Una de esas charlas estuvo dedicada a hablar de cómo había logrado pedagogizar la enseñanza de “lanarquismo”, siendo bastante consistente en las implicaciones de tal empresa. En el viaje de vuelta, seguí pensando en él y en la forma como relacionó la filosofía y la política con los problemas más urgentes de la vida cotidiana. No pude sacarlo de mi cabeza durante mucho tiempo.
Un par de semanas atrás, cuando publiqué el artículo sobre el abstencionismo e inicié toda la serie de crítica a la democracia liberal, la corrupción, la manipulación, se desencadenó una serie de reacciones. Me llamó particularmente la atención la reacción de un tipo de esos que piensan ideas como la democracia y la libertad con el esfínter. Una de esas personas que los psicoanalistas rápidamente meterían en la gaveta de los anales retentivos: nada sueltan, todo lo retienen bajo su poder. Esos que creen que los sueños y la belleza se enseñan vigilando, reprimiendo y castigando a sus interlocutores. –¡No pueden pensar otras cosas si no han memorizado antes lo que yo digo, en el orden que yo considero correcto!, —dicen iracundamente a sus jóvenes estudiantes. Cuando me enteré de lo sucedido, volvió nuevamente Sábato a mi mente. Pero el Sábato menos famoso, el pedagogo metido en su literatura, el que hablaba de obreros estudiando, enseñando de forma completamente distinta.
Pero no fue hasta el sábado en la mañana, al ver la noticia de su deceso, que regresé desesperadamente a Abaddón el Exterminador a buscar el capítulo “sobre pobres y circos”. Como si con su muerte, se hubiera perdido también su literatura y su penetrante grandeza. Sábato fue una de las personas que más han influido en mí. Por eso, no puedo hacerle más tributo que transcribir esa forma distinta de enseñar la política que humildemente nos heredó. La forma en que un “simple” locatario explica la filosofía a un adolescente que sueña con la niñez:
—¡La gran puta! Si habría lanarquismo…
Nacho lo consideró con extrañeza.
—¿Lanarquismo?
—Sí, Nacho. Lanarquismo
—¿Y qué es eso?
Carlucho se sentó en su sillita enana y sonrió con ojos meditativos y nostálgicos. Era evidente que pensaba en algo muy lejano, pero lindo.
—Aquí tendría que estar Luvi —dijo.
(…)
—Que nombre raro, Luvi, ¿no?
—Sí, nombre destranjero. Era alemán o italiano, pero no sé, porque no era italiano como mi padre. Decía que era de una parte rara, que ahora no sé. Luvi. Eso é. Vino, hizo alguno trabajito de mecánico, arregló uno motore, algo en una trilladora. Sabía de todo. Y de noche, al galpón de lo pione esplicaba lanarquismo.
—¿Lanarquismo?
—Sí, leía un librito que tenía y esplicaba.
—¿Y qué es lanarquismo, Carlucho?
—Yo soy bruto, ya te dije. ¿Qué queré? ¿Que te esplique como Luvi?
—Bueno, pero decime algo. Era un cuento como ese que me contaste de Carlomano.
—Pero no, sonso. Otra cosa.
Tomó más mate y se concentró profundamente.
—Te voy a hacé una pregunta, Nacho. Atendé bien.
—Sí.
—¿Quién hizo la tierra, lo árbole, lo río, la nube, el sol?
—¿Dios?
—Bueno, está bien. Entonce son pa todo, todo tienen derecho a tené lo árbole y a tomá el sol. Decime, ¿lo pájaro tiene que pedirle permiso a alguien pa volá?
—No.
—¿Puede andá y vení en el aire, y hace el nido y tené la cría, no é así?
—Claro.
—Y cuando tiene hambre o tiene que alimentá lo pichone va y busca alguna cosita, alguna semilla y se lo lleva. ¿No é así?
—Claro.
