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Impresiones sobre el 15M

Exceptuando las que se hicieron contra la guerra de Iraq, manifestaciones como estas no habían sido vistas nunca en España por mi generación.
Una parte importante de la sociedad española está con el 15M a un nivel simbólico, y si se lleva a cabo una buena comunicación y fructifican las protestas puede que en un plano práctico también.
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Impresiones sobre el 15M

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Las elecciones municipales y autonómicas solo han sido un breve paréntesis sin repercusión en el movimiento español del 15M. Con la vista puesta en las elecciones generales, cuya fecha dependerá de si Zapatero agota o no su mandato, los indignados se enfrentan a la inmediata necesidad de concretar sus objetivos y su estrategia, o lo que es lo mismo, el tono, el nudo y el desenlace de su historia.

Tradicionalmente en España son los votantes de izquierdas en general, y los socialistas en particular, los que ponen y quitan a los gobiernos.

Quienes secundan a las facciones de derechas, entre las que el Partido Popular es el que aglutina la mayoría del electorado, permanecen impasibles ante el inevitable desgaste que el tiempo inflige en el político, y persisten fieles a sus siglas a pesar de la tibieza, las corruptelas y las actitudes megalómanas de sus líderes.

Por el contrario, el votante progresista, asiduo en su mayoría del Partido Socialista, y en mucha menor medida de Izquierda Unida, o de la  reciente coalición Unión Progreso y Democracia, suele tender a la decepción y al desencanto. Y en consecuencia a la abstención.

Por tanto, el devenir político en España recae siempre en los hombros de la izquierda, siempre más inconstante y crítica con sus representantes.

Esta realidad sociológica es comprobable desde los años ochenta e implica que el número de votantes del PP es elección tras elección prácticamente el mismo, mientras que los electores que sustentan al PSOE va variando en función de la capacidad que el partido tenga antes del sufragio de motivar a sus bases, o de cuán acorde con los ideales de su electorado se haya gobernado o hecho oposición.

El ejemplo perfecto de este fenómeno lo constituyen las elecciones del año 2004. Aquellos comicios transcurrieron oscurecidos por los atentados del 11M. Y José Luis Rodríguez Zapatero, con quien nadie contaba para suceder a Aznar como presidente, salió inesperadamente victorioso porque la izquierda se reveló ante la nefasta gestión política del ejecutivo popular en los días posteriores al acto terrorista.

Fueron los votantes de izquierdas que no tenían previsto acudir a las urnas, y que a la luz de los acontecimientos decidieron no abstenerse, los que derrotaron por una pequeña diferencia al PP, que en todas las encuestas previas figuraba como seguro ganador de la contienda electoral.

En cualquier caso, una vez más las bases populares volvieron a acudir masivamente a votar, a pesar de las cuanto menos sospechosas formas de actuar del gobierno de Aznar en aquellos cruentos días.

En el caso de las últimas elecciones esta ley se volvió a cumplir. Porque para cuando los indignados salieron a la calle a manifestarse el 15 de mayo en la práctica totalidad de las capitales de provincia del país para alzarse ante la opinión pública modificando el ritmo y el tono de la campaña electoral, Jose Luis Rodríguez Zapatero y el PSOE ya estaban condenados al descalabro que una semana después se concretaría en las urnas.

Bien es cierto que nadie anticipó una derrota de tales dimensiones, que supone, sin ir más lejos, la más severa que ha sufrido en toda la democracia el partido socialista.

Pero con o sin 15M cualquier otro escenario salido de las urnas era sencillamente inviable.

En primer lugar porque a esas alturas del segundo mandato socialista el electorado de izquierdas había dejado de confiar en la capacidad de gestión del errático presidente, mientras que las encuestas anticipaban una victoria aplastante con una superioridad de más de 10 puntos del partido de Mariano Rajoy.

En segundo lugar, porque no sería el recién llegado movimiento de los indignados quien salvase de la quema al partido gobernante.

Muy por el contrario, desde sus inicios el movimiento ha manifestado su honda indiferencia ante la lucha por el poder sostenida por ambos partidos. Además, uno de sus principales motivos para fundarse ha sido precisamente el de acabar con el bipartidismo y la ley electoral que impide a las pequeñas agrupaciones políticas tener una representación significativa en ayuntamientos, parlamentos y gobiernos autonómicos y nacional.

Por tanto, si el PP barrió en las elecciones no fue por la ineficacia o la dejadez de los indignados, sino por motivos que venían de lejos, sobre los que un actor aparecido tan tardíamente ni podía ni quería influir.

En definitiva, en algún momento el 15M llegó a ser el centro de las elecciones, pero las elecciones nunca ocuparon tal lugar en el imaginario del levantamiento.

