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Los grupos surgidos en las protestas de 2015 luchan por sobrevivir ante la apatía ciudadana

“La Batucada le enseñó a la gente que manifestar puede estar acompañado de música”, explica la politóloga Simona Violetta Yagenova.
Mario Sosa: “se pretendió levantar movimientos que se sumaran a la propuesta ciudadana, pero no lograron cuajar como organización y entonces quedaron como marca”.
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Los grupos surgidos en las protestas de 2015 luchan por sobrevivir ante la apatía ciudadana

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Al compas de tambores y vuvuzelas decenas de jóvenes guatemaltecos se organizaron en diversos colectivos sociales para manifestarse en contra de la corrupción y la impunidad que el MP y la Cicig empezaron a develar en 2015. Tres años después, las agrupaciones que aún subsisten luchan por mantener viva la esperanza de cambios en el país, pero se enfrentan a la apatía y acomodamiento de la ciudadanía que se resiste a sumar.

La lucha contra la corrupción y la impunidad iniciada en abril de 2015 ha dejado algo más que decenas de políticos y empresarios detenidos. Entre otros fenómenos considerados positivos, dejó un puñado de nuevas organizaciones sociales, en su mayoría integradas por jóvenes con deseos de transformar su realidad por medio de la participación política y ciudadana. Fueron estos grupos el motor de las masivas manifestaciones que entre 2015 y 2016 se apoderaron de las calles para exigir la renuncia de los gobernantes señalados de expoliar las arcas estatales.

De las redes sociales y las aulas universitarias los jóvenes pasaron a las calles, a las manifestaciones espontáneas con pancartas y tambores, y luego a la organización para trascender de la lucha callejera al análisis y la propuesta. Tres años después, con picos y bajas en la coyuntura del país, estos colectivos se enfrentan al titánico reto de sumar más personas a sus causas y mantenerse como grupos capaces de incidir en la política nacional sin perder su esencia de organizaciones ciudadanas. Titánicos por el escaso interés de sus integrantes de participar más allá de los momentos cúspides de la efervescencia, por los diversos intereses particulares (las aspiraciones propias de jóvenes urbanos de clases medias y medias altas), el relevo generacional y la frustración por la contagiosa apatía ciudadana.

Combinar estudios con la organización ciudadana y el emprendimiento en las luchas sociales se ha convertido en la agenda de este puñado de jóvenes que se resisten a dejar de soñar con un sistema incluyente y representativo. “Mis papás formaron parte de la Asociación Estudiantil Universitaria (AEU) en los años 80, así que cuando entré a estudiar a la Universidad de San Carlos (USAC) me inscribí a un subcomité de huelga. Fue horrible. Me salí el primer mes”, cuenta Briseida Milián Lemus como antecedente a su interés por involucrarse en las luchas sociales. En ese entonces estudiaba la Licenciatura en Diseño Gráfico. Como trabajo de grado estudió la producción visual del movimiento estudiantil en los años 70 y decidió continuar en la Maestría en Psicología Social y Violencias Políticas, también en la USAC, porque buscaba entender y absorber la historia de Guatemala, y “esta maestría permite ese espacio”, explica. Un año después llegaron los movimientos ciudadanos.

Simone Dalmasso

—¿Cuán importante fue lo ocurrido en 2015 para tu carrera?

—En la plaza conocí a las personas con las que estoy organizada hoy. Agradezco mucho el 2015 —dice entre rubor y risas—. El trabajo en grupo me ha dado un sentido de vida, me hizo ver que mi trabajo podía tener un valor. Hemos construido una identidad a través del pensar, una hermandad. Nos sentimos cómplices al trabajar por los mismos motivos.

