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Maha y Eloisa, gente sin patria

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Maha y Eloisa, gente sin patria

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Maha y Eloisa, hasta hace poco, no tenían nación. Una por abandono y otra por desplazamiento y las restricciones religiosas de su país de origen. Ambas forman parte de una campaña de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) para crear conciencia, dar a conocer y erradicar la apatridia (end statelessness). A la fecha se estima que hay más de 10 millones de personas sin país en el mundo. La meta de ACNUR es encontrarle una nacionalidad a cada una de ellas para el 2024. Maha y Eloisa visitaron Guatemala para crear conciencia sobre el problema

Maha saluda de beso. “Dois”, dice en portugés. Dos besos. Dois beijos. Y un abrazo. Sonriendo. Así saluda Maha Mamo. Maha es hija de padres sirios, pero ella no es siria. Nació en Líbano. Pero tampoco es libanesa. Casi fue mexicana. Pero no. Hoy, es brasileña. Desde el 7 de octubre de 2018, su pasaporte color amarillo dice que es brasileira. Por eso la bufanda con los colores de Brasil en su cuello. Pero antes de eso pasó 26 años como una persona sin nación, una persona apátrida. Pasó, Maha, la mitad de su vida tratando de resolver su estatus legal. La otra mitad ni siquiera sabía que tenía un problema con ello.

“No me dejaban jugar basquetbol”, sonríe.

Los padres de Maha nacieron, crecieron, se conocieron y se enamoraron en Siria. Pero por su diferencia de creencias religiosa —él cristiano y ella musulmana— fueron obligados a salir del país, pues Siria prohíbe estas uniones. La pareja encontró refugio a 300 kilómetros, en Beirut, donde, además, iniciaron su familia. Primero nació Souad, luego Maha y finalmente Eddie. Sin embargo, la nacionalidad libanesa no es adquirida por nacimiento, sino por la nacionalidad del padre. Únicamente la del padre. Tampoco podían obtener la ciudadanía siria pues como el matrimonio de sus padres no era válido allí, Maha y sus hermanos tampoco podían ser inscritos.

Los tres quedaron a la deriva. Los primeros en enterarse, al menos a medias, de este problema, fueron los padres de Maha, que tuvieron que rogarles a varias escuelas para que recibieran a sus hijos.

“Ellos no sabían del término, no sabían que no teníamos país y que no éramos libaneses”, señala. “Pero como no teníamos papeles, las escuelas se negaban a recibirnos”.

La única escuela que aceptó a los hijos del matrimonio Mamo-Kifah fue una armenia. En esa escuela Maha admite haber sido discriminada por ser árabe. El primer problema con su falta de nacionalidad, cuenta, fue cuando tenía 6 o 7 años.

“Solía practicar muchos deportes, pero por no tener papeles no podía competir fuera de la escuela”, cuenta. “Pensaba que como mis papás eran sirios, yo no podía jugar contra otras escuelas”. Sin embargo, Maha seguía entrenando. Luego se enamoró del basquetbol. Ella era tan buena que los cazatalentos de la federación de basquetbol de Siria mostraron interés. “Mostraron mucho interés”, sonríe Maha, tocando su cabello negro ligeramente adornado por un manojo de canas. “Hablaron conmigo. Quería que jugara en las selecciones menores. Pero, obviamente, no pude. Entonces decidí que necesitaba una solución”.

Esta ley que indica que la nacionalidad en Líbano solo puede ser obtenida por los padres hace que las personas apátridas abunden en ese país, por diferentes razones: desplazamiento, guerras civiles, persecución, hijos e hijas de madres libanesas, pero padres extranjeros. Es también un tabú, según cuenta Maha, pues nadie habla al respecto.

ACNUR

Los padres de Maha fácilmente obtuvieron permisos laborales y viven, aún hoy y de forma legal, como una pareja siria en Líbano. Lo que su país se negaba a reconocer, lo obtuvieron sin apuros del otro lado. Pero esto no facilitaba la obtención de ciudadanía para nadie de la familia.

La única solución era que el padre de Maha se convirtiera al islamismo. De haberlo hecho, el gobierno de Siria reconocería el matrimonio y a sus hijos. Pero, señala Maha, esto es algo que él nunca estuvo ni estará dispuesto a hacer, “pues, según él, cambiaría el significado de su vida, incluso su nombre y tradiciones”, cuenta.

El padre buscó cómo obtener documentos para sus hijos. Sin embargo, terminó siendo estafado. Maha, con 16 años, también empezó a buscar soluciones por su cuenta.

No puedo jugar basquetbol

Maha le escribió al presidente de Líbano, a varias embajadas, al presidente de Siria, a la primera dama de Siria, a varias organizaciones no gubernamentales. En todas las cartas ella decía lo mismo, “la ‘astatie laeib kurat alsala” o en inglés, a los extranjeros, “I can’t play basketball” y lo que necesitaba para jugar: papeles. Todas le respondía que la solución era que su padre se cambiara de religión. Luego, cuando quiso estudiar medicina y las universidades decían que no podían inscribirla, su mensaje cambió a “I can’t study medicine”.           

