Julian, el aviador de Harlem que le vendió armas a Árbenz

 

A finales de los años 40 el gobierno de Estados Unidos estableció un embargo de armas a Guatemala y pidió a las naciones aliadas que no vendieran ningún tipo de armamento militar a los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Eso dejó al país escaso en recursos durante la invasión del 54. La única persona que desafió a Washington y vendió armas al gobierno de Guatemala fue Hubert Fauntleroy Julian, un aviador mercenario mejor conocido como el Águila Negra de Harlem.

 

Textos: Alejandro García  Diseño: Dénnys Mejía Ilustraciónes: Luis Pinto

principios de este año leí Bitter Fruit, el libro de Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, que recopila la historia de la Revolución de Octubre de 1944, los años de Primavera Democrática, y el golpe de Estado al gobierno democrático de Jacobo Árbenz Guzmán en 1954.

 

A medio camino, en la página 148, una frase paró en seco mi lectura: “En 1952, el aviador Hubert Fauntleroy Julian, conocido como el ‘Black Eagle de Harlem’, logró ingresar doce armas antiaéreas calibre 20-mm de fabricación suiza a Guatemala”.

 

Ese mismo año, el presidente Jacobo Árbenz Guzmán había impulsado el Decreto 900 —la Ley de Reforma Agraria, que buscaba redistribuir tierras ociosas mayores de 224 hectáreas a campesinos pobres—.

 

Esta ley, considerada un atrevimiento en contra de los intereses estadounidenses, principalmente los de la United Fruit Company (UFCO), fue el inicio del fin del gobierno democrático de Árbenz y de la Revolución iniciada en 1944.

 

Fue en junio de 1954 que la UFCO, los hermanos Dulles, un puñado de mercenarios al mando del coronel Carlos Castillo Armas y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos bajo las órdenes del presidente de Dwight D. Eisenhower lanzaron la operación PBSUCCESS; la invasión norteamericana que tenía como fin remover al presidente Árbenz del poder y eliminar “la insurgencia comunista de Guatemala”.

 

En 1952, cuando el gobierno de Eisenhower llevaba ya dos años persiguiendo a subversivos en Estados Unidos, el hecho de que Julian, un aviador afroamericano de 55 años, le vendiera armas a Árbenz, acusado de comunista, podía ser considerado alta traición.

 

Bajé el libro y consulté Google. Había varios artículos que resumían la extraordinaria y novelesca vida del aviador; artículos de Air & Space Magazine, de Medium, de The New Yorker y, claro, su página de Wikipedia que abreviaba su relación con Guatemala en una línea.

 

Nacido en Trinidad y Tobago, Hubert Fauntleroy Julian, fue un aviador, paracaidista, empresario, veterano de la Segunda Guerra Mundial y vendedor de armas. Vivió en Harlem durante el llamado Renacimiento de Harlem y se codeó con artistas, deportistas y luchadores sociales como Duke Ellington, Jack Johnson y Marcus Garvey.

 

on su 1.82 de estatura, su postura elegante y extrovertida, Julian era un hombre imponente. Siempre vestía de traje, corbata y sombreros de copa, llevaba los zapatos bien lustrados, y hablaba con la cadencia rítmica de un británico. En varias fotografías aparece con un gran monóculo sobre su ojo derecho. Era un hombre refinado y de buen gusto que solía dar propinas de US$1 por cortes de cabello de 75 centavos. Murió en 1983.

 

n una entrevista por correo electrónico que hice a los autores de Bitter Fruit, Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, sobre Julian y su involucramiento con Guatemala, afirman no recordar cómo encontraron esta historia.

 

Tiempo después, intrigado por conocer más de este capítulo poco conocido de la historia política de Guatemala, navegando en Internet hallé en YouTube un documental titulado The Black Eagle of Harlem realizado por Billy Tooma —un documentalista de 33 años, catedrático en la universidad de Essex County y fanático de los Mets de Nueva York—. La película de tres horas y media ahonda en la vida entera del aviador, incluye entrevistas con periodistas, historiadores, expertos en aviación, y con su único hijo, Mark Anthony Julian. Brevemente menciona en la cinta su relación con Guatemala.

 

 

Encontré que Mark seguía viviendo en Harlem y que Billy Tooma radica New Jersey. Coincidentemente tenía programado un viaje a Nueva York. Le escribí a Billy, fijamos un encuentro: jueves 26 de abril, a las 15:00 horas en Union Square.

 

 

Primer envío

 

os encontramos con Billy enfrente del Barnes & Noble, en la 15 calle. Billy, de 1.70 de altura, llevaba el pelo suelto y hacia atrás y vestía un sudadero negro; el sol de la primavera neoyorquina apenas calentaba la calle. Nos saludamos, dijo que Mark estaba por llegar y me empezó a contar que llegó hasta Julian mientras realizaba su segundo filme titulado Clarence Chamberlain: Fly First & Fly Afterward.

