En una carta abierta divulgada el 16 de julio del presente año, los obispos miembros del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal de Guatemala requirieron a las personas aludidas respuestas a preguntas devenidas de diversas coyunturas que están muy visibles a causa de la crisis generada por la pandemia que estamos sufriendo.
Me es imposible apostillar todos los numerales (por razón de espacio), así que glosaré los que ayudan a discernir con relación al ser y el deber ser de todo funcionario público.
Parten los obispos de un análisis de la crisis originada por la pandemia de covid-19 y luego expresan preocupaciones por las coyunturas mencionadas, entre las que sobresale el retraso en la elección de magistrados.
El numeral 4 de la carta dice textualmente: «En segundo lugar, nos preocupa que, en la coyuntura actual, la elección de los magistrados a la Corte Suprema de Justicia y a las salas de apelaciones todavía no se haya realizado. Esta elección ha sido un proceso accidentado en los años 2009, 2014 y 2019. En el proceso 2019-2020, la Corte de Constitucionalidad, a instancias del Ministerio Público, mediante el otorgamiento de amparos provisionales, volvió a interrumpir el procedimiento; no se eligieron nuevos titulares de las cortes en el tiempo estipulado, y los actuales magistrados han prolongado sus funciones, como sucedió en el año 2014».
En el numeral 5 preguntan sin ambages: «¿A quién beneficia esta postergación? ¿Al pueblo de Guatemala, al orden constitucional, al bien común, a la convivencia pacífica y armónica de la sociedad guatemalteca? ¿O a actores y sectores con intereses en que la justicia pronta y cumplida no sea un objetivo realizable en nuestro país?».
En los numerales siguientes, los prelados sientan cátedra acerca de la auténtica democracia en un Estado de derecho, reconocen la validez del principio de la división de poderes en un Estado y advierten de la posibilidad de que una democracia sin valores se convierta en un totalitarismo visible o encubierto. Y preguntan a los susodichos: «¿Se sentirían ustedes halagados si el pueblo de Guatemala los considerara cómplices de un sistema totalitario?».
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Más adelante, en el numeral 9, basados en el documento Paz en la tierra a los hombres que Dios ama, de Juan Pablo II, que recuerda la necesidad de gobernantes investidos de legítima autoridad para que exista una sociedad bien ordenada y fecunda, preguntan: «¿El pueblo de Guatemala podrá tener la seguridad de que el interés y la razón de sus desvelos y preocupaciones es el provecho común del país? ¿O se podrá hablar de otros provechos y, por consiguiente, de otros aprovechados?».
En el numeral 10 apelan a la conciencia de los diversos magistrados, diputados y representantes del Organismo Ejecutivo y preguntan: «En el conflicto ocasionado por la dilación en la elección de las cortes, porque sí ha ocasionado conflicto, ¿cuál será la actitud de ustedes, que conforman cada organismo del Estado de Guatemala? En su conciencia de ciudadanos y, si son creyentes, en su conciencia religiosa, de cara a un pueblo que merece respeto, ¿cuál será su decisión?».
Y el numeral 11 cierra los cuestionamientos con broche de oro: «¿Se dejarán arrastrar por el torbellino de la así mencionada politización de la elección o pondrán sus mejores esfuerzos y su responsabilidad ciudadana para actuar con miras políticas altas, cada uno desde sus atribuciones, a fin de que dicho torbellino no termine de destruir nuestra incipiente democracia?».
Cierro este artículo con el penúltimo numeral de la carta de los obispos, hago cuerpo con ellos y pido a Dios que dé a los interesados el discernimiento que necesitan: «Como obispos nos queda clara una conclusión: hay que defender a toda costa la institucionalidad del país y sostener la separación de poderes delante de cualquier intento de manipulación o búsqueda de intereses personales o sectarios. Es la hora de hacer valer los valores éticos de la transparencia, de la justicia y de la verdad».
Señores funcionarios de Estado, esperamos las respuestas a tan categóricas interrogantes.
Señores obispos miembros del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, ¡muchas gracias por su lucidez y su valentía!
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