Vice, la película más reciente de Adam McKay, es parte de ese buen cine. La cinta retrata sarcásticamente la vida y la trayectoria política del exvicepresidente estadounidense Dick Cheney, magistralmente interpretado por el actor Christian Bale.
Obviamente, el director juega con hechos ficticios y reales sobre la vida de uno de los políticos más poderosos y a la vez más impopulares de Estados Unidos durante las dos administraciones de George W. Bush. En una de esas escenas nada lejos de la realidad se observa cómo los estadounidenses promedio se distraen fácilmente frente al televisor, en los centros comerciales y con el frenético consumismo que domina su diario vivir.
Lo anterior, como tela de fondo para explicar una de las razones por las cuales políticos como él, el expresidente Bush y no digamos el actual presidente, quien ahora se ha empecinado con cerrar el Gobierno federal hasta que el Congreso ceda en su petición del muro fronterizo, llegan a ser elegidos para ocupar las máximas magistraturas del país pese a su incapacidad, su privilegiado o errático pasado personal, su falta de compromiso con lo público o su cuestionado historial político.
Eso es prácticamente lo que ha sucedido con las democracias: se volvieron nociones vacías de sustento mediante las cuales los procesos electorales son diseñados como objetos de consumo y se trata al ciudadano como un ente alienado, sin iniciativa y sin criterio. La narrativa privatizadora contra lo político implantó exitosamente la falsa idea del fin de las ideologías, el reino del mercado y la necesidad de reducir la función del Gobierno y la preeminencia del Estado.
De ahí que no quede mucho de la antigua discusión de ideas, de programas y de políticas públicas y que hoy se trate de vender el mejor producto cada cierto tiempo, con candidatos que ahora entran dentro del molde de las celebridades, los modelos de pasarela, los outsiders del entretenimiento e incluso los predicadores moralistas de púlpito para ofrecer ofertas y soluciones más atractivas, con cancioncitas y lemas, para un electorado cada vez más frustrado con sus gobernantes y políticos. O sea, un sistema que reduce al ciudadano a su mínima expresión: la del consumidor-elector.
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Como tantos estudiosos han anotado, en Guatemala, la falta de una institucionalidad fuerte en el marco de la democratización luego del final de los conflictos armados dio lugar a que otras fuerzas y cuerpos paralelos delictivos ocuparan esos vacíos. Instituciones erosionadas (o en «proceso de liquidación», como diría don Jorge Mario García Laguardia), precarios presupuestos públicos, escasa inversión social y falta de rendición de cuentas han sido el caldo de cultivo de la corrupción, del enquistamiento de las mafias, del tráfico de intereses y de otras taras que han sido develadas mediante casos célebres que van desde La Línea hasta las investigaciones contra el presidente Jimmy Morales.
Y todo ello, ante la indiferencia, la pasividad y la impotencia del ciudadano común, que apenas sobrevive en un país golpeado en su economía, con escasas oportunidades de empleo digno y secuestrado por las élites políticas, militares y empresariales, que, cuando ven sus intereses trastocados ante el avance de la justicia, provocan un caos institucional de magnitud internacional que también a ellas termina afectándoles.
Sin embargo, hay al menos dos acontecimientos que arrojan un poco de luz en las tinieblas. Los ciudadanos, al menos aquellos de las clases medias mestizas y otros dentro del movimiento campesino, han regresado a las calles para protestar y hacerles ver a estos perversos poderes que ya no les van a tomar el pelo. Y, a pesar del enclenque sistema político partidario, el Movimiento Semilla, surgido de las movilizaciones ciudadanas del 2015, se ha convertido en partido y ha logrado organizar su asamblea, en la cual ha elegido a su Comité Ejecutivo Nacional a escasos días de la convocatoria a elecciones generales.
Pero el reto es todavía monumental, digno quizá de «chamanes culturales», como diría Maurice Echeverría. Toca, pues, a las fuerzas prodemocráticas sanar, articularse y politizar a la ciudadanía para evitar la caída en el fangoso precipicio de la mafiodictadura. Y no ser tema de película de cine negro.
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