 

“Clarence fue quien realmente le enseñó a Julian cómo pilotear un avión”, soltó como dato suelto. Billy me mostró dos libros que llevaba en su mochila: The Black Eagle escrito por el historiador John Peer Nugent, y la autobiografía de Julian, titulada Black Eagle —que Billy compró en una tienda de libros usados en Inglaterra—.

 

Luego me preguntó si mucha gente en Guatemala sabía de Julian.

 

“No creo”, respondí.

 

Minutos después llegó Mark, tan alto como imaginé que era su padre. Mark vestía jeans, camisa de cuadros y una gorra de los Yankees. “Te quitas eso en mi presencia”, dijo Billy, señalando la gorra.

 

Caminamos unos metros a un costado del parque y entramos al Barn Joo, un restaurante coreano que se asomó a nuestro paso. Pedimos chicken wings, dumplings y papas fritas. Mientras esperábamos la comida pregunté: “¿Algunos de ustedes sabe cómo Julian se involucró con el gobierno de Guatemala?”.

 

Billy abrió de nuevo su mochila.

 

La relación entre Julian y Guatemala inició en 1949, según el libro de Nugent. Ese año el Black Eagle se reunió con el general Harry H. Vaughan —el asistente militar del presidente de Estados Unidos, Truman—.

 

Según los registros y fotografías del Museo y Librería Presidencial Harry S. Truman, Vaughan realizó dos visitas a Guatemala a finales de los años 40, en plena efervescencia de la Revolución. La primera en 1948, cuando asistió al 75 aniversario de la academia militar, y la segunda un año después, también con el fin de reunirse con autoridades militares.

 

De regreso en Nueva York, Vaughan presentó a Julian con el agregado militar de la embajada de Guatemala en Estados Unidos, el coronel y piloto Óscar Morales López (1902-1997) —Héctor Gaitán, autor de La calle donde tu vives¬, lo identifica como uno de los pilares de la aviación comercial guatemalteca—.

 

Morales “estaba buscando equipamiento para su gobierno”, escribe Julian en su autobiografía. “Lo más urgente era conseguir varios jeeps y llantas de repuesto”.

 

En 1949, con Juan José Arévalo en el poder, el gobierno de Estados Unidos aún confiaba en las decisiones políticas de Guatemala. O al menos, no las resentía. Y si bien el embargo de armas estaba en pie, Washington parecía no monitorear a sus vendedores independientes. Julian, después de todo, tenía licencia para vender armas.

 

El Black Eagle encontró en Europa llantas y repuestos que Guatemala necesitaba para su Ejército, los embarcó y envió al Puerto de San José. La mercancía llegó en buen estado y a tiempo. “Los guatemaltecos estaban encantados”, escribió en su biografía, “me pagaron en efectivo, por lo tanto yo también estaba muy feliz”.

 

Para las próximas compras Julian recibía medio millón de dólares como adelanto para comprar los artículos requeridos por el gobierno guatemalteco. Una vez hallados, un representante de Guatemala volaba para inspeccionar la mercancía y si cumplía con los requisitos, este aprobaba la orden y Julian organizaba el envío.

 

“Mi papá era autodidacta”, afirma Mark, platos vacíos tintineaban dentro del Barn Joo.  Pronto llegaría el camarero con las bebidas.

 

En julio de 1949, Hubert Julian llegó por primera vez a Guatemala. Saliendo del aeropuerto, portando un sombrero de paja de US$50, Julian tomó un taxi y se registró en el hotel Pan-American, ubicado en la actual 9ª Calle, entre 5ª y 6ª Avenida. Su visita coincidió con la muerte de coronel Francisco Javier Arana. El toque de queda ordenado por el gobierno obligó al aviador pasar la tarde en su habitación.

l abogado Jorge Mario García Laguardia, experto en temas relacionados con la Revolución de 1944, recuerda que esa semana, si bien no hubo disparos en las calles como asegura el libro de Nugent, sí hubo enfrentamiento entre los seguidores de Arévalo y grupos de oposición que exigían la renuncia del presidente. “Los que queríamos apoyar al gobierno participamos, pero solo en manifestaciones”, dice García Laguardia quien entonces era estudiante de secundaria. “El país estaba dividido. Nos agarramos ahí en la Sexta Avenida, grupos formados por estudiantes y civiles. No hubo choque de armas. Fue un choque civil, de manifestantes”, agrega.

 

a mañana siguiente Julian contrató un chofer y, según el libro de Nugent, se reunió con representantes del gobierno —entre ellos Árbenz—para explicar su especialidad y a dejar su tarjeta de negocios. Los guatemaltecos mostraron interés.

