El 9 de octubre de 2015 publiqué en este medio un artículo llamado Guatemala no aprende de sus desastres. Lo escribí en relación con la calamidad ocurrida en la colonia El Cambray II. Señalé en él la necesidad de tomar responsabilidad a nivel tanto personal como estatal para no seguir cayendo en la monotonía de la muerte. Porque los desastres —desde el deslave acaecido entre los días 10 y 11 de septiembre de 1541 en la primera ciudad de Guatemala hasta la actualidad— nos cierran vuelta.
Ni duda cabe: otra vez la desgracia nos cerró vuelta. Sin embargo, en esta ocasión afloraron otras heridas no vistas ni oídas durante las anteriores catástrofes. Se trata de ciertas realidades del corazón que yacían debajo de una costra quizá hasta cosmética. Porque pocas, muy pocas personas tienen conciencia de las realidades de su inconsciente.
Sobre ese inconsciente refiere el antropólogo Carlos Rafael Cabarrús, en la página 17 de La danza de los íntimos deseos: «Cuando hablamos de inconsciente, no lo hacemos usando el concepto estrictamente freudiano de sus inicios —y como se entiende con frecuencia en la actualidad—, sino como algo de lo que no somos conscientes, pero está ahí, y está ahí actuando en positivo y negativo».
Y ese tipo de negatividades afloraron cual flujos piroclásticos en las redes sociales. Veamos algunas.
- El aprovechamiento de la consternación. Para fines políticos, para el ataque insano, para sembrar confusión, para la burla insensata. Tal es el caso de un meme en el que se sustituyó el rostro de un bombero por el rostro del juez Miguel Ángel Gálvez.
- Las provocaciones para generar discusiones insulsas y acusaciones. Textos como «pero no veo a…» o «dónde está fulano» o «dónde está mengana», que no miden las consecuencias del riesgo que conlleva introducir distractores en un momento de crisis.
- La generación de noticias falsas. Entre ellas, postear fotografías de otros desastres, de otros países y de casos ajenos a la hecatombe que se estaba viviendo. Todo in crescendo e, insisto, sin medir las consecuencias. Ha de saberse que provocar más angustia, avivar el miedo y robar la poca paz que pueda quedar en un corazón angustiado puede llevar a la persona a un estado de ansiedad aguda y, en el peor de los casos, a un infarto del miocardio.
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En la obra citada de Cabarrús se arguye acerca de «los dos rostros de la persona humana» (página 16). Dice de ellos: «Por una parte, una realidad golpeada, herida, vulnerada, pero también, por otra, un potencial, unas fuerzas, un pozo de posibilidades, un conjunto de fuerzas positivas. Es decir, que toda persona está movida en su actuación por una mezcla de esas dos partes de su corazón: la herida y el pozo. ¡Y estos son los dos rostros del corazón de la persona humana...!». Luego, a manera de reflexión, aconseja: «Utilizando una metáfora bastante elocuente podrás comprender mejor esto. Los dos rostros de nuestro corazón nos hacen situarnos y comportarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno y con Dios de maneras diferentes: como moscas o como abejas obreras. Darte cuenta [de] si eres mosca o eres abeja obrera te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario» (página 17). Luego termina el capítulo de una manera contundente: «Las moscas están en el estiércol, en lo más sucio, y lo llevan a donde debe haber mayor limpieza... Las abejas obreras extraen lo mejor de las flores y además producen la miel, que es un alimento nutritivo y un remedio fundamental para los demás» (página 18).
Bien vale la pena preguntarnos de qué lado hemos vivido esta crisis.
Cierro este artículo parangonando el final de mi artículo del 9 de octubre de 2015: «De la calamidad […] nos queda como ejemplo a seguir la abnegación de bomberos, socorristas, rescatistas voluntarios, policías, soldados y cientos de personas más que con su solidaridad están demostrando que el opus humanum [1] sí es posible. De tal manera, seguro estoy, la repetición de la muerte se puede echar abajo. Así, aunque tengamos nuestros pies doloridos y nuestros corazones lastimados, por Guatemala y por nosotros mismos, ¡a retomar el camino!».
[1] El bien por el bien mismo.
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