La conjura

En cualquier caso, la conjura contra la disputa entre los dos partidos mayoritarios ha sido sólo el comienzo, la punta de un iceberg. Porque el 15m nació con algunas grandes causas como equipaje ideológico, pero ha ido captando con el paso de los días multitud de reivindicaciones de muy diversa índole -todas ellas transidas por la idea del cambio- que permanecían latentes en las conciencias y la opinión pública e inevitablemente presentes en las portadas de los periódicos.

Todas ellas han ido conformando las ambiciosas aspiraciones y la apariencia poliédrica del movimiento, que ha adoptado Internet y Twitter como símbolos de su tiempo,  como su hábitat y su caja de resonancia.

Lo cierto es que desde hace tiempo se palpaba en el ambiente un gran hartazgo largamente incubado y alimentado por el periodo de profunda crisis económica que vivimos. Las altísimas cifras de desempleo, la precariedad laboral y los bajos sueldos, que principalmente hacen mella en la juventud, así como la creciente pobreza, la evidente inoperancia de la clase política y la insoportable percepción de inmovilidad e inacción han conformado un denso caldo de cultivo que pudo haber propiciado una rebelión similar hace mucho tiempo.

Pero la chispa entre las dos piedras brotó cuando brotó, y no antes, y las movilizaciones estallaron el pasado 15 de mayo, un poco tarde para quienes pensaban que el movimiento pretendía invertir el resultado de las elecciones, aunque en el momento justo para quienes aprovecharon su impulso para abandonar las cavernas de un largo y profundo letargo.

En las manifestaciones, tras eslogans como “democracia real ya” o “no les votes” se escondían una gran rebeldía y una furia eminentemente juvenil  que afloraban al exterior con ilusión y creatividad. Exceptuando las que se hicieron contra la guerra de Iraq, manifestaciones como estas no habían sido vistas nunca en España por mi generación.

Esta corriente de gente indignada luchaba contra una forma gris y mediocre de ser gobernados, contra algunas dinámicas bastante perniciosas que ha ido adquiriendo con el tiempo nuestra joven democracia, contra el mencionado bipartidismo, y contra la cruel evidencia del gran desprecio que sienten las élites, el capital y la clase política hacia las clases medias e inferiores.

Pero también contra la manifiesta ineptitud de los gobernantes, y contra su intolerable sumisión a los bancos y a los mercados.

Con el fin de luchar contra todo eso, originalmente los acampados pusieron sobre la mesa ocho amplios puntos de reivindicación que se resumen en las siguientes peticiones: Preservación de las libertades ciudadanas y la democracia participativa; reducción drástica del gasto militar; aumento del tipo impositivo a las grandes fortunas y las entidades bancarias; prohibición de cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias que se encuentren en dificultades, que en su caso quebrarán o serán nacionalizadas; supresión de gastos inútiles en las Administraciones Públicas y establecimiento de un control independiente de presupuestos y gastos; expropiación por el Estado de las viviendas construidas en stock que no se han vendido para colocarlas en el mercado en régimen de alquiler protegido; reparto del trabajo fomentando las reducciones de jornada y la conciliación laboral hasta acabar con el desempleo estructural; eliminación de los privilegios de la clase política.

Pero además de estas grandes cuestiones se plantearon muchos otros objetivos igualmente relevantes: referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado que modifican las condiciones de vida de los ciudadanos así como para toda introducción de medidas dictadas desdela Unión Europea; no al control de Internet; control real y efectivo del fraude fiscal y de la fuga de capitales a paraísos fiscales; promoción a nivel internacional de la adopción de una tasa a las transacciones internacionales; regulación de sanciones a los movimientos especulativos y a la mala praxis bancaria; elevación de los impuestos a la banca de manera directamente proporcional al gasto social ocasionado por la crisis generada por su mala gestión; devolución a las arcas públicas por parte de los bancos de todo capital público aportado; transporte público barato, de calidad y ecológicamente sostenible; abaratamiento de los abonos de transporte, restricción del tráfico rodado privado en el centro de las ciudades y construcción de carriles bici; imposibilidad de despidos colectivos o por causas objetivas en las grandes empresas mientras haya beneficios, fiscalización a las grandes empresas para asegurar que no cubren con trabajadores temporales empleos que podrían ser fijos; eliminación de la inmunidad asociada al cargo político e imprescriptibilidad de los delitos de corrupción.

Las elecciones no nos importan

Desde el comienzo el movimiento ha funcionado como un grupo surgido de un pacto tácito entre gente anónima que hasta ese momento no se conocía y que ha ido por libre, ajena a lo que la clase política opinaba o manifestaba sobre ella, y se ha preocupado principalmente de su autogestión, del desarrollo de sus ideas y de su crecimiento futuro.