 

Para proveer al gobierno de Guatemala, Julian firmó contratos de distribución con fabricantes de armas en Suiza, Inglaterra, Italia y Suecia. Luego se reunió de nuevo con Óscar Morales López en Nueva York.

 

“Nuestra lista de necesidades ha crecido”, le dijo Morales y le explicó que necesitaba que regresara a Guatemala a hablar en persona con oficiales del gobierno guatemalteco para llegar a un acuerdo. Julian aceptó.

 

Dos semanas después Hubert Fauntleroy Julian viajó vía Eastern Airlines a New Orleans y luego tomó un vuelo de Aviateca hacia Guatemala. Volvió a hospedarse en el Pan-American. Al día siguiente un chofer lo llevó al Palacio Nacional.

 

El gobierno necesitaba autos blindados, jeeps, remolques, botas de combate y rifles. “Cumple con esta orden”, le dijeron, “y te pediremos más”. Julian tenía la libertad de decidir el precio. “Y así se convirtió en el vendedor oficial de armas de Guatemala”, escribió Nugent.

 

El Black Eagle encontró los jeeps en Toledo, Ohio. Morales los revisó en Washington y accedió pagarle a Julian el costo de compra, más el 50% de su total. El 22 de septiembre de 1950 los jeeps llegaron a Puerto Barrios. Compró, además, 4,800 botas de la Arnoff Shoe Company en Nueva York por US$2 el par, y las vendió a US$4.2 a los guatemaltecos.

 

Cuando Árbenz fue juramentado como presidente de la república, menos de un año después, en marzo de 1951, una de sus primeras órdenes fue actualizar y expandir el armamento del país.

“¿A quién crees que llamaron?”, pregunta Billy, sonriendo, mientras el camarero acomodaba la comida alrededor de nuestros tragos.

 

La importancia de llamarse Julian

 

Hubert Fauntleroy Julian nació en Trinidad y Tobago en 1897. La primera vez que vio un avión fue el 3 de enero de 1913, cuando el piloto estadounidense Frank Boland realizó una exhibición aérea en Puerto España. Ese día también fue testigo de una tragedia: el aviador de New Jersey perdió el control de la nave y se estrelló. En su autobiografía admite que esta escena lo inspiró profundamente.

 

“Desde ese día en adelante, todo mi interés fue en volar. Decidí formar parte de esa raza de hombres-pájaro”, escribió.

 

—Imagínate la escena —dice Billy—. Julian, de niño, viendo este accidente.

—Es el inicio de una película —continúa Mark.

—Es el inicio de mi película —añade Billy.

 

En julio de 1914 inició la Primera Guerra Mundial y Julian, habitante de una colonia del imperio británico, se enlistó en la Unidad de Trinidad y Tobago del Regimiento de las Indias Occidentales. Tenía apenas 17 años. Pero después de cinco semanas de entrenamiento, el Ejército de las Indias Occidentales determinó que Julian no era médicamente apto para participar en la guerra.

 

Dos años después, a bordo del SS Chaudiere, y en contra de la voluntad de su padre, Henry Julian, viajó hasta Canadá para perseguir su sueño de convertirse en aviador. Situado en Montreal Julian frecuentó el aeropuerto y se hizo amigo de los pilotos locales. En noviembre de 1920, Julian abordó su primer avión junto al aviador y veterano de guerra, Billy Bishop.

 

En 1921, tras negocios fallidos y sufrir discriminación racial por primera vez en su vida, Julian, vestido de traje, llegó a Harlem durante la cúspide del Harlem Renaissance. El aviador cruzó caminos con el campeón mundial de boxeo de peso pesado Jack Johnson, la líder mafiosa Stephanie Saint Clair y el activista jamaiquino Marcus Garvey, quien tuvo una fuerte influencia en el joven trinitario.

egún el documental producido por Billy, inspirado por la valentía de Garvey, Julian se autoproclamó piloto y empezó a presentarse como el teniente Hubert Julian, de la Real Fuerza Aérea Canadiense. Para respaldar su nueva identidad, mandó a hacer un traje militar falso.  “¿Y funcionó?”, pregunto. “Por supuesto que funcionó”, responde Billy, llevándose un graso e inesperadamente picante chicken wing a la boca. “Esto fue antes de Google; nadie podía revisar si era auténtico”. El restaurante se empezaba a llenar. Empujé mi grabadora al centro de la mesa para no perder detalles de la conversación.

l 3 de septiembre de 1922, Julian hizo su primer salto con un paracaídas durante un desfile en Long Island, evento encabezado por Bessie Coleman, la primera mujer piloto afroamericana. Durante los próximos meses Julian realizó varios saltos sobre Harlem, acrobacias que le hicieron ganarse el título de The Black Eagle of Harlem (El águila negra de Harlem).

