La madre de todas las batallas: cambiar las condiciones electorales

En la actualidad hay un consenso bastante extendido de que el pecado de origen de nuestra democracia guatemalteca son las reglas vigentes del sistema electoral, que afincaron tres grandes problemas íntimamente relacionados:

• Produjeron un sistema electoral perverso, en el que solamente quién invertía grandes cantidades de dinero podía tener posibilidades de llegar al poder (pistocracia).
• Desarrollaron partidos políticos de fachada, que solamente esconden las redes clientelares y de poder caudillista, las cuales han negado sistemáticamente la posibilidad de la alternancia en el poder (monopolio caudillista).
• Afincaron una suerte de mafia autárquica en el Congreso por la forma como se normó la elección de los diputados.

Los cambios a la Ley Electoral de los últimos tiempos han logrado minimizar el efecto del primer problema, pero se ha dejado intacto el control partidario de los caudillos. Además, ha sido imposible cambiar el mecanismo de elección en el Congreso. Justo por ello, muchos diputados se burlan abiertamente de la sociedad civil, ya que, aún con todas las campañas de desaprobación en su contra, los mecanismos electorales vigentes les garantizan su retorno al hemiciclo parlamentario.

El problema ha sido desde siempre la falta de consenso sobre los cambios más relevantes a la Ley Electoral. Cada vez que se inician las discusiones, la agenda mínima termina siendo una agenda con muchos puntos, tal como ocurrió en las últimas encerronas de las instancias que buscan cambios a dicha ley. De ese modo, la fuerza de cambio se diluye ante la esperada negativa de la mafia parlamentaria de modificar las reglas que les garantizan la marcada impunidad y el descaro con el que actúan: Delia Back, Juan Manuel Giordano y Javier Hernández, entre otros, son algunos de los muchos diputados insolentes que diariamente nos recuerdan la necesidad urgente de rescatar el Congreso de esa mafia que lo controla.

Ante esa realidad, unos colegas me plantearon hace algunas semanas una estrategia arriesgada pero prominente: ¿y si concentramos las baterías en una única enmienda? Ese cambio podría implementarse en los artículos que tengan que ver con lo relativo a la conversión de los comités cívicos en partidos distritales, de manera que se favorezca la participación de otros actores ciudadanos en la contienda electoral. Esto contribuiría enormemente a solucionar el problema del monopolio caudillista.

Una suerte de cuña que permita modificar el escenario abiertamente negativo que está vigente para que lleguen nuevos actores al Congreso. Este cambio estratégico, que podría verse como mínimo, debería ser la punta de lanza para contar en la próxima legislatura con una mayor capacidad de fuerza que permita impulsar todos los cambios legales que nuestra patria necesita en estos momentos cruciales.

«Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio» (Octavio Paz).