Entre otras causas, la propia creación del movimiento tiene como detonante principal la lucha contra todo lo que simboliza la mencionada alternancia entre PP y PSOE, y contra el statu quo de la clase política española.

Por eso, y a pesar de que hubo intentos de intoxicar y de relacionar al 15M con el anarquismo y los antisistema, antes de las elecciones se hizo un llamamiento público inequívoco y unívoco a abandonar a los dos grandes partidos y a apoyar a las pequeñas coaliciones, para tratar de enriquecer el espectro político español y para penalizar a populares y socialistas.

Porque ya se sabía que el Partido Popular derrotaría ampliamente a los socialistas.

Las elecciones arrojaron también el mayor porcentaje de voto en blanco de la historia, y un interesante crecimiento tanto de Izquierda Unida como de UPYD a nivel nacional. Pero cuando todo eso se constató, y a pesar de que el crecimiento de esos dos partidos podía ser un buen punto de partida, nada cambió para el movimiento, que siguió su curso natural.

“Las elecciones no nos importan”, aseguraba un acampado de Sol ante las cámaras de televisión. Esto hace pensar que los comicios solo fueron a ojos de los indignados y de todos los que los secundan un mal necesario en mitad de lo que algunos esperamos que sea un largo camino.

Pero España es un país lastrado por un perpetuo y galopante cortoplacismo, que funciona como un poderoso inhibidor de cualquier posibilidad de establecer proyectos políticos a largo plazo que modifiquen las estructuras sociales y económicas. Invariablemente, el gobierno presente destruye lo construido por el anterior, y cuando este regresa al poder ocurre lo mismo, y así sucesivamente en una implacable cadena de creación y desmantelamiento sin fin de la que las principales víctimas no son sino los ciudadanos.

Este adverso ecosistema político no permite cultivar proyectos que requieran de un largo plazo para desarrollarse, como es el caso del 15M, que tiene como horizonte las elecciones generales que se celebrarán dentro de algunos meses o un año, dependiendo de si Zapatero las adelanta o no.

Por otro lado, el movimiento se enfrenta a varias dificultades que tendrá que salvar para poder afrontar los retos que se plantea.

Una parte importante de la sociedad española está con el 15M a un nivel simbólico, y si se lleva a cabo una buena comunicación y fructifican las protestas puede que en un plano práctico también. Sin embargo el estado no está poniendo demasiadas facilidades. Ejemplo de ello son la brutal intervención policial que tuvo lugar enla Plaza Cataluñade Barcelona el pasado viernes por la mañana contra los indignados que se manifestaban en postura de resistencia pacífica, que dejó decenas de heridos y ecos de la represión franquista en la población, y la firme intención del gobierno regional de Madrid de desalojar a los acampados de Sol aduciendo endebles argumentos de salud pública.

Aunque el gran contratiempo de la agresión policial y la intención de desalojo han conseguido el fin inverso al que las autoridades podían planear. Lejos de intimidar o desmovilizar a los indignados, el movimiento, que en cierto sentido empezaba a atenuarse y que en ciertos momentos tendía a la dispersión conceptual, se ha legitimado ante el estado, y ha reavivado su impulso, y las plazas y la retaguardia se han llenado de nuevos adeptos.

En este punto, reforzada su convicción, existe el convencimiento común de que es imprescindible encontrar un pacto de mínimos en las reivindicaciones, y una estrategia de acción común para poder avanzar.

En el momento en el que se está acabando de redactar este comentario, domingo por la noche en España, las discusiones están capitalizadas por el debate entre los que quieren y los que no quieren abandonar las acampadas. Por otro lado, parecen existir cuatro puntos que funcionan como coordenadas fundamentales para los indignados, que pueden acabar con la que a estas alturas es a todas luces una demasiado extensa gama de reivindicaciones puestas sobre la mesa.

Aunque dentro del 15M todo cambia muy rápidamente, y absolutamente todo está sujeto a discusión casi permanente: reforma electoral encaminada a una democracia más representativa y de proporcionalidad real con el objetivo adicional de desarrollar mecanismos efectivos de participación ciudadana; lucha contra la corrupción mediante normas orientadas a una total transparencia política; separación efectiva de los poderes públicos; creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política.

Mientras se debate sobre todas estas cuestiones en Sol, que actúa como punta de lanza, cadena de transmisión, corazón y cerebro de la corriente de indignación en todo el país, la protesta asamblearia se ha expandido a los barrios De Madrid, y el proceso análogo se empieza a dar en Barcelona, y previsiblemente en el resto de plazas. Además, el espíritu del 15M ha cruzado las fronteras y se ha propagado por ciudades emblemáticas de varios continentes como Buenos Aires, Nueva York o París.

Ante los indignados está el futuro, aún por escribir. En sus manos está crear un relato hermoso y duradero, o uno breve y fulgurante, pero inútil. 

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