—Y bueno, el hombre, explicaba Luvi, é como el pájaro. Libre de í y vení. Y si tiene gana de volá, vuela. Y si quiere hacé un nido, lo hace. Porque la semilla y la paja pa hacé el nido, y el agua pa bañarse o pa tomá son de Dio y Dio la hizo para todo el mundo. ¿Entendé eso? Porque si no entendé no podemo seguí adelante.
—Sí, lo entendí.
—¿Muy bien. Entonce, por qué uno poco tienen que apoderarse de la tierra y lotro tenemo que trabajá de pione? ¿De dónde sacaron ese campo? ¿Lo fabricaron ello?
Después de pensarlo un poco Nacho dijo que no.
—Muy bien, Nacho. Quiere decí entonce que lo robaron.
Nacho se sorprendió muchísimo. ¿Cómo, los ladrones no iban a la cárcel? Carlucho sonrió con amargura.
—Esperá, sonso, esperá —comentó. Testoy diciendo que esa tierra la robaron.
—¿Pero a quién la robaron, Carlucho?
—Y qué se yo. A lo indio, a la gente antigua. No sé. Ya te dije que soy un bruto, pero Luvi sabía todo eso. Ademá, pensá un momento. Suponé (é un suponé) que mañana desapareciera todo lo pione del campo. ¿Me queré decí vos qué pasaría?
—Y, no habría gente pa trabajar el campo.
—Estato. Y si nadie trabajaría el campo, no habería trigo y sin trigo no habería pan y sin pan todo el mundo no podría comé. Ni lo patrone. ¿De dónde iban a sacá el pan, si me podé decí?
—Ahora atendé bien porque vamo a dar otro paso. Suponete también que desaparecería lo zapatero. ¿Qué pasaría?
—No habría más zapato
—Esato. Y ahora suponete que desapareciera lo albañile.
—No habría más casas.
—Muy bien Nacho. Ahora yo te pregunto, ¿qué pasaría si mañana desaparecería lo patrone? Lo patrone no siembran el mai ni el trigo, ni hacen lo zapato ni la casa, ni levantan la cosecha. ¿Me podé decí que un poco qué é lo que pasaría, si se puede sabé?
Nacho lo miró con asombro. Carlucho lo consideraba con una sonrisa de triunfo.
—Andá, decime lo que pasaría si mañana desaparecería lo patrone.
—Nada —respondió sorprendido Nacho de la enormidad. —No pasaría nada.
Ni má ni meno. Ahora fíjate a una cosa que explicaba Luvi: lo zapatero pa hacé lo zapato necesitan el cuero, lo albañile necesitan lo ladrillo, lo pione necesitan la tierra y lo arao. ¿Cierto?
—¿Pero quién tiene lo cuero, lo ladrillo, la tierra, lo arao?
—Los patrones.
—Esato. Todo está a mano de la patronal. Por eso lo pobre estamo esclavizao. Porque ello tienen todo y nosotro no tenemos nada, más que lo brazo pa trabajá. Ahora vamos a da otro paso, así que atendeme bien.
—Sí, Carlucho.
—Si nosotro lo pobre no apoderamo de la tierra y de la máquina y del cuero y del lorno de ladrillo, podemo fabricar zapato y levantá construccione, y sembrá y cosechá, porque pa eso tenemo lo brazo. Y no habería pobreza ni esclavitú. Ni enfermedá. Y todo podríamo ir a la escuela.
Nacho lo miraba con asombro.
Carlucho arregló las revistas y los cigarrillos, pero su mente estaba vuelta a su interior. Hacía un gran esfuerzo mental, pero su voz estaba desprovista de rencor: era serena y cariñosa.