 

Tiempo después, y bajo la tutela del aviador Clarence Chamberlain, Julian finalmente cumplió su sueño de volar aviones. En los años 30 voló en varias ocasiones a Etiopía para ayudar a los locales durante la segunda guerra ítalo-etíope, luego se presentó junto a un grupo de aviadores acrobáticos llamados los Blackbirds y puso a la venta sus servicios como piloto para vuelos particulares.

 

—Papa was a rolling stone —Sonríe Mark.

 

En los años 40, tras enterarse de cómo Hermann Göring, el ministro de aviación del Tercer Reich, discriminaba a las personas “de color”, llamándoles simios, Julian retó públicamente al líder nazi a un duelo aéreo. “Sería un placer el morir entre bombas y balas, solo para demostrar las ratas sucias que son los nazis”, escribió.

 

El 3 de julio de 1942, con 44 años, Hubert Julian se enlistó en el Ejército de Estados Unidos. En septiembre del mismo año, fue descargado por su edad. El duelo nunca ocurrió. Sin embargo, por su servicio, recibió la ciudadanía estadounidense.

 

Después de la guerra, en 1945, Julian, usando sus ahorros y el patrimonio de sus padres —quienes habían muerto recientemente—, fundó su propia aerolínea con el objetivo de llevar medicina y equipo electrónico a Sudamérica. Durante uno de sus primeros viajes, conoció al general Henry H. Vaughan.

 

Tras un viaje a Indonesia para tratar con el líder rebelde Sukarno, Julian se dio cuenta de que había un mercado potencial en la venta de armas y equipo militar a países en desarrollo. The Black Eagle formó entonces, Black Eagles Associates y fue directamente con Vaughan a Washington D.C. por referencias, y en marzo de 1949 se registró en el Departamento de Estado como distribuidor de armas y municiones.

 

“Él hizo cosas que ningún hombre negro debió haber hecho, y que pocos hombres blancos pudieron haber hecho”, afirma Mark.

 

Meses después, Julian conocería a Árbenz en persona.

Schlesinger admite por correo electrónico que, mientras escribía Bitter Fruit junto a Kinzer, se sorprendió de saber que Árbenz tenía un simpatizante en Estados Unidos, especialmente por tratarse de “alguien que era parte de la comunidad negra que, en esos días, era regularmente controlada, perseguida y oprimida”, afirma.

 

Jorge Mario García Laguardia asegura que desconocía la historia de Julian y su relación con Guatemala.

 

Devolver al remitente (o culpa de un Rolls)

 

Entre 1951 y 1952, el Black Eagle of Harlem le vendió al gobierno de Árbenz 12 vehículos blindados conocidos como Semiorugas, 250 mil balas calibre 30 mm y 50 mm, 3 mil botas, jeeps y un generoso cargamento de fusiles sin retroceso, entre otras cosas.

ara entonces, luego de aprobado y puesto en marcha el Decreto 900, el gobierno de Estados Unidos ya desconfiaba de Árbenz y sus políticas. En septiembre de 1952 un agente del Departamento de Estado visitó a Julian en su oficina de Harlem. El agente le hizo saber que venderle material tan sofisticado —como armas para defensa antiaérea— a un gobierno de lealtad dudosa chocaba con los intereses de Estados Unidos.

 

 Julian guardó silencio y no mencionó que recién había acordado con REXIM, una compañía fabricante de armas en Suiza, la compra de 12 cañones automáticos Oerlikons para el ejército guatemalteco. Los cañones ya habían salido de un puerto en Antwerp, Bélgica, e iban camino a Nueva York para luego ser despachados a Puerto Barrios.

“Bueno, yo estuve allá, en Guatemala, y si eso es el comunismo, entonces soy un comunista.

¡Y no lo soy!”, escribió Julian en su autobiografía.

 

Julian no estaba dispuesto a dejar lo que hasta entonces había sido su negocio más lucrativo. Desde que inició relaciones con Guatemala, el aviador había obtenido ganancias de más de US$200 mil. Los Oerlikons, por ejemplo, le habían costado a Julian US$1,500 cada uno y los vendió a US$4 mil. En su autobiografía describe, con colorida arrogancia, cómo, en esos días, llevaba en su billetera más de lo que un ciudadano promedio ganaba en un año. “Buscaba continuar este trato por muchos años”, escribió.

 

Sin embargo, fue la misma opulencia la que fracturó la relación entre Julian y Árbenz.

“Él era muy bueno para hacer dinero” —afirma Billy, mostrándome en su celular una fotografía de Julian, trajeado a lado de un auto clásico—, “pero muy malo administrándolo”.