Briseida Milián forma parte de Justicia Ya, colectivo en el que coordina la formación y el acceso a herramientas para formular la identidad del grupo. Hasta hace un año también formó parte de Somos, un proyecto político de análisis sobre la realidad nacional, en su mayoría integrado por jóvenes profesionales que en sus inicios se planteó la posibilidad de convertirse en partido político. Y entre 2016 y 2017 formó parte del equipo de trabajo de la exministra de Salud, Lucrecia Hernández Mack. “Estar en dos organizaciones… la verdad es que no da la vida. Creemos que podemos estar en varias organizaciones y estudiar y trabajar, pero no se puede”, dice al explicar los motivos por los que decidió dejar Somos y concentrar sus fuerzas solo en Justicia Ya.

El colectivo ya existía cuando Lemus se integró. Primero, como muchos, dio clic en “Asistir” al conocido evento en Facebook bajo la consigna #RenunciaYa, que llamaba a manifestar para que el presidente Otto Pérez Molina dejara el cargo. Detrás de la iniciativa, ocho amigos que buscaban legitimar la convocatoria al no pertenecer a ningún partido político u organización específica, y así atraer gente. “No teníamos idea de la magnitud de lo que sería ese día”, explica Álvaro Montenegro Muralles, uno de los convocantes y en la actualidad una de las caras más visibles de Justicia Ya. Dos meses después, la mitad del grupo desistió.

El colectivo se ha reducido a unos 20 miembros (profesionales y estudiantes) que participan en las cuatro comisiones internas en que han dividido el trabajo: incidencia coyuntural (comunicación externa del colectivo, redes sociales), incidencia estructural (discusión sobre el sistema y profundización en sus bases), aprendizaje de identidad (formación y acceso a herramientas de conocimiento) e infraestructura afectiva (unión del grupo y apoyo interno).

La Batucada del Pueblo

Semanas previas al #RenunciaYa, otro grupo de guatemaltecos “hartos de la corrupción” se juntaba en las afueras de Casa Presidencial. Aprovechaban la hora del almuerzo para gritar consignas en contra de las autoridades y respaldar al Ministerio Público (MP) y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). Sonaban cubetas, sartenes, tapas de ollas y silbatos que acompañaban bailes para animar la protesta. Apropiados del nombre con el que la gente los conocía, La Batucada del Pueblo es otro de los colectivos surgidos a partir de abril de 2015, y que aún se mantiene integrado. Son, sin habérselo propuesto, los encargados de darle ritmo y baile a las movilizaciones ciudadanas desde entonces; la banda sonora de las manifestaciones contra la corrupción y la impunidad.

“La Batucada le enseñó a la gente que manifestar puede estar acompañado de música”, explica Simona Violetta Yagenova, politóloga especializada en movimientos sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-Guatemala). “Las manifestaciones muchas veces son criminalizadas, y no es lo mismo tachar las marchas que ir y aprender que manifestar también significa pasarlo alegre”, asegura.

Simone Dalmasso

En un café de zona 14, a la hora en que solía manifestar en Casa Presidencial, Pamela Saravia Fonseca narra cómo, después de meses de mantenerse en protestas sabatinas las y los integrantes de la Batucada del Pueblo comenzaron a constituirse en un colectivo. Las primeras discusiones fueron sobre sus posturas políticas, el uso de las redes sociales y el calendario de actividades y protestas en las que preveían participar.

La colaboración entre afines les ha dado la posibilidad de armar un grupo de confianza que rota sus participaciones para estar presentes en la mayoría de las manifestaciones. “Con dos que puedan asistir ya salimos como La Batucada”, explica Saravia.

El grupo está integrado por doce personas de entre 20 y 50 años, profesionales y estudiantes universitarios de diferentes ramas y, a excepción de dos (uno de Chimaltenango y otro de San Lucas Sacatepéquez), todos residentes en la capital. “Lo que nos caracteriza son los instrumentos de percusión —define Saravia— comprados entre coperachas y tarjetazos”.

