Durante el año 2017 publiqué varios artículos relacionados con la manera de escribir ya sea un cuento, un ensayo o una novela, además de uno atinente a los personajes del escritor. También uno acerca de cómo publicar una obra. Todos me fueron solicitados por jóvenes estudiantes de educación media y de pregrado universitario. Consideré oportuno, ante la presente convocatoria de la Comisión Permanente de los Juegos Florales de Quetzaltenango, cerrar ese recorrido de artículos didácticos departiendo acerca de la ética y la estética de una obra.
A manera de antecedentes, en 1967, convocado por Casa de las Américas, se realizó el I Encuentro Internacional de la Canción Protesta en Cuba. Entre sus objetivos destacaban generalizar un nombre para el canto y perfilar su ética y estética. El resultado en cuanto a la estética no difirió del concepto que se ha preconizado de la estética en literatura. La filosofía, la belleza, la búsqueda de la verdad, la percepción y la sensación (en el ser humano) mantuvieron su lugar. En cuanto a la ética sí hubo drásticos cambios. Entre otros, se diferenció al cantante del cantor y se definió el cometido del canto nuevo. Y, a causa del momento sociopolítico que se vivía en América Latina, dichos cambios fueron trasvasados a la narrativa y a otros géneros literarios. Para quienes están comenzando su recorrido en el mundo de los escritores, bien vale la pena indagar acerca de tan interesantes sucesos en tanto que hubo un antes y un después (a mitad del siglo XX) respecto a la ética y la estética del arte latinoamericano.
En orden al propósito de este artículo, estriba en argüir acerca de elementales bases éticas para que sirvan como inicio de ruta a quienes pidieron que escribiera los artículos didácticos.
Vamos a ello.
Empiezo invitando a mis lectores a participar en dichas justas. Las bases las pueden encontrar en diferentes páginas de Internet y en la página oficial de los juegos en Facebook. Dichas condiciones marcan el derrotero que debe seguirse para presentar un trabajo y tienen implícitos, en parte, ciertos deberes del escritor (deontología).
Ni qué decir del plagio, que no se trata exclusivamente de apropiarse de la obra de otra persona. También se entrevé cuando alguien parafrasea textos de otros escritos. Por esa razón se exige, en todos los certámenes del mundo, que la obra a concursar sea original. Vale decir que actualmente ya hay programas informáticos que permiten detectar este tipo de fraude.
Tampoco es dable presentar una obra que ya concursó en el mismo certamen y no ganó. A veces algunas personas solamente cambian el nombre del trabajo y vuelven a presentarlo. En el caso de Quetzaltenango, las bases son muy explícitas a ese respecto.
En orden a la condición de inéditas, en la mayoría de certámenes se exige que las obras no hayan sido publicadas. Si se tiene una obra editada y publicada y se desea enviarla a un concurso, los hay para ese tipo de trabajos. Como ejemplo, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, de Caracas, Venezuela.
Finalmente, hay otras condiciones éticas que no aparecen en las bases de concurso alguno porque respetarlas es cuestión de sentido común. Veamos una: en esta época de hiperconectividad informática no se vale cacaraquear por medio de las redes sociales el nombre ni el contenido ni el estilo de la obra que se presentará a determinada justa. Ello podría ser motivo de descalificación.
Cierro el artículo (y el recorrido didáctico) recordando a Karl Vossler, Leo Spitzer y Dámaso Alonso, para quienes, según Jorge Chen Sham (citando a Vítor Aguiar e Silva), en el prólogo de La belleza objetiva, del jesuita Eduardo Ospina: «El lenguaje es actividad creadora e intuición expresiva del espíritu que manifiesta su potencialidad en la lengua poética del escritor» [1]. Se deduce entonces que tan alto y sublime cometido debe ir de la mano con la ética y la estética.
[1] Ospina, Eduardo (2008). La belleza objetiva. Promesa: Costa Rica.
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