 

A finales de septiembre, días después de la visita del agente del Departamento de Estado, Julian recibió un cable avisándole que los cañones recién habían llegado a Guatemala. Con el dinero de ese negocio —US$48mil— compró un Rolls Royce fabricado a la medida, el que según el libro de Nugent, le costó US$28 mil, que pagó en efectivo. Reporteros locales querían entrevistarlo al respecto.

 

El Rolls tenía asientos de espuma de goma, gradas retráctiles, un mini bar y un micrófono que le permitía dar instrucciones desde el asiento de atrás. “Me lo van a entregar pronto, después de que terminen de incrustar los picaportes con oro”, dijo. Los reporteros presionaron a Julian por más detalles. El piloto cedió y les contó sobre los contratos con el gobierno de Guatemala que, si bien eran legales, debían permanecer en secreto por cómo Estados Unidos veía al régimen de Árbenz.

 

—¿Por qué creen que contó a los periodistas sobre su relación con Árbenz? —pregunté a Billy.

 

—Este fue su primer contrato con armas de ese calibre; estaba alardeando, —responde el cineasta.

 

—Él era su propio agente de relaciones públicas —agrega Mark con una sonrisa pícara.

 

Después de las entrevistas, Julian tomó un vuelo a Guatemala. Con el pecho inflado de orgullo, el Black Eagle caminó dentro del Palacio Nacional, esperando ser recibido con abrazos. Pero la ilusión se le desvaneció al entrarse que había sido despedido. Árbenz, alertado por la contrarrevolución que empezaba a gestarse en Honduras, había querido mantener su creciente armamento en silencio.

 

Cuando el presidente guatemalteco se enteró del Rolls, y de cómo su proveedor de armas había dicho abiertamente y con lujo de detalles a reporteros sobre las botas, los jeeps, los fusiles, las Semiorugas y los cañones, decidió prescindir de los servicios de Julian.

El aviador, enfurecido, se despidió en el aeropuerto con las siguientes palabras:

 

“Algún día voy a volar de vuelta a Guatemala en un jet, a mil kilómetros por hora. Espero que mis amigos pinten sus techos de negro, para evitar ser bombardeados y afectados por la venganza del Black Eagle”.

 

Primavera con una esquina rota

 

ías después, oficiales del gobierno de Guatemala informaron a Árbenz que Julian había cumplido con la entrega de los 12 Oerlikons, pero no había enviado ni una sola caja de municiones.

 

¡Hey! —dice Billy, con las manos en el aire como diciendo, no es mi culpa. —Tu gobierno pidió armas y Julian entregó armas.

 

Para entonces en Washington también habían leído las declaraciones de Julian a la prensa.

 

—Era un hombre de negocios, después de todo —continúa Mark, sonriendo.

 

Árbenz buscó las municiones con vendedores independientes, pero nadie quería arriesgarse. El presidente de Guatemala no tuvo otra opción que llamar de vuelta a Julian.

 

—Mira, sinceramente, lo que pasó es que Julian quería mantener los contratos fluyendo —añade Billy.

 

—¿De qué sirven los cañones sin municiones? —agrega Mark—. Mi padre quería demostrar que podía conseguir estos cañones, que tenía ese poder y astucia. Las municiones las buscaría después.

 

Tiempo después Julian regresó a Guatemala y, según el libro de Nugent, se reunió con el jefe de artillería del gobierno de Guatemala, el coronel José Félix Aguilar, para fijar las condiciones del contrato.

 

Julian debía quedarse callado y conseguir las municiones a toda costa. Guatemala debía pagarle a Julian, además de su porcentaje de ganancia, un salario mensual por sus servicios.

 

Ambas partes aceptaron.

Sin embargo, para agosto Julian aún no había localizado las balas y entonces Árbenz ya había recibido información de que Carlos Castillo Armas estaba entrenando a un grupo de mercenarios en Honduras con el apoyo de la CIA.

 

Desesperado, el coronel Morales envió a Julian un cable que decía así —en mayúscula y sin signos de puntuación—:

 

“POR FAVOR CONSIGUE EL MATERIAL EN ITALIA LO MÁS PRONTO POSIBLE Y APRESÚRATE CON INFORMACIÓN DEL CARGAMENTO EL JEFE ESPERA NOTICIAS ANSIOSAMENTE PARA QUE PODAMOS DISCUTIR FUTURAS ÓRDENES DE COMPRA SALUDOS BUEN VIAJE OSCAR MORALES”

 

El 20 de agosto, Julian finalmente encontró las municiones en Italia y convenció a los fabricantes de venderlas en silencio.

 

A fin de mes las municiones estaban empacadas en Nápoles. Julian voló a Italia para hacerse cargo de la papelería y logística por sí mismo —si el cargamento llegaba a Estados Unidos sería confiscado—.