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“Las primeras convocatorias se las debemos a Brenda Hernández y a Alejandro Pineda”, ilustra Saravia. “Lo que tenemos ahorita viene desde 2015, todos nos fuimos agregando en algún punto de ese año”, explica. Un grupo de Whatsapp persiste, y hasta ahora, sigue juntando apatía y repudio hacia el sistema. Luchar contra la corrupción, conectar con la gente que pasea por la calle a diario y examinar la actividad del Congreso son su prioridad. Por ahora se han centrado en actividades de comunicación con la gente, y aunque no abandonan los tambores, saben que su trabajo no se debe a la aglomeración pues pasada la euforia de 2015, es poca la participación en las movilizaciones ciudadanas.

“Mi mamá fue maestra del Instituto Central para Varones y estuvo involucrada con el movimiento magisterial en los años 80 y principios de los 90. La recuerdo apoyando a sus alumnos, haciéndoles ganas en la lucha por sus derechos y eso sin duda me influenció a querer participar”, cuenta Saravia, quien se desempeñó como periodista en Prensa Libre y es actual consultora independiente, graduada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rafael Landívar en 2009.

Usac es Pueblo

Libertad Garrido, fundadora del grupo #USACEsPueblo, también ve su participación en los movimientos sociales como un reflejo de la participación de sus padres en una estudiantina en la USAC, y de otros familiares en organizaciones populares en décadas pasadas.

Libertad formó parte de un subcomité de la Huelga de Dolores del que decidió salir porque explica que el alcohol y los cobros a los estudiantes eran el pan de cada día. Con un grupo de amigos decidieron armar una organización aparte que luego sería conocida como “el pseudo-comité” en la Escuela de Diseño Gráfico. Poco a poco fueron apareciendo más grupos pequeños y se fueron conociendo entre sí hasta conformar lo que sería una oposición y un llamado a recuperar la AEU. Siempre detrás del lente de su cámara fotográfica, Libertad se dedicó a organizar y documentar su participación política.

La organización social es entendida como el establecimiento de un programa a partir de individuos que comparten intereses, ideas, objetivos y metas. Son grupos de participación con carácter histórico que van desde familias hasta comunidades rurales con más de 100 años de haberse constituido. En estos, según Mario Sosa Velásquez, antropólogo político del Instituto de Investigación y Proyección sobre el Estado (ISE) de la Universidad Rafael Landívar, caben “los grupos democráticos y progresistas surgidos en las coyunturas”, como la de 2015.

Existen también lugares predeterminados como puntos de reunión que están estrechamente relacionados con estos grupos. En Guatemala: La Corte de Constitucionalidad (CC), el Congreso de la República y la Plaza de la Constitución, así como otras plazas departamentales, embajadas y carreteras que son tomados con el afán de “recuperar el derecho a ocupar espacios públicos”, apunta Simona Yagenova. A esta acción la define como un atrevimiento para hacer escuchar su inconformidad y “visibilizarse a sí mismos y sus demandas”, apunta. Al analizar sobre los acontecimientos de 2015, asegura que es imposible entenderlos sin al menos ir una década atrás y recordar cómo grupos campesinos, en 2003 y 2004, salían a las calles para hacerle frente a un autoritarismo que los despojó de sus tierras, y que no solo afectó a los pueblos indígenas y a autoridades campesinas, sino de manera creciente a la ciudadanía urbana “aunque no se dé cuenta de ello”.

Simone Dalmasso

Álvaro Montenegro, de Justicia Ya, rememora los plantones que se llevaron a cabo frente a la Corte Suprema de Justicia durante 2014, tras la renuncia de la magistrada Claudia Escobar Mejía, por las presiones del diputado Gudy Rivera para beneficiar procesos de la exvicepresidenta Roxanna Baldetti. “Hubo varios estudiantes que estuvieron acompañando el proceso y en quienes ya se iba germinando algo”, explica Montenegro, quien entonces era estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar.