Encontró, después de una larga búsqueda, una universidad que le permitiera estudiar computación y administración de negocios.

Luego un día, en una boda, Maha tuvo una reacción alérgica que activó una terrible urticaria. Fue tan intensa que sus amigos la llevaron a hospitales. En plural, pues la mayoría se negaron a tratarla. Fue hasta que su mejor amiga confrontó a la enfermera. “Estos son sus documentos, su nombre es Nicole y necesita ayuda”, dijo, entregándole su propia identificación y un fajo de billetes.

La situación de Maha no podía continuar así. A partir de 2013 empezó a escribir a todas las embajadas en Líbano. La embajada de Estados Unidos finalmente le explicó su situación. Era stateless, una persona apátrida. Pero no podía aceptarla. Inició el proceso con la embajada en Suiza —un proceso que finalizó hasta el año pasado, con una respuesta negativa—. En Canadá le dijeron que la recibían, si tan solo tuviera un pasaporte donde ellos pudieran poner la visa. Algunos en Europa dijeron que quizás sí la podían ayudar, pero que debía encontrar la manera de llegar hasta los países. O sea, salir de Líbano indocumentada y arriesgar su vida cruzando el Mar Mediterráneo en balsa. La mayoría simplemente dijo que no. Incluyendo Brasil.

“Todo este proceso lo hice por mi cuenta”, dice. “No le conté a mis papás o hermanos”.

Mientras, Maha trabajaba indocumentada, recibiendo menos paga y ningún tipo de beneficio. La despedían de repente. A veces usaba papeles con su foto y todos los datos de su amiga Nicole.

Luego, contestó México. El consulado mexicano le pidió, para asegurar su procedimiento de nacionalización, que encontrara un trabajo en México. Lo hizo. Luego, que encontrara una casa. El mismo hombre que le ofreció empleo a Maha, un migrante libanés, le consiguió un apartamento. Y pronto le escribieron que ella iba a pasar las navidades de 2014 en Ciudad de México. Hasta entonces decidió contarle a sus padres y hermanos.

ACNUR

“¿Estás segura?”, le preguntó su mamá.

“Estamos muy preocupados”, le dijo su papá.

“¿Me puedes mandar esta carta que mandaste?”, le pidió Souad, su hermana.

Mientras el papeleo con México avanzaba, Souad repitió el proceso de Maha: escribirles a todas las embajadas disponibles en el país. Sin embargo, pronto las cosas se congelaron con la embajada mexicana. Le decían que el procedimiento tardaría unos meses más. Y al cabo de dos semanas, Souad recibió una respuesta afirmativa de Brasil. “Dos semanas después de empezar a mandar cartas, la aceptaron”, ríe Maha. Ese año el gobierno de Brasil abrió sus puertas a los refugiados sirios. Pronto ella recibió un documento de viaje único que la llevaría hasta América.

“No quiero que estén regados por el mundo”, se quejó el padre de Maha y le pidió que volviera intentar con la embajada brasileña. Al cabo de unas semanas más, ella y su hermano Eddie también fueron aceptados.

En septiembre de 2014 Maha, Souad y Eddie llegaron a Bello Horizonte. Dos años después obtuvieron su estatus como refugiados. Y en 2018 la ciudadanía. Se considera brasileña, “brasileira”, sonríe. A la fecha el perfil de Facebook de Maha sigue diciendo que es de Beirut. Solamente vive en Belo Horizonte.

No hay datos de personas apátridas en Guatemala. Quizá existan casos, pero las autoridades no los tienen registrados. Pero si existieran, no lo tendrían demasiado fácil porque de momento el termino “apátrida” ni siquiera existe en Guatemala. “El país firmó dos convenciones (la de 1954 y la de 1961), uno para determinar quién es un apátrida y para reducir los apátridas en el mundo. Pero no hay procedimiento en el país para hacer la determinación de quién es un apátrida. Luego, con la aprobación del código migratorio del 2016 se eliminó el término ‘apátrida’ del código. Esto fue con la intención de crear una legislación específica para ello, pero aún no se ha creado. De momento no hay un procedimiento para ayudar a estas personas” dice Amanda Solano, oficial de protección de ACNUR

Solano recuerda un caso ocurrido en 2016, “trabajamos junto a la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) pues ellos habían identificado personas en Izabal que fueron hijos de refugiados, pero nunca fueron inscritos. Estas personas tenían el riesgo de convertirse en apátridas. Una abogada mapeó todos los casos y trató de darles una solución migratoria. Estábamos hablando de 200 personas. En este caso el trabajo fue prevenir que se convirtieran en apátridas pues no habían sido registrados”.

