa intocable y el desastre medioambiental pasa factura en tanto el racismo y el patriarcado siguen presentes tristemente.
Hoy en día, numerosos pueblos latinoamericanos se movilizan exigiendo cambios. En Guatemala nada de eso acontece de momento. Todos los presidentes que se han sucedido desde el retorno de la democracia en 1986 gobernaron, en definitiva, sujetos a las cámaras empresariales y a los dictados de Washington.
En la administración saliente de Jimmy Morales vemos un proceso de derechización creciente, cada vez más conservador, atacando cualquier intento de lucha por la igualdad. El llamado Pacto de Corruptos (empresarios, militares, políticos, crimen organizado) se siente victorioso. Con la retirada de la Cicig respiró tranquilo. Ahora se maneja en un clima de impunidad absoluta. Solo el Procurador de los Derechos Humanos y la Corte de Constitucionalidad se le oponen, por lo que no sería extraño que el gobierno termine silenciándolos antes del fin de su mandato.
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Las actuales medidas gubernamentales, como despedida a toda orquesta, blindan al Pacto de Corruptos para evitar cualquier persecución penal en el futuro. Como evidencia de esta derechización y retroceso democrático, está intentando legislar para desandar todo lo avanzado en equidad de género, respeto de la diversidad sexual y educación laica. Claro que, para limpiar un poco su imagen, quiere algún golpe de efecto, de ahí que haya inaugurado el nuevo tren de Guatemala con locomotoras de 60 años de antigüedad… y descarrilado en el acto de inauguración.
La despedida es bastante apoteósica. Por lo pronto, deja al nuevo gobierno el paquete de un tratado con Estados Unidos para recibir migrantes que no ingresan al país del norte. Aún no está claro qué hará Giammattei con este convenio, pero todo indica que lo terminará aceptando. Y se despide también con estado de sitio en 21 municipios, bajo la declaración oficial de estar luchando contra el narcotráfico. ¿O reprimiendo la protesta social? El asesinato de líderes campesinos no termina.
¿Qué hará el próximo presidente? ¿Más de lo mismo o lo mismo con más? La elección de algunas figuras de su próximo gabinete deja ver ya por dónde irán las cosas: neoliberales en lo económico y militares ligados al genocidio para seguridad. Ningún cambio a la vista.
Su papel de bien portado con la Casa Blanca y con las órdenes que de allí emanan ya quedó demostrado incluso antes de asumir la presidencia. Su cuestionado viaje a Venezuela con miras a entrevistarse con ese engendro golpista de presidente encargado que es Juan Guaidó, desconociendo al presidente legítimo Nicolás Maduro, y sus declaraciones respecto a expulsar de Guatemala a los diplomáticos venezolanos cuando ya tome posesión lo colocan como un ejecutor de las políticas impulsadas por Estados Unidos.
Giammattei recientemente declaró la necesidad de una lucha frontal contra la desnutrición. Actos de constricción de esa naturaleza caen bien, mediáticamente. Es de esperarse que esa pirotecnia como presidente aún sin tomar posesión se efectivice realmente en iniciativas reales después del 14 de enero. ¿Beneficio de la duda?
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