Desde que regresé de ese largo viaje por el continente asiático, sigo pensando en clave de construcción de paz y de conflicto e intentando reflexionar sobre el tiempo en que nos ha tocado vivir. Muchos teóricos de las ciencias sociales han advertido desde hace varios años que nos acercamos a una crisis civilizatoria: desde el clásico libro El choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, haciendo una parada en un libro muy latinoamericano como La crisis del lazo social, editado por Emilio de Ipola, hasta uno de los últimos libros del gran pensador polaco Zygmunt Bauman, La sociedad sitiada, solo por mencionar algunas referencias, la tónica de muchas reflexiones sociológicas es la fragilización de las bases sobre las que se asienta la convivencia humana, con lo cual, por lo tanto, se promueve esa idea ya patentada por Bauman de la realidad líquida.
Como comentábamos en nuestro último artículo, una de las fuentes más importantes del conflicto y de la violencia descansa, en última instancia, en la idea del bien y el mal, ya que orientamos todo el esfuerzo institucional a buscar el bien y desterrar el mal. La noción de justicia en la sociedad surge de esas ideas primarias del bien y del mal, de manera que, cuando las instituciones se desvían de ese camino imaginado, pensamos en términos de crisis. Lamentablemente, si existiera un consenso universal sobre lo que es bueno o malo, nuestro mundo sería más pacífico y ordenado.
La realidad, sin embargo, nos presenta un mosaico de valores, ideologías y formas de pensar, algo que con el transcurso de la modernidad tardía se ha ido profundizando de manera dramática, especialmente si consideramos el influjo ambivalente de las redes sociales, que por un lado han contribuido a la democratización de la sociedad, pero por el otro han profundizado el fenómeno de la posverdad: cada quién desarrolla sus propios criterios del bien y del mal, a veces de una forma caprichosa y completamente incoherente con alguna doctrina, ideología o religión particular, lo cual hace por momentos muy complejo el proceso de consenso y de cohesión social.
El dramático crecimiento de esas situaciones extrañas, retorcidas y moralmente cuestionables, que ahora son fáciles de rastrear gracias al desarrollo de los buscadores en línea y a las noticias en tiempo real, solo es un indicador de esa descomposición del orden social que tiene su correlato en la profundización de lo que Beck llamó la institucionalización del individualismo o el individualismo institucionalizado. La sociedad como la conocemos está en proceso de mutación y de cambio profundo, y estamos lejos de definir el destino que está tomando la humanidad en su conjunto.
Este crecimiento exponencial de la diferencia y de la complejidad social, sin embargo, corre en paralelo con otro proceso: el aumento de la desigualdad, que proviene de la acumulación del dinero y del poder, tal como lo presenta Chomsky en uno de sus últimos documentales, Réquiem por el sueño americano. El resultado: las instituciones están cada vez menos preparadas para promover bases mínimas de convivencia, lo cual desemboca tarde o temprano en medidas de represión institucional que se materializan en leyes, disposiciones administrativas y políticas públicas.
El problema sigue siendo el mismo: nuestras ideas del bien y del mal están profundamente ancladas en lo que Beck llamó «categorías zombi», empezando por la noción de familia nuclear como base de la sociedad. Dicho imaginario es cada vez menos acorde a las múltiples imágenes de desintegración y reintegración compleja de las bases familiares. Parece que estos no son tiempos adecuados para la idea del amor en pareja al estilo de «hasta que la muerte los separe».
En síntesis, el crecimiento de la diversidad social y de la diferencia ha provocado sociedades cada vez menos representables políticamente hablando, lo que ha repercutido dramáticamente en el aumento de los conflictos de todo tipo: algo particularmente palpable en Guatemala, una sociedad que nunca tuvo un alto nivel de cohesión social.
«En esos contextos [de diversidad], las relaciones sociales están signadas por la paulatina licuación de los lazos de solidaridad social y de pertenencia colectiva y, paulatinamente, la violencia comienza a conformar una modalidad regular y legítima de relación social y de resolución de conflictos» (Marcelo Saín).
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