 

El Black Eagle dio las instrucciones de no mandar las municiones hasta que hubiese un barco con camino directo a Puerto Barrios y dio US$40 mil de su propio dinero para pagar por el envío, ya que el Ministro de Defensa de Guatemala no tenía fondos disponibles en ese momento, pero le prometió que una vez la mercancía llegara a Guatemala tendría el doble de lo invertido.

 

—That was a stupid move —dice Billy, serio y descarta que esto haya sido un tipo de favor para Guatemala—. Estaba desesperado. Quería asegurar el negocio.

 

En su autobiografía, Julian admite que esta transacción fue la que terminó causándole muchos problemas con su gobierno.

 

Una vez las municiones salieron de Nápoles, a bordo del Knut Bakke, un barco de carga noruego, Julian tomó un vuelo de vuelta a Nueva York.

 

Pero por un error que Nugent no detalla en su libro, que Mark y Billy, a la fecha, aún desconocen, y que Julian, según su autobiografía, nunca llegó a comprender, el 16 de noviembre de 1953, el Knut Bakke, atracó en el puerto de Nueva York. Los agentes de la aduana ingresaron al barco, realizaron una inspección de rutina y preguntaron hacia dónde iban las 170 cajas de municiones.

 

“A Puerto Barrios, Guatemala”, respondió el capitán del barco.

 

La mercadería fue incautada inmediatamente y enviada a un depósito naval en Nueva Jersey. No solo porque Julian había desatendido las instrucciones del Departamento de Estado, sino porque no contaba con los permisos necesarios para transportar ese tipo de municiones.

 

“¡No puede ser!”, ladró Julian cuando se enteró de lo sucedido. Al día siguiente se declaró en banca rota, porque había hipotecado hasta su casa para pagar las municiones y el envío.

 

A stateless man y un país sin presidente

 

uando la invasión era inminente, la prioridad de Árbenz era encontrar esas municiones. El mayor Alfonzo Martínez, quien Jorge Mario García Laguardia identifica como secretario de la Presidencia y diputado en el Congreso, fue enviado a Europa a buscar la mercancía.

 

Le tomó al gobierno de Guatemala más de seis meses localizar las balas. Según Julian fue el cuñado de Árbenz, Antonio Vilanova Castro —Toño, como lo llama Jorge Mario— quien organizó el envío y el mayor Martínez el que se hizo cargo de las negociaciones. Martínez había contactado a una empresa fabricante de armas en Suiza, que sirvió como intermediaria para comprar las municiones y otras armas en Checoslovaquia.

 

La mercancía, que seguía dentro de sus cajas originales de la Segunda Guerra Mundial, fue enviada a Polonia donde fue empacada en el Alfhem, un barco sueco.

 

Bitter Fruit, de Schlesinger y Kinzer, y el libro de Nugent detallan el camino del barco de la siguiente manera:

 

El Alfhem salió de Polonia el 17 de abril de 1954, con destino a Dakar, Senegal. El 23 de abril el capitán cambió rumbo hacia Curazao, a 50 kilómetros de la costa noroccidental de Venezuela. Luego, el 7 de mayo, cambió nuevamente de rumbo hacia Puerto Cortés, Honduras. Finalmente, el 13 de mayo, el capitán viró con dirección a Guatemala. El Alfhem llegó a Puerto Barrios el 15 de mayo.

 

El gobierno de Estados Unidos no tardó en enterarse. Días después, el 18 de mayo, el New York Times publicó una declaración del Departamento de Estado que consideraba que las armas, “debido a su cantidad, procedencia, punto de embarcación y destino final, representaban un desarrollo grave” para la relación entre Estados Unidos y Guatemala. Y, obviamente, buscaron a Julian, quien había salido del país tratando de asegurar otros contratos.

 

—No tuve nada que ver —declaró en su autobiografía—. Pero sabía todo al respecto.

 

El libro de Nugent afirma que dentro de la compañía suiza que contactó el diputado Martínez, trabajaba un ciudadano estadounidense que alertó al gobierno de Eisenhower. Julian había tenido relación con esa compañía años antes, por otro contrato de trabajo, por lo que conocía de sus servicios y sabía de la mercancía a bordo del Alfhem.

 

García Laguardia recuerda la historia del Alfhem, y cómo la propaganda compartida en esas semanas afirmaba que las armas provenían de la Unión Soviética. “Fue una denuncia seria contra el gobierno de Árbenz, y la oposición usó esta información para atacar y afirmar que el gobierno era comunista”, dice.

 

El 17 de junio de 1954, cuando Julian regresó a Nueva York, las autoridades de la aduana le quitaron el pasaporte como parte de una investigación sobre su vínculo con el gobierno de Guatemala. Era un hombre sin país.

