Este intento no será posible sin el debate y la contradicción crítica, ya que es en las contradicciones donde construiremos nuestras verdades.
Pido disculpas anticipadas, pues mucho de mi decir es parentético (entre contextos de paréntesis, algunos más amplios que otros). El orden no será alfabético, al menos por ahora.
Cuando decimos idolatría, suponemos una veneración de un ídolo falso (propiamente diríamos un proceso de fetichización). El fetiche usurpa el papel de lo sagrado. En él la obra pasa a ser superior al creador. La inversión de orden de la obra por el creador también se llama alienación y oculta su naturaleza propia. Como la apariencia pasa a ser lo principal, las partes pasan a ser superiores al todo.
Cuando decimos institución, la podemos ver como reglas, leyes; como una respuesta en el tiempo y el espacio que una sociedad o Estado establece. Así, unas instituciones, por ejemplo, pueden ser el matrimonio y la familia, que a su vez pueden quedar como instituciones solo en el campo social o ser reconocidas por el Estado y convertirse en una normativa general que será válida en el espacio y el ejercicio de su soberanía delegada, de tal modo que aquel promueva cierta estabilidad y obligatoriedad de prestar su servicios. Contrario a las organizaciones, que, de forma simple, podemos definir en el campo político, económico y social como personas naturales. Otras instituciones presentes y bastante antiguas son los ejércitos y las Iglesias (de las cuales haremos acotaciones en otra oportunidad).
Supongo que coincidimos con casi la totalidad de quienes me dan su tiempo para leerme en que avalamos que, en teoría, el pueblo es el único soberano y la sede del poder, temporalmente delegado al Estado en general y a los gobiernos en particular (aunque supongamos que el Estado es también el pueblo y su soberanía y que, en el uso cotidiano y práctico, el Estado es el administrador institucional de lo público).
El Estado también nos complica cuando puede ser contrario a los objetivos o intereses del pueblo. Así, tenemos que el Estado en el mundo occidental capitalista es una forma del capital, una concreción de los intereses de la clase dominante, pero también, cuando sirve al pueblo, un aliado, una solución.
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Diremos entonces que, para el conservador, el Estado y las leyes (o, como dijimos, sus instituciones) son ideales, sagradas, dentro del mejor de los mundos posibles (siempre y cuando les vaya bien con ellas). Y el liberal económico también valorará las instituciones que le sean funcionales, aunque, por supuesto, no quiere que el Estado participe en la economía. Pero, si lo hace, que sea a su favor. Si va a dar servicios y bienes, que sean los que provean ellos, sobre todo dentro del diseño que tanto liberales como conservadores le han construido a este tipo de Estado. Y en el otro extremo, para el anarquista, toda institución es opresiva cuando plantea un ejercicio de poder dominante, que impide el ejercicio de la libertad del ser humano, como él la entiende.
La idolatría de las instituciones pasa también por una institución previa al capitalismo, el mercado, que la modernidad capitalista convierte en un dios, en una totalidad totalitaria, en un tipo de totalitarismo, en el dios Moloch, en una idolatría a la que se le rinden tributo y sacrificios permanentemente y cuya mano invisible de dios regula toda transacción con su marca de la bestia, un anticristo que en el capitalismo les roba sangre y por ende vida a los trabajadores y a todo el planeta. Parafraseando a Karl Heinrich: «Dios, siendo de naturaleza divina, se enajena y se hace humano. En cambio, el capital, siendo de naturaleza humana, ustedes lo han hecho dios […] Y yo soy ateo de ese dios». Otras formas de idolatría o fetichismo en el capitalismo son las de la mercancía y el dinero (pero sobre eso hablaremos en otro momento).
Lo mismo sucedió con instituciones como el esclavismo, que en su tiempo fue una respuesta de las sociedades que lo vieron como algo natural, justo, que había que justificar por medio de la ley y la religión y que, en la mayor parte de las sociedades Estados en las que se practicó, se abolió (más por antieconómica que por antiética).
Por lo tanto, para nosotros la institución no es negativa per se. Puede ser útil o dejar de serlo, por lo que se debe evaluar permanentemente. Como construcciones históricas humanas, las instituciones pueden ser superadas, deconstruidas o simplemente abolidas por ineficientes, obsoletas, o porque no cumplen el objetivo de ampliar las libertades, de garantizar la mayor posibilidad de vida de toda la comunidad y del sistema de vida.
En resumen, las instituciones no son sagradas, sino mediaciones, algunas de las cuales deben fortalecerse, reformarse, transformarse, mientras que otras, por los mecanismos democráticamente participativos, deben abolirse.
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