Si mezclamos unos diputados descarados y temerosos con una sociedad conservadora, machista y misógina, y agregamos el Día de la Mujer, una foto sacada de contexto, unas activistas feministas, una piñata en forma de vulva, 41 niñas asesinadas, un alcalde vitalicio con mucho poder y acorralado, un ombudsman incómodo para las mafias, una Conferencia Episcopal en pleno reacomodo de poder por la muerte de uno de sus miembros, una red corrupta reunida en la cárcel en busca de oportunidades para atacar, varios grupos religiosos fundamentalistas y ciudadanos poco informados y apáticos, obtenemos la tormenta perfecta de la impunidad.
Cada uno de los ingredientes de esta tormenta merece más que un pobre y limitado artículo. Merece un libro, mejor dicho una biblioteca completa, para entender las dinámicas sociales y antropológicas que nos trajeron a este 15 de marzo de 2018.
Hace un año, como decían las series setenteras, en el mismo horario, en el mismo lugar y con los mismos protagonistas, la procesión, marcha, desfile o como quieran llamarla transitó plácidamente por las calles del centro histórico sin más aspavientos que los de las santiguadas beatas escandalizadas y acaloradas por la exposición pública de varias libras de papel de China representando una vulva (poderosa). Al día siguiente, esta actividad había sido olvidada.
¿Qué ha cambiado en un año?
¡Todo!
La ofensiva ha sido constante e incisiva. En un año han cumplido sus objetivos. Uno a uno han caído los ministros, viceministros, superintendentes, directores o directivos que los generales de la impunidad han identificado como enemigos o infiltrados en un gobierno que tiene como único programa procurar que las cosas vuelvan a como estaban a principios del año 2014.
Como güizaches transeros y borrachos, han buscado en la ley para retorcer la justicia y avergonzar a todo un país, desde destituir al jefe de la SAT por supuestamente no cumplir con la meta tributaria hasta aceptar una renuncia presentada muchos meses antes por un ministro. Hablan de oxigenación de la PNC, cuando en realidad impregnan el ambiente con el tufo insufrible de la opacidad.
Ahora el Congreso de la ignominia, que colecciona lo peor de cada casa en un pleno esperpéntico de antejuiciados, enjoyados, capos, ganaderos evasores, contratistas, investigados, exconvictos, abusadores, irresponsables, impresentables y dinosaurios contrarrevolucionarios, pretende abanderar la liga de la santa decencia y de la familia citando a Jordán Rodas para que explique algo que no saben muy bien qué es, pero que con seguridad tiene que ver con una foto, una vagina y la imaginería cristiana colonial, y que los llevará, «si Dios quiere», a una revocatoria del mandato de este impío procurador. Y si puede ser, de una vez con denuncia penal delegada a uno de esos jueces que ahora se preocupan por las presiones públicas de una sociedad atenta y fiscalizadora de sus actos. A uno de esos jueces que en su momento nunca denunciaron las llamadas de los reyes del tenis, de los Gudys, de los Juanes de Dios, de los decanos de cartón piedra y sus maestrías ficticias y vacías.
Pero, como ya dije, en un año ha cambiado todo. Las máscaras han caído. Los reconocemos a todos. Sabemos de sus actos y qué pretenden con ellos. Denunciaremos cada paso, cada trampa, cada güizachada. Ejerceremos una fiscalización ciudadana implacable. Estaremos donde haga falta. Porque cada agresión realizada por ellos solo nos legitima más a nosotros.
Estos señores con saco, colonia y pelo engominado ganarán algunas batallas, pero ya perdieron la guerra.
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