Mis investigaciones allá han sido meramente de campo, habida cuenta de que la documentación bibliográfica la he tenido a la mano gracias al Centro Ak Kután Fray Bartolomé de las Casas, una institución de estudios indígenas de la Orden de Predicadores localizada entre la ciudad de Cobán y San Juan Chamelco, en Alta Verapaz.
Los periplos han incluido Managua, León, León Viejo, Sutiaba, Granada, Corinto, la isla de Juan Venado y el puerto El Realejo de la Posesión, entre otros lugares donde aquel obispo, de quien pretendo escribir su biografía novelada, ejerció su ministerio al mejor estilo de fray Bartolomé de las Casas.
Quizá haya sido porque en León he pernoctado más tiempo y porque la observación, en consecuencia, ha sido más minuciosa, pero la juventud de León me pareció extraordinariamente ilustrada.
Veamos algunas de sus características.
Los meses durante los cuales he realizado mis visitas han sido diferentes: marzo en el 2015, julio en el 2016 y diciembre en el 2017. Y siempre encontré, como una omnipresencia académica, una graduación universitaria. Muy especial me pareció ese caminar de los graduados, ya togados, hacia la enorme y solemne catedral de León para dar gracias a Dios por la culminación de sus estudios.
Ni qué decir de su vocación por las artes y la investigación. La cantidad de museos, bibliotecas y centros de acopio bibliográfico es incomparable con las del resto de las provincias centroamericanas, excepto las capitales. Y da gusto ver esas instituciones colmadas de jóvenes en busca del conocimiento.
El año pasado, el domingo 17 de diciembre, arribamos a León mi esposa, uno de mis hijos y yo. Nos fuimos a encontrar con un monumental concierto del Coro y la Orquesta Sinfónica Nacional ofrecido por una institución gubernamental y el Obispado de León a todas las personas de buena voluntad. Se realizó en la catedral. Hubo dos circunstancias que nos llamaron poderosamente la atención: el número de jóvenes asistentes y el tenor principal del coro. Este último era Laureano Ortega Murillo, hijo de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Parecía un miembro más del elenco, no un hijo de mandamases.
En la cotidianidad aún se encuentra allá al joven que en la calle saluda a las personas mayores, se baja de la banqueta para que pase una dama y no duda en responder con mucha propiedad cualquier duda que se tenga en orden a la ciudad. Dicho sea, esta característica también la he encontrado en la ciudad de Quetzaltenango, en Guatemala.
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Vienen entonces ciertas preguntas y algunos cuestionamientos.
A la sombra —que no a la luz— de los últimos acontecimientos en Nicaragua, ¿cómo puede ser posible que esa juventud esté siendo matada a mansalva por las huestes de Daniel Ortega? ¿Será porque un pueblo ilustrado es un pueblo que se defiende?
El jueves próximo pasado, en Sutiaba, un barrio precolombino de León, sucedió una masacre. El blanco fue un grupo de jóvenes. Hubo muchos heridos y no menos de tres fallecidos. Algunos de ellos ni siquiera estaban en un tranque o en una marcha de protesta. Los hechos acontecieron a las 05:00 horas. El cometido de uno de los jóvenes era, para ese día, vender su cuota habitual de chicharrón para sostener a su madre y a sus hermanos. ¡Carajo de los carajos! ¿De dónde tanta desgracia?
Por esas y otras tantas razones, León, cómo duele León. Inexplicable la causa de su amargura. Desde la llegada de Pedrarias Dávila hasta la actualidad. Inexplicable.
Pero, como decimos en Guatemala, «no hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante». Ya basta, aquí o allá, de gobiernos que en nombre de famélicas y supuestas ideologías (derechas o izquierdas) matan a su propia juventud. Porque lo que hay detrás de esas falsas corrientes y de esos supuestos líderes es una caterva de ladrones, mentirosos y sinvergüenzas.
Así que, aquí o allá, pueblo, ¡a defenderse!
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