Eloisa Castro

Eloisa Castro sostiene con gran orgullo su cédula de identidad, la cual logró obtener el años pasado, cuando se nacionalizó costarricense. La historia de cómo llegó esa cédula a sus manos comenzó hace tres años, cuando Eloisa acudió a un hospital público acompañada de uno de sus seis hijos. Ese día tenía mucho dolor y quería ser atendida. “Deme su cédula”, le dijeron antes de poder pasar con un médico. Ella le explicó a la persona de la recepción que nunca había tenido una. “Entonces no le podemos atender”, le indicaron.  

La salud privada era inaccesible para Castro. Fue cuando ella y su tercera hija, por orden de nacimiento, decidieron poner un alto a toda una vida de invisibilidad. Comenzaron el trámite cuando alguien les dijo que el primer paso era ir a Dirección Jurídica del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica, entidad a la que Eloisa llama “la casa amarilla”. Eso sucedió en 2015, pero fue hasta 2017 cuando se reconoció oficialmente a Castro como persona apátrida.

ACNUR

Su documento de identidad fue entregado en junio de 2018 entre luces y cámaras. Este era un evento histórico en el país, pues Costa Rica fue el primer país en Centro América en reconocer a una persona apátrida. Eloisa se emociona al contar ese momento, dice que muchos le pedían entrevistas e incluso fue imagen de la lotería en su país. Recordar este momento hace que Eloisa sonría y olvide por un momento toda una vida de sufrimiento en la clandestinidad.

¿Por qué Eloisa es apátrida?

Eloisa llegó a Costa Rica con un grupo de niñas, al menos eso le contaron. También le dijeron que la señora que la llevó a ese país llevaba jóvenes para prostitución, “pero le juro que yo nunca viví de eso”, dice con cierto miedo. Ella no sabe a ciencia cierta en dónde nació, cree que en Honduras, pero no hay nada en ese país que la reconozca. Su apellido es otra de las cosas que le contaron acerca de si misma. Castro Méndez, así le dijeron.  Ella fue abandonada a los 15 años, o al menos eso cree, y aunque no recuerda muchas cosas como el nombre de sus papás ni su origen, si tiene muy vivido el momento en el que la dejaron.

La abandonaron en Ciudad de Cartago en Costa Rica, lloraba mucho. Aprendió a vivir en la calle y siempre deambulaba, paseaba en el parque y por las noches dormía en la casa de una señora que le daba un techo de nueve de la noche a cuatro de la mañana, cuando el marido no estaba por su horario de trabajo nocturno. En el día, hacía mandados para ganarse algo de dinero.

Al poco tiempo conoció a un policía que la enamoraba y quedó embarazada. Cuenta que “una señora muy buena” la “adoptó” en ese momento tan vulnerable y la llevó a vivir a su casa. La relación entre el policía y ella continuó y nació un segundo hijo. Este hombre, cuenta Castro, nunca le ayudó con los gastos de los niños ni siquiera les dio su apellido. Estos años de aparente paz se vieron interrumpidos cuando su pareja intentó quitarle a sus hijos y aprovecharse de que no tenía papeles. 

Se mudó entonces a una comunidad en Ipis Guadalupe, donde conocería al padre de sus siguientes cuatro hijos. Ambos se querían casar, pero una vez más, no tener papeles se lo había impedido.

La vida con su nuevo marido también fue tortuosa, sufrió maltrato físico y psicológico. Eloisa cuenta que nunca se atrevió a denunciarlo por miedo a que le quitara a sus hijos. Además ¿Qué documentos iba a presentar? ¿Cómo se podría defender? Una vez más, Eloisa odiaba la clandestinidad.

Al tiempo, el esposo la abandonó. Huyó dejándola como el único sostén de la familia. Fue un momento crítico en el que se deprimió tanto que terminó hospitalizada. Una vez más intentaron quitarle a sus hijos. Durante el tiempo en el hospital los menores fueron enviados a un orfanato. Cuando le dieron el alta, solo podía visitarlos de vez en cuando y a escondidas.

Eloisa intentó recuperar a sus hijos, pero no tenía documentación, no tenía nada. Cinco años después el papá regresó y fue hasta ese momento que  los recuperó. Pasado el tiempo nació el sexto y último hijo. Ahora Eloisa tiene seis hijos, 23 nietos y tres bisnietos.

ACNUR

Eloisa se ríe cuando cuenta que antes no tenía ningún documento y ahora tiene tres. El primero, un carné que la identificaba como apátrida (que nunca le sirvió), el segundo, su cédula costarricense y el tercero su pasaporte, con el que viajó en avión por primera vez a Guatemala, para hablar de su experiencia bajo este estatus y hacer conciencia sobre el tema.

Eloisa tiene muchos planes con su nueva cédula. Hay tantas cosas que ahora sí puede hacer: tener una cuenta en el banco, hacer pagos al crédito, visitar lugares, acceder a la salud y, sobre todo, ahora puede tener una casa a su nombre. Dice que después de obtener su cédula, ese ha sido su mayor sueño. Quiere sembrar plantas, tener un gato o perro y por fin con seguridad poder llamar a un lugar hogar.

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