Decenas de estudiantes de universidades privadas salieron de sus zonas de confort y empezaron a organizarse dentro de sus campus para tomar posturas sobre lo que sucedía en las calles. El rechazo a la corrupción llegó hasta las tradicionalmente apáticas aulas de esos centros de educación superior. Poco a poco fueron aumentando los participantes y el repudio hacia la corrupción. Sin presupuestos y con cierto control respecto a sus mensajes por parte de sus casas de estudio, se lanzaron para crearse un nombre. Imprimieron mantas, definieron colores que les hicieran notar y marcharon juntos.

Contar con cierta autonomía habría sido ideal, explica Sosa, quien cree que esa es una limitante para los grupos de universidades privadas, pues no cuentan con independencia de sus autoridades ni son designados por otros estudiantes para representarlos. Como ejemplo Sosa discute las elecciones que persiguió #USACEsPueblo, que a través de presiones y trabajo democrático lograron a través de un proceso que ahora preside Lenina García.

Universitarios, la debacle

Landivarianos (Universidad Rafael Landívar) y Acción UVG (Universidad del Valle) fueron dos de los grupos universitarios surgidos en 2015 y que en la actualidad luchan por mantenerse con vida. Varios de sus fundadores ya se han graduado y otros han cerrado pénsum, lo cual ha resultado en una desintegración casi prevista. Los exmiembros han saltado a otras organizaciones como Justicia Ya, Somos, e incluso al Movimiento Semilla. Quienes continúan han retomado lo poco que quedó para combatir la apatía y desinterés de los estudiantes por adherirse a causas ciudadanas.

Mauricio Rosales, dirigente de facto de Landivarianos y estudiante de último año de la Licenciatura en Relaciones Internacionales, explica que la integración de nuevos miembros es vital para construir bases y delimitar roles, pero que a pesar de algunos intentos no lo han logrado. La participación disminuyó a causa de la desinformación y el desinterés de los estudiantes, explica. Son necesarios otros apoyos, dice, para fortalecer su organización ya que los diez integrantes con que cuenta ahora el grupo son insuficientes para organizar actividades. Por ahora han encontrado ese apoyo en estudiantes que forman parte de organizaciones estudiantiles de la Facultad de Políticas, pero el afán es integrar personas de todas las facultades.

“Cuando entré a Landivarianos quería estar consciente de lo que sucedía en el país y hacer correr la información. En ese espacio se podían propiciar diálogos y por eso participé activamente. Ahora que salga de la universidad buscaré otros similares que me permitan participar por un corto plazo en propuestas ciudadanas, y a largo plazo buscaré un partido político para lograr esfuerzos de mayor incidencia”, explica Rosales.

Existen espacios de diálogo en los que Landivarianos ha buscado participar para tener comunicación con otros actores organizativos. Este año han pasado a integrar Alianza por las Reformas, que surgió para apoyar las propuestas de la sociedad civil en materia legislativa. La Alianza, explica Milián, busca ser el resultado de una voz conjunta de 38 organizaciones que sirve como enlace entre nuevos colectivos y asociaciones con mayor trascendencia. La Batucada, Justicia Ya, entre otras, comparten con organizaciones con mayor institucionalidad como la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de los Derechos Humanos (Udefegua) y la Coordinadora de ONG y Cooperativas de Guatemala (Congcoop).

Oliver de Ros

“La constante comunicación ha sido clave. Existen diversos grupos de Whatsapp con miembros de distintas agrupaciones para mantenernos alertas a lo que sucede a nivel nacional”, explica Manuel Vásquez, estudiante de la Licenciatura en Física y miembro de Acción UVG desde hace tres años. “Incluso armamos un grupo con el nombre ‘Cibaque’ a partir del evento en Xela (un encuentro entre organizaciones jóvenes de Petén, San Marcos, Zacapa, Escuintla y otros departamentos, organizado por Justicia Ya)”. Estas actividades han servido para articular relaciones con grupos como la AEU, La Batucada, Landivarianos y Acción UVG, agrega Milián.

