De la misma forma he dado algunos argumentos de los efectos ideológicos que esa resignación conlleva. Me ha interesado también argumentar sobre el cinismo implícito en las determinantes establecidas entre financiamientos, propaganda y el mercantilismo de las distintas fracciones de la élite económica que saca provecho de la corrupción que posibilita el sistema en general. Igualmente, he propuesto algunas posibles trazas de estrategia orientadas a transformar esta deplorable realidad sociopolítica.
La última vez dejé sembrada la interrogante de qué podría hacer un movimiento multisectorial masivo preocupado por hacer de la democracia algo realmente democrático. En principio, la rearticulación de las distintas fracciones del movimiento social representa, por sí sola, un enorme reto de construcción de ciudadanía. El problema principal radica en que, posterior a la firma de los Acuerdos de Paz, las acciones de muchas fracciones del movimiento social atravesaron un doloroso proceso de neutralización política. Éste no consistió, como plantean algunos, exclusivamente en la sectorización de la sociedad civil. De por sí, la sectorización lo único que puso en evidencia era algo que venía manifestándose desde ya mucho tiempo atrás: la pluralidad de las identidades.
El proceso de neutralización de las fracciones activas del movimiento social, más que con la sectorialización, tuvo que ver con las prácticas cortoplacistas en torno a una acción política que movilizaba únicamente debido a la posibilidad de establecer “mesas de negociación” en las cuales se podría sacar algún beneficio del gobierno de turno. De esa forma, las fracciones de la sociedad civil, que acuerpaban el movimiento social, fueron igualmente estimulando una práctica dirigencial que iba a ser medida en función de los resultados obtenidos en la “mesa de negociación”. El cálculo fue más o menos el siguiente: nos movilizamos masivamente exigiendo diez, tendremos éxito si obtenemos cinco. El mejor dirigente será el que consiga seis o siete.
Eso funcionó hasta hace muy pocos años. Las fracciones autónomas de la sociedad civil se vieron mortalmente golpeadas con la entrada del Gobierno de la Solidaridad, mediante la puesta en práctica de una perversa estrategia política. Se sustituyó la práctica de las “mesas de negociación”, por una de cooptación de dirigencias mediante la canalización directa de asistencias que parcialmente respondían a las demandas del movimiento social (es como la socialdemocracia de la UNE perfeccionó políticamente el círculo de democratización neoliberal iniciado desde las matanzas en masa y el genocidio de los 80).
Hace un par de meses, en una conferencia en la Universidad de Texas en Austin, ilustraba esa relación entre movimientos sociales y la democracia neoliberal guatemalteca, recurriendo a una figura que nombré como “la paradoja del Principito”. Un elefante ha sido tragado por una enorme culebra. Pareciera que ésta ha perdido su identidad al adoptar la forma que le ha dado la dimensión del elefante. Ahora la culebra parece sombrero. El elefante se encuentra feliz porque cree que ahora es él quien ha dado forma a la culebra. Una semana más tarde, la culebra ya no tiene forma de sombrero, sino de culebra: ¡Ha digerido al elefante!
Podríamos pensar que la culebra es el sistema político que utiliza la democracia neoliberal como instrumento de enajenación del sentido político de los movimientos sociales. Al final los movimientos sociales terminan siendo digeridos por el sentido de la democracia neoliberal, mientras su identidad y la naturaleza transformadora que los caracterizaba, se tornan caricaturas de sí mismos. Entonces, la pregunta de la semana antepasada, estaba vinculada a ese problema. Al parecer, por un lado, la opción de los partidos políticos se encuentra por el momento cerrada, mientras que, por el otro, la del movimiento social aparenta estar en un atolladero ¿por dónde se aborda, desde el horizonte de lo posible, el problema?, o dicho de otra forma, ¿qué potencialidades vemos en la paradoja? Creo que la vía de los movimientos sociales puede representar mejores potencialidades que el cinismo de los partidos si se realiza una reflexión crítica de los últimos diez años de acción política.
Es decir, con el cinismo de la relación entre empresarios, medios de manipulación de masas y políticos es prácticamente imposible contar, ya que a sus actores no les importa nada más que perseguir el interés egoísta a costa de todo el mundo. Mientras que los movimientos sociales pueden dirigir nuevamente la mirada a las bases comunitarias que los constituyen, e intentando redefinir sus identidades más allá del gobierno de turno o las trampas asistencialistas y clientelares que les ofrecen los partidos, los candidatos y los organismos internacionales. En otras palabras, para existir, los movimientos sociales, no están necesariamente condenados a operar bajo una racionalidad cínica equivalente a la de los partidos (eso no quiere decir que no haya cínicos oportunistas en ese espacio). Los partidos, para ser significativos, necesitan del financiamiento privado y de los aparatos de manipulación de masas. Mientras que, los movimientos sociales no necesariamente.
El problema, entonces, es reflexionar sobre cómo podría ser posible solucionar la paradoja que plantea hoy la relación entre democracia neoliberal y movimientos sociales. Imaginemos algunos pasos en el sentido del movimiento social multisectorial del que venimos hablando desde hace ya varias columnas. El primero, consistiría en ponerse de acuerdo en un principio básico de articulación, que sustituya la racionalidad cínica actual del enriquecimiento y cálculo de muertes colaterales. Mi propuesta es apostar a la racionalidad de la vida (no un concepto metafísico de vida, sino la condición material de posibilidad para cualquier política posible e imaginable). Como propondría Laclau, no se estaría hablando de la reconfiguración de una utopía homogeneizadora, de contradicciones de primer o segundo orden (o en última instancia), sino de una demanda en la que se puedan articular los distintos intereses ciudadanos.
Es decir, el segundo punto consistiría generar un planteamiento en el que sean articuladas las demandas de la mayoría de ciudadanos (desde los religiosos, pasando por los campesinos, pobladores, mayas, feministas y, si quieren, las élites económicas, pero en igualdad de condiciones, con la misma voz y el mismo peso) en torno de la persecución del criterio ético de la vida. Cada quien podría debatir sobre los límites que estaría dispuesto a negociar, teniendo siempre en cuenta el imperativo categórico de la defensa y reproducción de la vida. El resultado de ese proceso podría servir de base, por ejemplo, para la creación de una Asamblea Nacional Constituyente que retome el sentir de las diversas expresiones de ciudadanía y que busque como fin fundamental de las acciones políticas, sociales y económicas, la reproducción material de la vida.
Con ello y, de forma paralela, para romper con el monopolio sobre la representatividad que en este momento tienen los partidos políticos, se podría iniciar todo un debate orientado a descolonizar la política. Es decir, tanto la articulación de ese movimiento social, así como de esa asamblea, estarían orientadas al fomento de otras formas de participación y representatividad que demandan legitimación y no persecución. Es decir, todo lo contrario a lo que en la actualidad el Gobierno de la Solidaridad pretende hacer con el reglamento del Convenio 169 de la OIT. Seguimos la otra semana.
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