 

Al mismo tiempo, cinco mil kilómetros al sur, en Guatemala, la contrarrevolución de Carlos Castillo Armas empezaba a ganar terreno.

 

El libro de Schlesinger y Kinzer narra que, en la mañana del 18 de junio, un piloto a bordo de un Douglas C-47 sobrevoló la capital y dejó caer miles de panfletos que pedían la renuncia del presidente Jacobo Árbenz Guzmán. Y anunciaban que, si Árbenz no renunciaba para el atardecer, el C-47 regresaría para destruir el arsenal del país y bombardear el Palacio Nacional.

 

Los folletos estaban firmados por el Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Árbenz despertó esa mañana, además, con noticias de ataques aéreos en Escuintla y Retalhuleu.

 

Entrada la tarde, dos aviones P-47 Thunderbolt descendieron sobre la ciudad, dispararon y dejaron caer bombas de fragmentación en las calles aledañas a la Guardia de Honor.

 

“Todos vivimos esos días con gran angustia”, relata García Laguardia, quien entonces tenía 22 años y vivía con su familia en la Avenida Elena y 12 calle de la zona 1. Desde las ventanas veía cómo los aviones volaban particularmente bajo y dejaban caer las bombas sobre la ciudad.

 

La estrategia de la CIA, sin embargo, no era destruir edificios o atacar a civiles, sino bombardear terrenos baldíos o sectores desocupados, para sembrar miedo en la población, y así forzar la renuncia del presidente.

 

“Claro, eso no lo sabíamos”, continúa García Laguardia. “Nosotros veíamos los aviones y pensábamos que la próxima bomba era para nosotros. Era un miedo espantoso”. Después de unos días de ver los aviones rozar la ciudad, junto a su familia se desplazaron a Antigua Guatemala.

 

Tras de nueve días de asedio, el 27 de junio de 1954, el presidente Jacobo Árbenz Guzmán entregó la Presidencia al coronel Carlos Enrique Díaz, jefe de las Fuerzas Armadas de la República. “Nos hemos indignado ante los ataques cobardes de los aviones mercenarios norteamericanos que, sabiendo que Guatemala no cuenta con una fuerza aérea adecuada para rechazarlos, han tratado de sembrar el pánico en todo el país”, dijo Árbenz en su renuncia.

 

El 7 de julio, el coronel Carlos Castillo Armas asumió el poder de facto.

 

A principios de agosto, el Departamento de Estado de Estados Unidos mandó a llamar a Julian. Después de una larga reunión, el Black Eagle of Harlem prometió que no volvería a hacer negocios con regímenes “comunistas”; a cambio, recibió su pasaporte de vuelta. Días después, Julian le mandó un cable al nuevo presidente de Guatemala, felicitándolo por su victoria y ofreciéndole sus servicios.

 

—No, thanks —contestó Castillo Armas.

 

— En todo caso —escribió Julian en su autobiografía —nunca he estado seguro de que la infiltración comunista en Guatemala era tan grande como Washington decía que era. Me pareció entonces, e incluso ahora, que la influencia de la United Fruit Company jugó un papel importante en la crisis en Guatemala.

 

Dos fantasmas

 

— ¿Alguna vez te contó sobre su tiempo en Guatemala? —le pregunto a Mark.

Mark niega con la cabeza. Después de 45 minutos de plática, quedaba un chicken wing de barbacoa sobre la mesa.

 

— Él tenía 73 años cuando yo nací. No hablaba de su vida pasada. Él era un papá, ya no era el Black Eagle.

 

— ¿Y a sus amigos? ¿Alguna vez lo escuchaste hablando de eso…?

 

— No —la voz de Mark es severa y firme—. Recuerdo que recibía a mucha gente, que ofrecía cenas; pero no recuerdo haber escuchado algo específico.

 

—¿Fotos? —insisto.

 

—Si hay fotos de él en Guatemala —añade Billy—, probablemente están en Guatemala.

Billy continúa diciendo que desde que estrenó su documental, en mayo del año pasado, recibió una fotografía inédita de Julian en Indonesia y espera que más gente vea el vídeo para ver si más fotos suyas salen a luz.

 

—Alejandro, eat that so I don’t —continúa Billy, señalando la última chicken wing. Todavía estaba tibia.

 

—¿Creen que para Julian todo esto fue estrictamente una oportunidad de negocios? —pregunto.

 

—My father didn’t care about no politics —responde Mark—. No le importaba la política, solo quería hacer dinero.

 

En su autobiografía, Julian cierra el capítulo sobre Guatemala diciendo que, hasta donde él concierne, siempre actuó de forma legal y eso era todo lo que le importaba. “El régimen de Árbenz, era el gobierno debidamente electo y propiamente constituido, el cual estaba en su derecho de comprarme armas y cualquier otro tipo de bienes. No me interesaba la política interna del país”.