—Mirá, Nacho —prosiguió. Todo é muy simple. Luvi lo esplicaba con el librito y poniendo cosita en el suelo. Así y así: que esta piedra é la fábrica, que este mate é la máquina, que esto porotito somo lo pione. Y te digo que esplicaba cómo no habería má enfermedad, ni tísico, ni miseria, ni explotación. Todo el mundo tendería de trabajá. Y el que no trabaja no tiene derecho a viví. Bah, testoy hablando de lombre y mujere sano. No te hablo de lo nene ni de lonfermo, ni de lo viejo. Al contrario, decía Luvi, todo lo que trabajan tienen el debé de mantené a linválido, a lo niño y lo viejo. Así que uno hace zapato, el otro hace larina, el otro te hace el pan, el otro va a la cosecha. Y todo lo que hacen se guarda en un galpón. En ese galpón hay de todo: que comida, que ropa, que libro escolare. Todo lo que te podé imaginá. Hasta juguete y golosina pa lo nene, queso é tan necesario como pa nosotros un caballo o un sombrero. Al frente del galpón hay otro que trabaja deso, de cuidado del galpón. Y entonce yo voy y le digo me da un par de zapato número tal o cual, y el otro pide un kilo e carne y el otro una onza e chocolate, y el otro un saco porque se le rompieron lo codo.
—¿Y si un rico quiere más cosa y las compra?
—¿Un rico, dijiste?
—Sí.
—¿Ma de qué rico mestá hablando, pavote? ¿No tesplique que no hay má rico?
—¿Pero por qué, Carlucho?
—Porque no hay má dinero.
—¿Pero si lo tenía de antes?
Carlucho se sonrió y le hizo un gesto negativo.
—Si lo tenía se embromó, porque ahora no sirve pa má. Pa qué queré el dinero, si todo lo que necesitá lo sacá del galpón. El dinero e un pedazo e papel. Y sucio, lleno de microbio. ¿Sabé lo que son los microbio?
Nacho asintió.
—Y bueno. Sacabó el dinero. Que el que sea sonso, lo guarde, si quiere. Nadie se lo va prohibí. Total, no le servirá pa maldita la cosa.
—¿Y el que quiere sacar del galpón más zapatos?
—¿Cómo má zapato? No tentiendo. Si necesito un pa de zapato voy al galpón y listo.
—No, te digo si uno quiere tres o cuatro pares.
Carlucho dejó de sorber mate, admirado.
—¿Tre o cuatro pare, decí?
—Sí, tres o cuatro pares de zapatos.
Carlucho se echó a reír con ganas.
—¿Pero pa qué necesitá tre o cuatro pare si no tenemo má que do pie?
Es cierto, a Nacho no se le había ocurrido.
—¿Y si alguien va al galpón y roba?
—¿Roba? ¿Y pa qué? Si necesita algo se lo pide y se lo van a dá. ¿Está loco?
—Entonces no habrá más policía. La policía é lo pior de todo. Te lo digo por esperiencia.
—¿Por experiencia? ¿Qué experiencia?
Carlucho se replegó sobre sí mismo y repitió en voz baja, como si no quisiese referirse a eso, como si lo de antes se le hubiera escapado.
—Esperiencia y yastá. —comentó ambiguamente.
—¿Y si alguno no quiere trabajar?
—Que no trabaje si no quiere. Ya veremo cuando tiene hambre.
—¿Y si el gobierno no quiere?
—¿Gobierno? Pa qué necesitamo gobierno? Cuando yo era chico y quedamo en la calle, muerto de hambre, mi viejo salió adelante porque don Pancho Sierra le puso una carnicería. Cuando me fui a pionar tampoco necesitábamos el gobierno. Cuando me fui al circo tampoco. Y cuando entré al frigorífico de Berisso, pa lo único que sirvió el gobierno fue pa mandarno a la policía en la huelga y torturarno.
—¿Torturarlos? ¿Y qué es eso, Carlucho?
Carlucho se quedó mirando con tristeza.
—Nada, pibe. Te dije eso sin queré. No son cosa e niño. Y ademá yo soy lo que se llama un inorante.
Carlucho se calló y Nacho se dio cuenta de que ya no hablaría más de lanarquismo. Luego vino un cliente, compró cigarrillos y fósforos. Carlucho luego se sentó en la sillita y tomó mate en silencio. Nacho miraba a las nubes y pensaba (…)”.
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