Una petición violenta dirigida contra ese antisocial tatuado y rapado, arrodillado y esposado frente a la estación de policía. Naturalmente, aquel guatemalteco de bien no se imagina como delincuente al funcionario corrupto que saca una licitación de medicinas, confabulado con el empresario dueño de la droguería, y se agencia varios milloncitos de quetzales a costa de sufrimiento y muerte. No, solo los seres que están abajo en la escala social deben morir. A los otros, debido proceso, columnas de opinión solidarias y comprensivas o, en el peor de los casos, indiferencia ciudadana.
«Marero visto, marero muerto», dicen con una carga racista de limpieza social y convocan a una concentración para este sábado en la tarde. La muerte nos ronda. Aprendemos a vivir con ella. La vemos tirada, atropellada al lado de nuestro camino, en la lapidada, en el acribillado, en el ladrón abatido por un conductor. Esta cultura de muerte habita en nuestra parafernalia de marchas fúnebres y señores sepultados, de primero de noviembre, de cementerios adornados, de canciones tristes, de silencios y miradas bajas.
La lógica del perturbado: combatamos muerte con muerte. Como dice este grupo de camisas blancas y blancas ellas: «Por la vida, pena de muerte». En el inconsciente colectivo ronda la depuración social para lograr la ansiada tranquilidad.
Orden y familia, tradición de la Guatemala inmortal, piden de una u otra manera casi todos los colectivos. Y ante la crisis, más inquisitoriales, más decimonónicos, más represivos se vuelven. Si a lo largo de los siglos todo en este país se ha resuelto con el asesinato, el despojo, la tortura, el destierro, el exilio, la bofetada, el insulto, la patada, el grito, la violación, el desprecio, la exclusión. Respuestas atávicas y fáciles de seres infantiles y enfermos, de desayunos de oración y de lágrimas de contrición.
Quieren una Guatemala idílica y antañona, contrarrevolucionaria, sociedad de los cincuenta y sesenta, de militares en las calles, en hospitales y en carreteras, de cristos negros en estandartes, de oraciones en la plaza, de pelo corto y respeto social, de familia tradicional, de hijos obedientes y sumisos, de mujeres piadosas, de patrones y empleados.
Para una gran parte de la sociedad, la depuración a través de los procesos judiciales ha llegado muy lejos. No es cómodo vernos al espejo como una sociedad corrupta y asesina, donde todos nos habíamos acomodado en el hampa cumpliendo una función en el gran entramado del sistema corrupto perfecto. No hay estamento que no esté embarrado de porquería. El dinero sucio circuló por medios de comunicación, por empresas de toda clase, entre profesionales, jueces, magistrados, deporte federado, corporaciones municipales, funcionarios, diputados, bienes raíces, comerciantes, industriales, mineras, Iglesias, Ejército, y así hasta tocar todo. Guatemala es corrupción. No se confundan. Guatemala nunca fue grande, nunca fue pacífica, nunca fue próspera. Guatemala nunca ha sido un país, sino una suma de propiedades privadas (fincas, empresas, terrenos, familias). Y allí mando yo. Así que, para no pensar en eso, digamos «muerte al delincuente» (marero, por supuesto).
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