En síntesis, las aspiraciones de la reforma universitaria de Córdoba, cuando los estudiantes declararon la huelga y ocuparon la sede de la universidad, son un gobierno tripartito (con la participación de profesores, estudiantes y graduados), autonomía, asistencia libre, libertad de cátedra, régimen de concursos, periodicidad de la cátedra, bienestar estudiantil, extensión universitaria, libertad de juramento y otras que marcan un hito en América Latina. Y, en una cadena de sucesos, el proceso se replica en América Latina. La Universidad de San Carlos de Guatemala se adecúa a esas reformas en 1944, al fragor de la Revolución de Octubre.
A 100 años del hecho, pareciera que las universidades estuvieran en retroceso ante el cerco ideológico neoliberal, que arremete contra ellas por ser públicas y, en el caso de Guatemala, por recibir recursos del Estado. Hay que decirlo: las universidades fueron espacios de poder científico, tecnológico, académico, económico y político de las élites criollas eurocéntricas, que fueron abandonándolas cuando los pobres y los shumos fueron accediendo a los estudios universitarios. Antes de eso, ninguna crítica. Luego mercantilizaron la educación, fundaron las universidades privadas y obligaron con ello a su finca-Estado a crear leyes de apertura a distintas corrientes ideológicas, comerciales, militares y religiosas concretadas en el alto número de dichos espacios-comercios. En algún momento pudieron estar de acuerdo con las reformas de Córdoba. Hoy seguramente ya no. Y es que, aunque la universidad pública formó a esas élites, hoy es un obstáculo a los afanes mercantiles e ideológicos de su clase social y de sus linajes familiares.
A pesar de que la Universidad de San Carlos es pública y reformada, conserva resabios eurocéntricos. Es un espacio monocultural, politizado, donde los estudiantes pobres apenas representan un 10 % y sin cobertura en la mayor parte del territorio nacional. Sin embargo, es una piedra en el zapato para las élites económicas, que quisieran que no hubiera asignación presupuestaria constitucional porque a lo mejor dicho recurso se podría destinar a carreteras privatizadas o a subsidiar el café, el hule y la palma africana, en crisis por los precios internacionales.
Considero que la estigmatización que hacen las élites de la USAC es la expresión de una lucha y contradicción entre ladino-mestizos: la oligarquía y las clases medias, urbanas la mayoría. El Manifiesto de Córdoba se inscribe en esa polarización. En el caso de Guatemala, con su diversidad de pueblos, debe haber un manifiesto complementario para desarrollar los principios de la reforma de Córdoba y adecuarse a la existencia de prácticas y saberes ancestrales.
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A raíz del centenario aludido, Boaventura de Sousa, de origen portugués, manifestó en Costa Rica con bastante claridad: «Las universidades públicas deben desmercantilizarse, descolonizarse y despatriarcalizarse […] Una universidad, cuando empieza a descolonizarse, debe rever su historia, debe entender que no hay un solo conocimiento válido, sino múltiples conocimientos de múltiples fuentes. [Las universidades] deben verse como espacios polifónicos donde hay variedad de voces con una coexistencia muy fuerte para transformarse en pluriversidad. No obstante, el embate del neoliberalismo será muy fuerte y para llegar a ese punto se deben buscar alianzas, pues el Estado dejó de ser un aliado de las universidades públicas».
El claro ejemplo de lo anterior es el esfuerzo de las universidades ixil y kaqchikel, que, aun ante la exclusión formal dentro del Estado y la indiferencia de la USAC, están recorriendo derroteros académicos en el afán de superar el tradicional bien común eurocéntrico y la inmovilidad de dicha universidad para pensar y realizar el buen vivir, holístico y cosmogónico. Así, Boaventura concluye diciendo:
«El mundo de hoy nos obliga a atender nuevos contextos económicos, sociales, políticos, científicos, tecnológicos, culturales y ambientales emergentes, pero también nos obliga a reivindicarnos herederos de los saberes ancestrales y cotidianos de los sectores tradicionalmente oprimidos, provenientes de sus experiencias vitales de resistencia y lucha. Al fin y al cabo es acaso allí donde cotidianamente adquiere sentido y fuerza lo que hacemos en la universidad».
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