También han creado otros espacios de coordinación como “Las Brigadas”, que consistió en visitar barrios de la ciudad para informar sobre el pasado proceso de elección de fiscal general; o “Literativismo”, en que aliados a un club de lectura discuten cada fin de mes sobre política y literatura en parques; “Cibaque” y otros talleres sobre historia, funcionamiento del Estado y estrategias de comunicación en la capital, llevados a cabo con apoyo de cooperación internacional.

Vásquez asegura que a pesar de estos espacios y de tener nuevas oportunidades para trabajar, la participación en su grupo ha disminuido. El chat grupal que reunía a Acción UVG llegó a tener más de 40 participantes en 2015, ahora son diez. Su objetivo actual es apoyar en la gestión de actividades informativas dentro del campus. Según Manuel, el perfil de estudiantes de la Universidad Del Valle no se parece al de otras universidades, lo cual los ha hecho tener que moverse en diferentes direcciones. “Acá no tenemos la carrera de Ciencia Política, no tenemos la carrera de Derecho. El perfil de los científicos, humanistas, arqueólogos, antropólogos, es diferente al de estudiantes de carreras políticas que andan buscando hacer política. Nosotros vamos tras otros intereses como el conocer la historia y abordar otras problemáticas, que en su momento también fue la coyuntura política”.

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La unión entre estudiantes de la USAC y estudiantes de universidades privadas fue importante para 2015. En su momento se constituyeron en la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala (CEUG), encargada de definir puntos de trabajo en común y dialogar sobre temas relevantes para cada grupo representado. Landivarianos, Acción UVG, #USACEsPueblo, y en menor cantidad Movimiento Marro de la Universidad Francisco Marroquín, y Consciencia Istmo de la Universidad del Istmo, la conformaron. Estos dos últimos grupos ya están desintegrados. Incluso la coordinadora dejó de existir por problemas de consenso de ideales y falta de legitimidad en la representación de sus miembros, pues eran elegidos por voluntad propia, explican varios estudiantes y exmiembros.

Las redes sociales de grupos universitarios como Landivarianos y Acción UVG evidencian poca actividad, y muy esporádica. Incluso el grupo de la AEU ha disminuido su comunicación externa, pues poseen contenido propio e institucional. “El que no seamos tan visibles por ahora se debe a que necesitamos crear un músculo representativo”, expone Luis Ávila, secretario de Actas de la asociación. Explica que la reestructuración interna de la USAC les ha absorbido tiempo a partir de la nueva Secretaría General, pero que no pretenden descuidar su rol nacional y por ello han dividido al equipo en comisiones que trabajan tanto su representación estudiantil como su accionar a nivel país.

#USACEsPueblo, separado de las acciones de la AEU pero con afán de aportar a las movilizaciones ha decidido volver para organizar no solo a estudiantes sino a ciudadanos en general. Consecuencia de la convocatoria que mantienen surgió la marcha nocturna de antorchas en que bajo la consigna #SeamosLuz, el pasado 9 de junio repudiaron el actuar del gobierno de Jimmy Morales ante la tragedia provocada por el volcán de Fuego. “Nos hemos dado cuenta de que la AEU no va a lograrlo sola”, comenta Libertad.

Nuevos espacios mismo objetivo

El relevo generacional pudo haberse previsto. A los grupos de estudiantes les provocó la disminución de miembros, que también ha dado paso a nuevos, aunque pocos rostros. Mario Sosa argumenta que “se pretendió levantar movimientos que se sumaran a la propuesta ciudadana pero no lograron cuajar como organización y entonces quedaron como marca”. Afirma que necesitan gestar objetivos propios. “Ese es su margen de posibilidad, la sola articulación de individuos no podrá llegar a ser un grupo que represente y de otra manera no podrán mantenerse”, agrega. Quienes se integran de igual forma irán manteniendo ciertas relaciones y conforme avancen irán saltando a otras formas de organización o a partidos políticos, como lo han hecho Samuel Pérez Álvarez y José Manuel Martínez Cabrera, quienes después de pertenecer a Landivarianos pasaron a Semilla y a Justicia Ya, respectivamente. Otros simplemente han desaparecido del radar del movimiento.

