El documento tiene 370 hojas, de las cuales 133 son la sentencia. El resto es el voto razonado de ese juez que le afirmó a la denunciante (porque, si nombrar es cimentar, no se llama víctima, sino más bien sobreviviente), tras escuchar su testimonio acerca de cómo ella entró en shock cuando los cinco hombres la violaban: «Está claro que dolor usted no sintió». A lo largo del texto los jueces van desenmascarando los medios de prueba en ese tono inerte que utilizan la mayoría de las sentencias: describen cada uno de los siete videos y las dos fotografías que tomaron los ahora condenados mientras la agredían. Repiten en sus razonamientos varias modalidades de la misma frase respecto a la actitud de ella. «Manteniendo la mayor parte del tiempo los ojos cerrados». «Mantiene durante todo el tiempo los ojos cerrados». «Quien está con la cabeza hacia atrás, boca arriba, con los ojos y boca cerrados». «La denunciante, durante toda la secuencia, se mantiene con los ojos cerrados». Tras leerla, yo también intenté cerrar los ojos, pero las imágenes estaban allí, grabadas en las paredes de mis párpados como latigazos. Al final, este no es un texto de justicia, sino de ley, y está redactado por personas que son más leyes y jurisprudencia que humanos y que consideran que, como un código exige que haya violencia o intimidación, aunque parezca violación, se sienta como violación, se trate de violación, no lo es. En su contradictorio razonamiento, el tribunal manifiesta que no hubo violencia porque no la golpearon y que no hubo intimidación porque no la amenazaron, pero sí está de acuerdo en que no existió consentimiento. Por eso, afirma, es abuso, y no violación. La indignación en España por esta sentencia sigue creciendo hasta la fecha.
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Para mí, La Manada se sentía lejana, en otra cultura, en otro país, en otro continente. Se asemejaba más a lo que sería eventualmente una remembranza. Evocaba ese asomo lejano de un país occidental, de los que parece que lo tienen todo, aunque de la sentencia aprendí que, cuando la vida corre peligro, no importa de dónde se es. Se activa el cerebro primitivo y solo se piensa en una cosa: en sobrevivir. Aun así, el antecedente de este caso es trágico. Y como muchas de nuestras leyes son una copia textual de leyes como estas, no es sorpresa que nuestro Código Penal también exija que, para que un acto sea considerado violación, exista violencia física o psicológica (y esta última, porque fue reformado en el 2009), y no solo la carencia de consentimiento. Ahora el caso se siente menos lejano. Y si consideramos que existe un aproximado de 16 denuncias de violaciones al día, menos lejano. Y si agregamos los casos que no se denuncian y que se cargan como una cruz que pesa menos que el estigma, menos. Y si nos acordamos del caso de los violadores de la Roosevelt, cerca.
Las leyes las aplican humanos. Eso podría ser un indicativo de que no son solo las leyes las que deben cambiar, sobre todo cuando parece que algunos jueces pueden ser más solidarios con fallos existentes que con personas. De estos antecedentes hay que hablar y eventualmente reformar y reformarnos. En lo que eso sucede, nosotras, que pareciéramos estar lejos, coloquemos este tema en el ambiente y comprendamos que, aunque aparentemente estamos lejos de La Manada, este tipo de fallos y de antecedentes nos acercan a ella a una distancia tan corta, tan breve, tan fugaz, como lo es cerrar los ojos.
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