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Ida y vuelta a los 80 en un día, en Casa Roja

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Ida y vuelta a los 80 en un día, en Casa Roja

El 30 de junio, Día del Ejército, había empezado con la Marcha de la Memoria, habitual desfile del colectivo HIJOS en repudio al Estado y en memoria a las víctimas del conflicto armado interno.

Habíamos conocido la experiencia de Raquel, que llevaba en la marcha la foto de su tía, Aura Mariva Vides Alemán, líder estudiantil secuestrada el día de su cumpleaños número 22, en 1981, cuyo cadáver, hecho pedazos, fue encontrado 13 días después con evidencias de tortura y violación.

Pretendimos aprovechar la coyuntura del Día del Ejército para reflexionar sobre la dificultad de construir una sociedad nueva sin un proceso de reconciliación histórico verdadero, sin la voluntad, de parte del Estado, de dar vuelta a la página oscura de su historia reciente.

El 30 de junio siguió con una tarde soleada de conciertos en el parque central y, por la noche, una fiesta en las instalaciones del centro cultural Casa Roja, en la zona 1, para cerrar las celebraciones con unos tragos y unos pasos de cumbia y salsa.

Tal como las paradas hechas por la mañana de la marcha frente a la Casa de la Memoria –en homenaje a las víctimas ixiles– y en el parque San Sebastián –en recuerdo del obispo Juan Gerardi y de la antropóloga Myrna Mack–, también el cierre de las actividades en Casa Roja tenía un significado simbólico importante, ya que el centro cultural ha sido siempre una referencia para activistas, artistas e intelectuales que, en más de una ocasión, hicieron del centro su lugar de encuentro. Alfonso Porres, reconocido documentalista audiovisual fallecido hace dos años, dejó en este lugar la pasión y entrega de una vida entera, además de un archivo documental fundamental para la memoria del país.

Pasada por poco la una de la mañana, la presencia de la Policía Nacional Civil (PNC) afuera del centro cultural recordaba a todos que el día había definitivamente terminado y que, en respeto a la ley nacional, bulla y consumo de alcohol tenían que cesar. El Dj disminuyó el volumen de la música hasta acabar por completo, las luces empezaron a apagarse pero la gente no se iba o, mejor dicho, no podía irse. Frente de la puerta, los agentes de la PNC empezaron a lanzar gases lacrimógenos hacia las instalaciones del centro cultural, sin aviso previo. En pocos minutos, el ambiente dentro de la Casa Roja se volvió irrespirable y todas las personas fuimos obligadas a salir por el techo del edificio para volver a respirar. Durante más de media hora, unos 50 jóvenes cuyo promedio de edad no superaba los 30 años, se quedaron encerrados en un centro de la zona 1 por policías que amenazaban con capturas, secuestros de carros con grúas, mientras tiraban luces de linternas a las cámaras de los teléfonos que los grababan desde arriba.

El susto duró relativamente poco: las patrullas concentradas frente al centro cultural recibieron alguna orden y, como si fuera nada, se fueron, desapareciendo en la oscuridad de la noche.

Pablo Castillo, vocero de la PNC, desconocía lo que sucedió esa noche. Dijo que si fueron retirados del lugar fue seguramente por el cumplimiento a la ley seca. Se le preguntó sobre el uso de gas y respondió que para saber el procedimiento que usaron debe existir una denuncia de parte de los asistentes.

Regresando a casa, intoxicados por los gases, entre un golpe de tos y el otro, la idea de que la PNC volviera a abusar de su autoridad para infundir miedo devolvió un sentido de impotencia y rabia, abriendo una brecha temporal hacia aquella década oscura de los 80.

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