El caso de la AEU en la USAC resulta diferente por la representación estudiantil que respalda al equipo actual. La institucionalidad allí ya se ha constituido como figura de trascendencia en el tiempo. Lo mismo sucede con las organizaciones indígenas o las formas de autoridad ancestral, explica Sosa, que cambian cada año o en otros casos son electos hasta la muerte. Estos grupos mantienen un arraigo territorial y poblacional que les permite larga data para plantearse su representatividad. En cambio, explica que estos colectivos de círculos cerrados no tienen esa característica por ser emergentes, lo cual funciona para mantenerse durante un tiempo, o bien diluirse e insertarse en otras formas organizativas.

En cuanto a Justicia Ya, Montenegro explica que se han planteado ciertas inquietudes sobre un futuro más estable como organización. La posibilidad de convertirse en una oenegé o una agencia de comunicación, e incluso montar un café a nombre propio para generar ingresos, han sido alternativas dialogadas pero que aún no tienen forma. Solidificarse como organización es una meta. Por ahora no cuentan con capacidad para recibir fondos a nombre propio pues no poseen personalidad jurídica. “Todos somos voluntarios y hemos tenido apoyo financiero para cosas específicas”, explica Milián.

Simone Dalmasso

“Estamos tratando de tejer muchas relaciones con nueva gente, conocer otras realidades y conectarlo con la participación y la lucha por la justicia”, afirma Montenegro. En palabras de Yagenova, la brecha entre la Guatemala del campo, de territorios con dinámicas agrarias y socioestructurales, y la “Guatemala monstruo”, como define a la ciudad, necesita uniones, comunicación y objetivos en común para que haya cambios estructurales en el sistema. Milián coincide al afirmar que “hace falta que el país se dé cuenta de sus problemas, hace falta una visión organizativa entre lo rural y lo urbano, hace falta bajar la brecha entre lo indígena y lo mestizo que sigue siendo muy amplia como para plantear una solución”.

Un punto relevante para La Batucada del Pueblo ha sido el apoyo a otros grupos. Han participado en marchas como la del Día del Trabajo, el 1 de mayo pasado, la Marcha del Agua, las marchas de la Asamblea Social y Popular (articuladora de varias organizaciones campesinas), y a las del Comité de Unidad Campesina (CUC) y del Comité de Desarrollo Campesino (Codeca). “No a todas, pero sí muchas veces pues es importante acompañar otras demandas”, dice Saravia.

Mantienen el ímpetu y han participado en convocatorias de otros grupos en las que la cantidad de asistentes ha disminuido. “Existe un reacomodo de fuerzas en el Gobierno y han logrado tomar espacios que habían ido perdiendo durante 2015. El panorama no es alentador”, agrega Saravia. “Hemos tenido intentos de movilización y no recibimos la respuesta que quisiéramos. Pero nos queda la alternativa de llegar a la gente de a pie, de informar distinto a los medios tradicionales”, añade.

Sosa opina que estas convocatorias ya fueron una respuesta a una crisis que tuvo su momento y por eso no han tenido el impacto esperado en la ciudadanía, pues además la falta de representatividad es un obstáculo que se suma a la poca trascendencia y a que muchos de los miembros son jóvenes que se encuentran en una etapa de la vida en que requieren avanzar para encontrarse a sí mismos.

Después de tres años de organización las fuerzas han cambiado, los grupos aún trabajan en su estructura y su representatividad aún no cuaja. Las ganas de avanzar persisten y se mantienen inconformes ante un sistema que, aseguran, aún requiere cambios de fondo. Ninguno de los grupos planea apagar sus energías y en cambio se han cuestionado dónde deben enfocarlas. La convicción de seguir avanzando está presente y mantienen la esperanza de que a través del trabajo que realizan, la indignación crezca en la ciudadanía para volver a ser multitud en las calles.

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