 

 

in embargo, a pesar de ser políticamente agnóstico, Mark y Billy concuerdan que Julian habría simpatizado con las políticas de Árbenz. “Recuerda que él creció en una colonia británica”, señala Billy. “Supongo que él hubiese apoyado el derecho de las personas de gobernarse a sí mismas. Como decía Marcus Garvey”.

espués de Guatemala, Julian vendió armas al dictador cubano Fulgencio Batista que, también era el presidente electo de su país, y sobre quien puede decirse cualquier cosa menos que haya sido comunista. Su último contrato como vendedor de armas fue con Moise Tshombe, el líder de Katanga, durante la crisis de secesión en el Congo.

 

Mark repite:

 

“Él hizo cosas que ningún hombre negro debió haber hecho y que pocos hombres blancos pudieron haber hecho”. Durante su tiempo en el Congo, Julian cayó enfermo y se retiró. De lo contrario, argumenta Billy, se hubiera involucrado también en la Guerra de Vietnam.

 

—Y estoy seguro de que lo hubiera hecho desde Camboya —agrega—.

 

Su padre no era un hombre estúpido, y aprendía de sus errores. Él era un fanático de JFK, de LB Johnson, Robert F. Kennedy, Roosevelt…

 

—¿Eisenhower?

 

Billy hace una pausa, como encandilado por la pregunta. —Probablemente no.

 

Durante su retiro Julian vivió el resto de su vida en Harlem. En El Barrio continuó siendo una figura querida. Hizo apariciones en televisión, en The Merv Griffin Show y The Tonight Show.

 

 Antes de la entrevista, Billy me dijo que había encontrado una fotografía en la librería pública estatal de Nueva York, donde aparece Julian, de aproximadamente 65 años, dándole la mano a un joven Cassius Clay —antes que adoptara su nombre de Muhammad Ali—.

—Cuando esa foto fue tomada —dice Billy, sosteniendo su teléfono—, él, su padre —y señala a Mark— era el más famoso de los dos.

 

Sin embargo, a pesar de la fama y su vida de película, poca gente conoce al Black Eagle of Harlem y menos aún, su relación con Guatemala, y que si la última transacción de armas que hizo para el gobierno guatemalteco no hubiera fallado, la historia de este país, quizá, fuera distinta.

 

Su autobiografía fue una edición auto publicada y el libro de Nugent que, si bien hizo su transición de pasta dura a pasta suave, está fuera de impresión desde los 70. El mismo Harlem, que tiene calles, parques y monumentos dedicados a sus habitantes más célebres, no tiene ni una mención a Julian. Mark cuenta que en un momento en los años 80 hubo interés de hacer una película de su padre; había hasta un guión preliminar.

 

—¿Había protagonista? —pregunto.

 

Mark dice que no con la cabeza. —Pero me imagino a Denzel. Todavía no había hecho la película de Malcolm X o Hurricane.

 

—Tal vez podemos conseguir a Chadwick ahora —sugiere Billy y pide la cuenta.

 

— ¿Black Panther?

 

—No spoilers —dice Billy y voltea ver a Mark quien después de la entrevista iría a ver Avengers: Infinity War—. Cuando recién nos conocimos, me dijo que pensaba que ya nadie recordaba a su padre. Sin embargo, su influencia es innegable. ¿Conoces a Sam Wilson?

 

Le dije que el nombre me parecía familiar.

 

—Falcon. Marvel Comics —continúa—. Sam Wilson nació en Harlem. Su primera aparición fue en  el 69. Black Eagle. Falcon.

 

Hombre negro. Aviador. Me encantaría preguntarle a Stan Lee si se basó en Julian para crear a Falcon —sentenció—.

 

No spoilers —repite—. Pero ni en las escuelas de Harlem enseñan sobre la vida de Julian.

 

—Como Árbenz —agrego, y Mark y Billy parecen extrañados.

 

—Yo no aprendí en el colegio de Árbenz o de la invasión.

 

—¿Pero hablan de él? —quiere saber Mark.

 

—Te lo pongo de esta manera. En la capital hay un puente que lleva el nombre de Castillo Armas. Hay también un paso a desnivel con el nombre de Jorge Ubico, el dictador que expulsó la Revolución de 1944.

 

Una pausa. El mesero llega con la cuenta. Billy ofrece su tarjeta. —Lo bueno de recibir tenure es que los puedo invitar, caballeros— dice.

 

— Did you bring the book? —me pregunta Mark. — Donde mencionan a mi padre. Le dije que no, que solo estaba en Nueva York por unos días y que quería viajar ligero. Debí llevar el libro.

FIN